La Oratoria, con mayúscula, se perdió hace mucho tiempo. Pero todavía hay algunos con "mucha labia" como se dice, capaz de arrinconarte verbalmente y convencerte de casi cualquier cosa. Un gran orador debe ser capaz de cambiar las emociones de sus oyentes. Desde su abigarrado nacimiento allá por Sicilia y su desarrollo en Grecia, la oratoria se convirtió en un arma tan peligrosa como una daga bien afilada. Los logógrafos se dedicaban a escribir discursos elocuentes. Lisias, Sócrates, Demóstenes, Platón, Aristóteles dieron fé de sus poderosos entresijos. Y qué me dicen de Cicerón o Quintiliano, que perfeccionaron las técnicas oratorias. Pero, como dicen, una imagen vale más que mil palabras (para el que lo crea), y el deterioro de la Oratoria es proporcional al descubrimiento y avance del poder manipulador del valor de la imagen. Un suave afeitado, una bonita corbata y un buen traje impresionan más, al menos, que cien referencia sobre el buen vestir y su correlación con el hombre ejemplar. Y unos zapatos, ni te digo. Un abrigo de visón, o de auténtica piel. Un buen peinado sofisticado, etc. Al mismo tiempo, tenemos a los guionistas de los discursos políticos (la oratoria abarca grandes diferenciaciones técnicas sobre el discurso), imitadores de los logógrafos del pasado y que hacen un flaco favor al género literario, pues adolecen de esa emotiva y tan eficaz técnica para transformar de emotividad del oyente en favor del orador, que se ha convertido en un simplón lector incapaz ni siquiera de ser un buen intérprete de lo que lee. Muchos "mapitas mentales" pero poca chicha (y no me refiero a la bebida alcohólica). Y sin embargo, todavía hay quien se emociona con las palabras al oírlas. Hoy vale más un buen desnudo que una lengua locuaz y vivaracha, que levanta más suspicacia en el oyente que emoción o erección. La Oratoria murió por la evolución de la imagen como propaganda y el deterioro de la memorización discursiva, que para muchos, por sus contraindicaciones para el pensamiento crítico injustificado, se ha convertido en el hereje de la conciencia. Y sin la interiorización memorística no hay discurso emocional, sino procesos de verbalización llenos de vacío de contenidos racionales. Otros muchos, tienen miedo a hablar en público, y no les culpo, más bien se me tornan temerosos de vaciar de contenido todo aquello que tanto ansían comunicar. Tienen miedo de que no se les comprenda. Porque finalmente, sólo hablan con protagonismo los que menos o nada tienen que decir.