Nos pasamos la vida diciendo a nuestros hijos qué hacer y qué no, cómo comportarse, previniéndoles de los peligros, dejando que experimenten sólo bajo supervisión y se expresen bajo mínimos porque no les permitimos sacar la rabia, la tristeza, la impotencia. No se grita, no se escupe, no se agrede, no se pelea, no se dicen ciertas cosas a la gente.....Pero tampoco les enseñamos a expresarse con competencia, ni a identificar emociones y gestionarlas con salud. No les enseñamos a obtener otras respuestas ante sus sentimientos, sólo les regañamos por las que dan. No les enseñamos a conocerse, a desplegar su potencial. Si van mal en matemáticas y excelente en lengua los apuntamos, como decía el cuento sufí, a clases de recuperación de matemáticas en vez de alimentar sus gustos por las letras con actividades afines a sus intereses. Preferimos que se entrenen en idiomas antes que en habilidades sociales. No les enseñamos a ser asertivos sino a defenderse. Y les damos capacitación académica pero no para la vida. Los apuntamos en veinte actividades pero ninguna conlleva el servicio a otros, y muy temprano, los adiestramos a conseguir recompensa material: si no, no hay gloria.Así repetimos respuestas automáticas aprendidas, son los mismos resortes que se activan.No sólo les enseñamos lo socialmente indecoroso que resulta llorar o mostrar nuestras emociones, lo peor es que les inculcamos la inutilidad o el no-derecho de sentir ciertas cosas. "Tú eres el arco del cual tus hijos, como flechas vivas, serán lanzados.Deja que la inclinacion en tu mano de arquero
sea para su felicidad." Kahlil Gibran
