Revista Cocina

Cuando llega la calma

Por Dolega @blogdedolega

cuando llega la calma

Hace una semana se hizo el silencio. Ese maravilloso y reconfortante silencio mañanero que se produce cuando los habitantes de la cueva se van a sus obligaciones y sabes que no volverán hasta la tarde. Así un día tras otro de lunes a viernes, una semana tras otra de mes en mes sin turnos, sin guardias, sin cambios de horarios que hagan de mí un taxi con servicio 24 horas.

La taza de café no volverá a ser recalentada cuatro veces en el microondas, los taxistas de la estación de tren van a echar en falta a esa señora en pijama que les hace la competencia a las cinco de la mañana ó a las doce de la noche ó a cualquier hora intempestiva que se le ocurra y los atascos de la M40 de Madrid serán historia.

A pesar de que el otoño no me gusta nada, de que llueve a cántaros, de que hace frío y de que hay una niebla que para sí la quisiera Mordor, la rutina ha colonizado mi casa y me ha regalado una de las cosas que más aprecio en este mundo, mi soledad.

No ha sido fácil no crean, primero he tenido que convencer a la Niña que las clases de zumba/fotografía/taller literario/cosas varias por entretenerme se hacen mejor si no tengo que bajar sesenta kilómetros en coche a buscarla cuando su padre está de viaje ó si el Consorte no se tiene que quedar por Madrid haciendo turismo hasta las ocho de la tarde una o dos veces por semana ya que esos pequeños detalles minan la armonía familiar y así no hay quien pueda presumir en Facebook de lo bien que nos llevamos y de lo mucho que nos queremos. Nuestro pueblo cuenta con una oferta deportivo/cultural muy variada a unos precios muy competitivos. Ya se encargan de meternos la puñalada monetaria en los impuestos municipales.

Luego he tenido que darle mucha, pero que mucha pena a Dios y un buen día envió a un intrépido empresario a ver el perfil del Niño en Linkedin y pensar “este es mi hombre” así que lo llamaron, lo bajé a la entrevista (ya saben que además de su chofer soy su talismán en estas aventuras) y después de hacerle el nudo de la corbata en la acera, me fui al coche a suplicarle a Dios, al Karma y a David el Gnomo que por favor lo contrataran. Que era un trabajo de ocho de la mañana a cinco y media de la tarde de lunes a viernes sin turnos, sin semanas libres para hacerme polvo la rutina, sin cambios de horarios y bueno además era un trabajo bien pagado y de su especialidad así que le haría ilusión y si no se la hacía me daba lo mismo. En dos días lo ficharon yo salté de alegría, él se puso de los nervios porque era un cambio cualitativo muy grande y mi Tranquilidad lloró de emoción imaginando el futuro.


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