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Tiempo de lectura: 5 minutosLas raíces de la controversia arriana se remontan a tiempos anteriores a Constantino el Grande, encontrándose en el modo en que, a través de la obra de Justino, Clemente de Alejandría, Orígenes y otros, la iglesia entendía la naturaleza de Dios.
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Cuando los arrianos impulsaron el cristianismo a través de una herejía
El arrianismo debe su nombre al obispo Arrio, quién se formó en Antioquía, fue sacerdote en Alejandría y después obispo libio. Nacido en Cirenaica, Libia, alrededor del año 250 d.C., se formó en la corriente teológica creada por Orígenes, bajo el amparo de Luciano de Antioquía. Después de las persecuciones del emperador Diocleciano, se vinculó a Melencio de Licópolis, obispo cismático, aunque luego del edicto de tolerancia de Constantino (313 d.C.) fue ordenado presbítero ejerciendo su ministerio en Alejandría.
No fue sino hasta el 318 d.C. cuando comenzó a predicar su doctrina, caracterizada por un descarnado realismo teológico: Arrio sostuvo que Jesús no era Dios, sino la primera criatura creada por el Padre, con la misión de colaborar con Él en la obra de la creación y al que, por sus méritos, elevó al rango de hijo suyo; por lo mismo, si con respecto a nosotros Cristo puede ser considerado como Dios, no sucede lo mismo con respecto al Padre puesto que su naturaleza no es igual a él. Por ello no era consustancial con el Padre, careciendo de los atributos de la divinidad.
Esta doctrina se difundió rápidamente y ganó a un prelado ambicioso de la corte de Constantino, Eusebio de Nicomedia, que llegó a convertirse en el verdadero jefe del partido de los arrianos; también simpatizó con Arrio el historiador eclesiástico Eusebio de Cesarea.
Arrio abandonó Alejandría, yendo a predicar su doctrina al Asia Menor. El aumento de sus seguidores llevó al emperador Constantino a convocar un concilio ecuménico en Nicea (325 d. C.), al que presidió.
Triunfo de la divinidad de Cristo
Se reunieron en él más de 300 obispos provenientes de todo el imperio romano, predominando los de la parte oriental. Fue el primer concilio ecuménico universal y su objetivo era pactar aspectos doctrinales muy controvertidos. Fueron condenadas las tesis de Arrio que negaban la divinidad de Cristo, y también las de Macedonio, que impugnaban la divinidad del Espíritu Santo. También acordaron crear una jerarquía entre las diócesis, elevando cuatro de ellas al rango máximo de patriarcados: Roma, Jerusalén, Antioquía y Alejandría.
Este concilio, bajo la influencia de Atanasio (nuevo Patriarca de Alejandría), proclamó el dogma católico de la consustancialidad del Padre y el Hijo en un único Dios, y condenó a Arrio y a sus seguidores, afirmando el credo Niceno:
“Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador de todas las cosas (…) Creemos en un solo Señor Jesucristo, Hijo de Dios, engendrado sólo por el Padre, o sea, de la misma sustancia del Padre (…) engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre (…) que por nuestra salvación bajó del cielo, se encarnó y se hizo hombre”.
Constantino había evitado un cisma llamando a la concordia y solidarizándose con la mayoría, cuidando que se aceptaran y ejecutaran sus decisiones. Era forzosa la intervención del Estado, desde que la iglesia se iba convirtiendo en puntal de la autoridad estatal, de manera que cualquier amenaza a su unidad ponía en peligro la solidez del edificio imperial.
Tras la condena del concilio, Constantino prohibió que Arrio pudiera volver a Alejandría, y envió al exilio a Eusebio de Nicomedia. Pero Arrio pronto volvió a ganar la gracia del emperador debido a que el triunfo del credo niceno fue mas aparente que real, y la influencia del arrianismo continuaba creciendo.
Constantino le autorizó a regresar tres años después, por la influencia de arrianos de la corte. A partir de allí el arrianismo gozó de cierta protección oficial, deponiendo a Atanasio del Patriarcado de Alejandría y persiguiendo a los defensores de la doctrina de Nicea (335 d.C.).
Expansión de los arrianos
La muerte de Arrio al año siguiente no detuvo la expansión de su doctrina. Los hijos de Constantino tras su deceso renovaron el enfrentamiento, amenazando con llevar el conflicto a una guerra civil: el nuevo emperador de Oriente, Constancio II (337-361 d.C.), se declaró abiertamente arriano, mientras que su hermano Constante, emperador de Occidente, defendía el catolicismo; la muerte de Constante en el 350 d.C. dejó a Constancio como único emperador, decidido a impulsar el arrianismo y a perseguir la fe católica. Pero si bien en los sínodos de Sirmium y luego Rímini (357-359 d.C.) fue declarado el arrianismo como religión oficial del Estado, su misma división interna le jugó en contra.
Los arrianos se dividieron en dos alas: la más ortodoxa (eunomeos) sostuvo rigurosamente la diferencia entre la esencia del Padre y del Hijo, mientras que el ala semiarriana apoyó la semejanza de esencia entre ambos, cuestión que fue minando las bases del arrianismo. Además, surgió un credo neoniceno que suavizó la posición radical del concilio, atrayendo a sectores semiarrianos. Con todo, la superación definitiva del cisma duró aún veinte años.
Triunfo del credo niceno
El arrianismo se difundió entre las tribus germanas invasoras hasta los confines del imperio (ostrogodos, visigodos, burgundios, vándalos y longobardos), entre las que perduró durante mucho tiempo. Introducido por el obispo Ulfilas entre los germanos, el arrianismo fue la religión oficial de los visigodos hasta la conversión de Recaredo (589 d.C.). Los últimos arrianos longobardos desaparecieron en el 670 d.C., gracias a la habilidad de Gregorio Magno.
La influencia arriana empezó a declinar con la labor de Osio de Córdoba, Atanasio y Ambrosio, obispo de Milán; y se extinguió con el emperador Teodosio (379 d.C.), el cual dio un edicto en el que calificaba a los arrianos de herejes (380 d.C.), elevando la tesis nicena a única religión del imperio.
Finalmente, el arrianismo fue condenado por el Concilio de Constantinopla (381 d.C.), el que prácticamente lo eliminó; siguió siendo importante entre los pueblos germánicos aunque lo irían abandonando para pasarse a la fe católica obteniendo el apoyo de la iglesia, lo cual implicó más una cuestión política que de fe cristiana.
Autor: Lic. José Oscar Frigerio para revistadehistoria.es
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Agustín Lopez Kindler, “Constantino y el arrianismo”, Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, Anuario de Historia de la Iglesia, volumen 22, Pamplona, 2013.
Atanasio de Alejandría, “Discursos contra los arrianos”, Ed. Ciudad Nueva, Madrid, 2010.
Francisca Rocío Aguilera Hinojosa, “El Concilio de Nicea: la construcción del hereje en el estado cristiano”, Universidad de Málaga, trabajo de grado, s/f.
Franz Georg Maier, “Las transformaciones del mundo mediterráneo. Siglos III-VIII”, Historia Universal Siglo XXI, volumen 9, Siglo veintiuno editores, México, 1999.
María Isabel Loring García, “Alcance y significado de la controversia arriana”, Clio & Crimen, N° 1, Durango, 2004.
Samuel Fernandez, “Arrio y la configuración inicial de la controversia arriana”, Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, Scripta Theologica, volumen 45, Pamplona, abril 2013.
Yván Balabarca Cárdenas, “El Concilio de Nicea: una perspectiva histórica”, Facultad de Teología de la Universidad Peruana Unión, Revista Estrategias para el cumplimiento de la misión”, volumen 7 N° 1, 2010.
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