A veces, cuando me miras, siento alivio, uno tonto de saber que sigues ahí, y otras, un chorro de cariño que me baña entera.
A veces, cuando me miras, la ternura sale a borbotones y se mezcla con ésa que veo en tus ojos, y se encuentran a medio camino, y bailan.
Pero a veces no me miras, y no siempre lo llevo bien. Me falta esa ternura, ese cariño y hasta ese alivio porque parezco necesitar de tus ojos para reconocer esos sentimientos. No me entiendas mal, ¡claro que sé lo que es el cariño, el alivio, la ternura y hasta el amor si me apuras! Pero es que, cuando no me miras, siento que me falta algo.
Hoy me he mirado al espejo, quería saber la diferencia entre tu mirada y la mía, hasta he ensayado la ternura y el cariño en mis ojos pero les faltaba algo, les faltaba tu esencia.
Me he sentido triste, quiero sentir tu mirada.
Pero soy cabezota, necesito saber, y he vuelto al espejo. He pasado mucho rato allí, observando, y a veces daban ganas de irse porque no veía nada, sólo unos ojos inquisidores, ávidos de saber, que por momentos inventaban destellos de un ‘reconocer’ que desaparecía al instante.
Al final me he dado cuenta de lo que pasaba: buscaba tu mirada en mis ojos. Claro, pero es que los míos tienen su propia mirada, su visión no es la tuya. Me ha costado un poco aceptarlo, no creas; era difícil digerir que no reconocía mi propia mirada y buscaba otra.
No sé cómo me ven mis ojos, ahí estaba el vértigo.
Seguí mirando. Seguiré mirando y aprenderé cómo es mi mirada, aprenderé a descifrar lo que ven mis ojos. Aceptaré lo que tengan que decirme para poder Ser cuando me miras, y también cuando no me miras.
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