Todo es ya una burda mentira y se acentúa más y más cada día cuando me obliga a que, delante de la gente, le llame papá. Él, haciéndose el sorprendido, me dice con la más agradable de las sonrisa:—Ah ¿eres tú? ¿qué quieres hija?Mamá asegura que tengo el papá más maravilloso de todos. Me quedo mirándola con un profundo silencio que ella interpreta:—Ves, es tan estupendo que al comprenderlo nos quedamos sin palabras.
Desde la oscuridad de mi rincón donde me escondo, miro por la rendija de la destartalada puerta. Mi corazón me golpea ante el temblor de las telarañas, el crujir de las tablas del piso y la inquietante atmósfera que proyecta la luz del ventanuco. Pero algo me atrae especialmente. Es una muñeca ajada y sucia a la que le falta un brazo. Todo lo demás: cajas y baúles, sacos y materiales indescriptibles por el polvo que los cubre, la acompañan con su silencio. Aprieto los brazos contra mi pecho y le susurro que no tenga miedo que yo la protegeré.
De repente, su olor me sobresalta. Su cercanía me hace temblar. El miedo me ahoga. Sonríe y... Quiero morirme. Mis lágrimas resbalan silenciosas. Se enfurece y... El pis me moja las piernas y mis dientes castañetean. Más tarde, soy yo la que está en el suelo maltrecha y dolorida.
—Cariño, parece que oigo a un gatito gimiendo arriba, en el desván.
—¿Si? ¡Qué raro! Voy a ver.