Hay momentos en los que uno siente que la vida le da la espalda, siente que no puede más, siente
que el mundo sigue girando a su alrededor mientras tú quedas paralizado intentando asumir tu
situación o algún acontecimiento doloroso, gratificante, in/oportuno, in/esperado, des/agradable
entre otros de distinta naturaleza, y sí, porque hasta los sucesos positivos, también acarrean miedos,
preocupaciones y malestar para poder encajarlos y adaptarse a esa nueva situación, así de
complicado es el ser humano que a todo le saca punta; pero eso es harina de otro costal, pues el
tema que hoy tratamos versa sobre esa lucha de poder entre la persona y la vida cuando ésta, le
sobrepasa.
Cuando nos encontramos ante semejante situación; el mundo no rebaja su nivel de exigencia hacia
nosotros, continúa exigiéndote lo mismo o incluso más si cabe, siempre, porque le das igual en qué
punto te encuentres, cómo te sientes, si tienes fuerzas , recursos o no para seguir luchando,
obviando la batalla interior en la que estás batiendo a duelo cada día. El tren de la vida sigue en
marcha y pasa a tu vera a toda velocidad y eres tú el que debe decidir si engancharse velozmente o
no al mismo, si no quieres, para más inri, quedar descolgado del resto y quedarte a divisar la vida
pasar mientras tú permaneces impasivo, tratando de asimilar aquello que te ha hecho sentir
deshecho, herido, derruido o consternado. Sientes la soledad y el dolor golpeando tu cuerpo y tus
entrañas hasta la extenuación, sientes el agotamiento físico y mental de tener de salir otra vez
adelante y solo, absolutamente solo y es derecho, también de uno, derrumbarse de vez en cuando,
envolverse hacia sí mismo en y con su dolor, con el fin de contenerlo y recoger cada posible
esparcimiento para no salpicar ni dañar a nadie y por otro lado, para dejarlo fluir dentro de ti.
Porque, aunque quieran convencernos de que sentir emociones que nos generan dolor es negativo,
nada más lejos de la realidad, el sufrimiento es la otra cara de la moneda de la vida, formando el
dualismo: felicidad/sufrimiento (que no infelicidad).
Evitar sentir el dolor porque nos ha ocurrido algo desagradable es lo más insano que hay, los
procesos de duelo hay que experimentarlos y no me refiero sólo tras la muerte de un ser querido, en
absoluto, puede venir de la mano de rupturas sentimentales, de fracasos laborales, de problemas de
salud o de cualquier otra índole; que nos haga sentir mal, pues todo lo que se deriva de ellos,
requieren de un proceso de asimilación, basado en 5 etapas que todos habremos oído alguna vez:
negación, ira, negociación, dolor y aceptación.
Respetemos, pues las ausencias y los períodos de introspección que cada uno elija y ante lo que uno
decida. Reprimirlos es el acto más que contraproducente al que uno se puede someter; pues pueden
verse transformados y dar la cara en otro tipo de dolencias, trastornos u otras derivaciones
controvertidas que nada tienen que ver con el sentimiento puro inicial que se ha dejar discurrir por
cada poro de nuestra piel y de nuestra alma, por intenso y doloroso que sea, perdamos el miedo y
seamos precavidos ante lo que en ello se pueda transformar.
Cuán complicada se nos antoja entonces la vida si debemos lidiar nuestra lucha interior de salir
adelante cuando flaquean las fuerzas y te sientes desvalido a la vez que debes dar la talla en
absolutamente todos los ámbitos en los que te ves inmerso casi cada microsegundo de la misma y,
muy importante, sin olvidarte de sonreír nunca!!
Reflexión semanal: ¿Os identificáis entre estos héroes o reconocéis a alguno de ellos? ¿Les
tendemos la mano, nos interesamos cuándo sabemos de alguien que se encuentra ante esta dura
lucha o hacemos caso omiso porque nosotros también tenemos problemas y no queremos añadirnos
más? ¿Huimos de este tipo de personas?
A recordar: Puede que suene cruel, pero hay para quien oír problemas ajenos le genera malestar y
acaba ignorando a esas personas que lo están pasando mal, menospreciando que están confiando en
ellas para compartir su dolor más profundo y personal, que no les pase a ellos, porque la vida es
muy muy larga y pone a todo el mundo en su sitio y, sobre todo, que no vengan entonces a
buscarnos. No estamos sólo para lo bueno