Piensa por un momento que vas a un espectáculo de magia y de repente el ilusionista enciende todas las luces y te deja ver todos y cada uno de los trucos, así, sin música ni artificios. Te sienta en una silla y te enseña como se hace eso de cortar a una persona en dos y juntarla después, o lo de tragar sables sin un poquito de salsa ni nada. Seguro que pensarías que la cosa pierde toda la gracia y que ese sujeto que se ha cargado toda la ilusión ni es mago ni es nada. Te sentirías tan estafado como si cuando eras crío hubiesen venido tus padres a soltarte, así, a pelo quién es el Ratoncito Pérez, tu que habías guardado el diente con toda la ilusión debajo de la almohada.
Si es que hay cosas que en pleno SXXI continúan funcionando igual que cuando vivíamos en las cavernas. Sólo se tienen en pie gracias al misterio, por ese halo de magia que las rodea y las mantiene vivas a lo largo de los siglos. Me vienen a la cabeza dos cosas, una de ellas puede ser la religión, cualquiera de ellas. Repetimos símbolos, gestos, oraciones y costumbres que se pierden en la noche de los tiempos justo por eso, porque creemos en el efecto “sobrenatural” de algo que no entendemos. Imagina por un momento que apareciesen los huesos de alguien que se supone resucitó, acabaría todo, caería el misterio y con él todo lo demás.
Pues algo así nos puede estar ocurriendo en la otra de las cosas esas misteriosas que me venían a la cabeza. La monarquía, eso que se daba “Por la gracia de Dios” y que parece que se nos caiga en pedazos, en parte porque parece que los señores de la corona estén asesorados por Robespierre, en parte porque si el poder en una democracia está el pueblo entonces hay cosas que no se entienden y en gran parte porque al final las cosas acaban cayendo por su propio peso y tarde o temprano aparecería el niño gritando aquello de “EL EMPERADOR ESTÁ DESNUDO”, ya tardaba, la verdad.
Si tienes un poco de memoria igual piensas como yo. La cosa empezó con “lo del elefante” que intentaron acabar con la disculpa un poco torpe de “lo siento mucho, no volverá a ocurrir”. Desde ese momento al Rey le cayó la corona y empezamos a verlo como un señor que se accidentó en un viaje con una señora que no era la reina. Mal asunto. Intentaron arreglarlo con una abdicación Hara-Kiri y la coronación de un señor más joven, con más gancho pero que no acaba de encajar en un país que ha llegado a creen en la democracia y que alucinó ya en las primeras navidades con la escenografía rococó en plena megacrisis económica en la que muchas familias no tenían ni para turrones. Después salió por la tele sin espíritu conciliador en el asunto de Cataluña o nos sale hablando del sexo de los ángeles cuando estamos luchando contra “el bicho”. No lo consiguen, no logran reenganchar con el misterio necesario para seguir adelante con una monarquía estable y la “real fuga” a Emiratos árabes de un anciano que aparece haciendo una barbacoa no ayuda a ello.
Quizá la gota que colme el vaso sea la de la llamada telefónica a Lesmes quejándose de que el ejecutivo no le había dejado acudir a Barcelona. Puede que el chivato del presidente del Consejo General del Poder Judicial debiera haberse callado para no encender el bidón de gasolina. Pero el daño está hecho y la imagen del Rey de una monarquía parlamentaria desobedeciendo al ejecutivo en un estado democrático ha salido a la calle (sea por lo que sea). ¿Resultado? Nos ha llegado la visión de un monarca que llama para quejarse en plena rabieta porque no le dejan ir a algún sitio, como los niños del colegio. Una vez más parece que siguen sin entender las normas del juego de una estado democrático. Igual el gobierno no acertó al decirle que no podía ir a Barcelona pero con este show no gana nada la Zarzuela. Puede que en otras épocas hubiese quedado como una metedura de pata sin importancia pero estamos todos alterados por razones obvias y eso no ayuda. Será difícil de reencauzar la situación. Al final ¿Se desvelará el último misterio?¿Caerá ya el telón?