Contaba Luís Arribas Castro, el famoso locutor de radio barcelonés de los años 80, que la ciudad era un millón de cosas, haciendo referencia a las miles de historias, unas grandes y otras pequeñas, otras trascendentes y otras aparentemente no tanto, que forman la realidad, no solo de una ciudad, sino de cualquier población y de cualquier país del mundo. L'Hospitalet de Llobregat no es una excepción y esa miríada de anécdotas, anecdotitas y anecdotazas, también se han producido durante su historia. Lo que pasa es que, al ser una ciudad que creció brutalmente a partir de los años 60 con gente de afuera, poco se conocen los pasajes que se produjeron antes de esta masificación inclemente. ¿Sabía usted que navegaron barcas por la plaza del Ayuntamiento en los años 40 del siglo XX? Ahora hay muy poca gente que lo sepa y menos que lo hubiera vivido pero, aunque le parezca mentira, así fue.
¿Qué fue lo que llevó a que se vieran barcas navegando por la Plaza del Ayuntamiento hospitalense? Los más avispados y que me sigan habitualmente seguro que pensarán que fue debido a alguna de las múltiples inundaciones que llevó el agua del río Llobregat (o de cualquiera de sus numerosas rieras) hasta el mismísimo centro político de nuestra ciudad ( ver Los "batiports" de L'Hospitalet, donde historia, inundaciones y malos olores se dan la mano ). No irán errados del todo al pensar en una inundación, pero si les digo que no hubo ninguna nube en lontananza implicada en dicho episodio, posiblemente ya les habré roto todos los esquemas. Y es que, si bien no fue un río el que la provocó, sí que fue una corriente de agua, más concretamente la más importante corriente de agua artificial de L'Hospitalet: el histórico Canal de la Infanta.
Como ya he explicado más de una vez ( ver El Canal de la Infanta o la trascendencia histórica de un patrimonio olvidado ), el Canal de la Infanta es -porque aún funciona en parte- un trascendente canal de riego que permitió poner en regadío todo el margen izquierdo del río Llobregat desde Molins de Rei hasta Montjuïc. L'Hospitalet, en este caso, era el municipio que más tierras tenía regadas por el canal, el cual transcurría paralelo a las vías del tren de la línea de Martorell. Este canal cuyo ancho a la altura de L'Hospitalet-Centre rondaba los 3 metros y un calado de 1'5 metros, podía llevar más de 3 m3 (3.000 litros) por segundo. Un buen trago de agua que, salvando mediante puentes los principales caminos y torrentes que se encontraban a su paso, servía para regar las más de 2.000 hectáreas de los terrenos hospitalenses de la Marina. No obstante, un soleado día de agosto de principios de los años 40 (la fecha exacta no ha trascendido), en plena campaña de riego estival, el Canal de la Infanta reventó violentamente a la altura del puente que atravesaba la Riera de la Creu.
Al estar el canal lleno para regar, los más de 3.000 litros por segundo se precipitaron a toda velocidad por la calle de la Riera de la Creu para abajo. La riera, al transcurrir soterrada desde 1928, no canalizó el agua vertida, por lo que el súbito aluvión de agua siguió la calle, limitada por los históricos muros de defensa de la riera ( ver La eficaz y desconocida muralla de L'Hospitalet ) hasta llegar a la Plaza del Repartidor, la cual era de tierra y estaba a medio urbanizar. Y al llegar aquí fue cuando se complicó la cosa... y no poco.
La plaza del Repartidor, de hecho, era la verdadera plaza principal de L'Hospitalet-Centre, ya que el espacio que había ante el ayuntamiento era muy estrecho por las casas que reseguían desde antiguo el Carrer Major, si bien en el momento del reventón ya habían sido derruidas y estaba pendiente su reurbanización. Este papel de espacio principal de Repartidor, hacía que, en un par de solares que había en ella, se ubicasen las atracciones de feria de la Festa Major, que por aquel entonces se festejaba por Sant Roc (16 de agosto), las cuales ya estaban instaladas en el momento de autos.
Al llegar el aluvión de agua proveniente del canal a la altura de la fuente del Repartidor ( ver El Repartidor, la fuente en peligro por una planificación urbanística obsoleta), en vez de seguir el antiguo cauce de la Riera de la Creu giró a la derecha y, pasando entre el edificio de Correos y la fuente, encaró hacia la calle Baró de Maldà, llevándose a su paso uno de los tiovivos de cadenas que estaban instalados en el solar que hoy ocupa el edificio del nº14 de la plaza del Repartidor, siendo arrastradas calle abajo las vagonetas que, en forma de barcas, servían para montar a la chavalería del barrio. No se pregunte por la solidez de la atracción; estábamos en posguerra y, como decía mi padre, siempre faltaban " cuatro pelas pa'l duro".
De esta forma, las barcas, independizadas a la fuerza de su giro eterno, tomaron Baró de Maldà abajo, flotando, por primera y única vez, en su medio elemento. Un agua que, salvando a toda velocidad los 6 metros de desnivel que hay entre Repartidor y el Carrer Major, acabó chocando furiosamente contra las puertas de las casas que se sitúan al final de la trayectoria de la calle, siendo reventadas por la presión del agua y arrastrando todo lo que encontraron a su paso. La, por aquel entonces, escueta plaza del Ayuntamiento vio cómo se inundaba por obra y gracia de la inesperada torrentada, con el añadido de ver cómo unas improvisadas barcas surcaban aquellas procelosas aguas.
Se desconoce si el incidente produjo alguna víctima, pero sí produjo daños importantes, a parte de en los feriantes afectados, en las casas que ocupaban los números 1, 2 y 3 de la Plaça de l'Ajuntament (hoy ocupadas por un único edificio), ya que en una de ellas había una mercería y perdió buena parte de su mercancía en la inesperada tromba proveniente del canal. Un canal que siguió vertiendo su agua calle abajo hasta que fue cortado y su agua vaciada, provocando un incidente que sacudió la tranquila cotidianeidad del Hospitalet de posguerra y que ha quedado, tan solo, como memoria histórica en extinción de la segunda ciudad de Catalunya.