En general, cuando hablo con la gente de mi entorno y comento que para nosotros es importante respetar los ritmos de David y que vaya creciendo y desarrollando a su ritmo, teniendo muy en cuenta sus necesidades, casi todo el mundo nos da la razón. Parece que, en teoría al menos, es un pensamiento bastante habitual y que mucha gente considera correcto.
Pero la teoría, en muchas ocasiones, dista mucho de la realidad.
Para muchos, respetar el ritmo de los niños está bien siempre y cuando su ritmo se adecue a lo que esperamos de ellos. Me explico: en muchas situaciones, respetar el ritmo de un niño no nos supone ningún esfuerzo ni nos limita en absoluto. Si empieza a hablar o a caminar unos meses antes o después, entendemos que va en función de su desarrollo personal y, por norma general, lo respetamos sin interferir.
Pero respetar realmente los ritmos y las necesidades de nuestros hijos es más complejo y, a veces, el hacerlo nos pone en situaciones de lo más incómodas. Para ejemplificar de lo que hablo, contaré varias situaciones en las que David me pone a menudo:
David, al menos hasta el momento, no es un niño excesivamente sociable, lo que hace que lleve muy mal las grandes reuniones. Y claro, llegado el momento, con David llorando a moco tendido y todo el mundo pendiente de nosotros, muchos me plantean que tengo que acostumbrarlo a este tipo de situaciones, le gusten o no. Nosotros, conscientes de que esto supone un problema y que resulta muy limitante, queremos tratar de que lo supere, pero poco a poco, a su ritmo. Esto implica que el problema no se va a resolver de un día para otro, puesto que no voy a tratar de aleccionarlo al respecto ni forzarlo continuamente a adaptarse para que aprenda. Simplemente vamos a salir un poquito más, durante periodos cortos, para que poco a poco se vaya familiarizando con según que situaciones. Quizas, para el resulte mas positivo que salgamos a tomar un aperitivo con unos amigos en una terracita a que lo metamos tres horas encerrado en un restaurante.
A mi modo de entender, de esta forma nos adaptamos al ritmo de nuestro hijo a la vez que tratamos de solucionar poco a poco el conflicto.
Hasta el momento, no es excesivamente confiado y, en la medida de lo posible, le gusta que su padre o yo estemos a su lado. Esto no implica que nunca se quiera quedar con nadie, puesto que se queda con sus yayos a menudo, pero es habitual en el, cuando entramos en un casa de sus yayos, entrar cogido de la mano hasta que pasa un ratito y se suelta.Yo entiendo que esto pasará y que con el tiempo cambiará y será más confiado, pero todo el mundo no lo ve de la misma manera.
Si bien, como he dicho antes, habitualmente todos asienten cuando se habla de respeto hacia los ritmos de los niños, en situaciones más o menos molestas como las descritas, donde muchos consideran que David ya tiene edad suficiente como para no comportarse de esa manera, el respeto desaparece.
Y no solo desaparece el respeto hacia el ritmo del niño, sino que también desaparece el respeto hacia la forma de educar de los padres, que en situaciones como estas, si no reaccionamos obligando al niño a hacer lo socialmente correcto, somos tachados de permisivos, de blandos y de no preocuparnos por enseñar a nuestro hijo.
Me pregunto porqué no somos sinceros con nosotros mismos y admitimos la realidad. El respeto hacia el desarrollo de un niño no acaba en el momento en el que resulta molesto, sino que se mantiene siempre. Eso de que hay que respetar sus ritmos, pero ya tiene edad de hacer esto o aquello, o de tolerar según qué situación me suena como algo que oí una vez relacionado con la lactancia: a demanda, cada tres horas. Dos planteamientos tan diferentes no pueden coexistir sin caer en el absurdo.
Sé como es mi hijo y acepto su comportamiento con lo que ello conlleva. A otros niños de su edad puedes llevarlos tranquilamente a todas partes, se quedan con todo el mundo y son super sociables. Y todo eso es estupendo. Pero que nadie se lleve a engaño, porque eso no quiere decir que sean mas o menos felices de lo que es mi hijo, ni que estén mejor o peor educados.
Esto no quiere decir que me ponga una venda en los ojos y siga adelante sin tratar de poner solución a determinadas situaciones, pero confío en que una gran parte de ellas se resolverán por si mismas, cuando David vaya madurando. Hoy por hoy, hacemos cosas que hace medio año ni imaginaba que podriamos hacer...pero el tiempo pasa, mi hijo crece y las situaciones cambian.
Creo que nuestro trabajo como padres consiste en tenderle una mano y ayudarle a superar ciertas cosas que le resultan más difíciles, pero no a las bravas y por la fuerza, sino tratando de comprenderle y poniendonos a su nivel. Estoy segura de que con un poquito de ayuda, las situaciones que hoy por hoy son difíciles dejarán de serlo y David crecerá feliz, sintiendose querido y respetado.
La sonrisa abierta y franca de David, lo cariñoso que es y el brillo de sus ojitos me demuestran que, aunque no esté haciendolo todo bien y me equivoque en muchas ocasiones, estoy criando a un niño feliz. Y para mi, eso es lo más importante.