Menudo partido el de ayer en Son Moix. Mallorca y Málaga saltaban al verde con muchas cosas en juego. Los locales luchando contra todo pronóstico por una plaza de Champions y los visitantes, por continuar el año próximo en la liga de las estrellas . Tiene el Málaga fama de ser un equipo rudo, tosco y que gusta de convertir los partidos en batallas deslucidas y algo kafkianas. Doy fe de ello. No voy a escribir aquí la crónica del partido, ya que no es el motivo del post. Simplemente decir que los 90 minutos fueron un quiero y no puedo por parte del Mallorca, que tuvo superioridad numérica buena parte del partido. Enfrente un equipo que jugó al patadón largo buscando que Caicedo primero y Oubiña después, pudieran sorprender a la contra, como así fue. Al final, un gol en el 90 muy discutido por presunta falta al portero, acabó por dejar las tablas en el marcador.
El partido no obstante estuvo marcado por las rencillas personales de unos y otros. La primera archisabida. Munua y Aouate, dos excompañeros que abandonaron su antiguo club por que no se podían ni ver. De trasfondo, una pelea entre ambos que acabó como el rosario de la aurora. Una historia que llegó incluso a los tribunales. Ayer, cuando llegó el momento del saludo entre los contendientes, previo al partido, ambos rehusaron darse la mano. La actitud de ambos, muy distinta. El Uruguayo desafiante, cabeza en alto y a la espera del movimiento de su rival. Aouate simplemente agachó la cabeza y paso de largo, ante el delirio de la grada por su desplante preconcebido. Cuando parecía que ahí se acabaría la cosa, el Malaga, que gana el sorteo, decide campo. Ambos porteros se vuelven a cruzar, apenas les separan dos metros, Munua a paso lento y Aouate corriendo al trote, mientras se da impulso y se cuelga del larguero de la portería. La tensión tremenda. No tengo dudas de cual de los dos es mejor persona. Tampoco la tengo de que este duelo de moral y autoestima lo ganó Munua, que se marcó un partidazo de escándalo, parandolo absolutamente todo, incluido un penalty, mientras escuchaba de fondo gritos de "Munua muérete".
Pero no fue éste el único affaire privado aireado inoportunamente. Quedaba la traca final. Tras el empate in extremis del Mallorca, los locales buscaban con desesperación el gol del triunfo. Ultima jugada de ataque del partido. Keita, pequeño delantero del Mallorca que apenas llevaba 5 minutos en el campo, intenta una jugada personal. Esta rodeado de contrarios que le cierran el camino a la portería. Aduritz le pide el balón, pero el africano prefiere intentar finalizar la jugada, que como no podía ser de otra manera, acaba en nada. Aduritz, pierde un poco los papeles y recrimina ostensiblemente a su compañero, con aspavientos exagerados y fuera de lugar, que no hacen sino poner al público en contra de su compañero de vestuario. No contento con eso, le propina un empujón alevoso y despreciativo. Keita, que está como una regadera, todo hay que decirlo, comienza una persecución por todo el campo hasta cazar al delantero vasco y propinarle un puñetazo. La grada alucina, el Málaga flipa y Manzano no da crédito. Mejuto piensa con buen criterio que es momento de parar, de lo contrario se va a liar parda. Los jugadores malacitanos se abalanzan sobre el trio arbitral para protestar por el gol del Mallorca, que podría venir precedido de falta al portero. Sin embargo, la afición local está aún consternada por lo vivido unos segundos antes.
Al parecer el pique no es de ahora. Keita es un jugador que juega poco, pero cuando lo hace, suele marcar. En muchas ocasiones se beneficia del trabajo realizado por Aduritz durante todo el partido, desgastando a los centrales con sus desmarques y caidas a banda. Ayer, el chaval explotó. Keita quería de nuevo la gloria, buscaba ser una vez más el salvador. Aduritz se equivocó en las formas y el lugar. Keita erró buscando la gloria personal, en lugar del bien colectivo. Ambos deshonraron una camiseta y un escudo. Al final, el perjudicado, el equipo y la afición. El primero, por dejar escapar quizá una ocasión irrepetible de estar en la liga de campeones el año próximo. La afición, por ser testigo de un echo que causa vergüenza ajena y que a buen seguro será pasto de lo que el ojo no ve, punto pelota y demás programas deportivos.
El fútbol debe servir como elemento enriquecedor, una actividad deportiva cuya misión sea unir y educar.
Ayer más de un padre se arrepintió de llevar a sus hijos al fútbol.