Revista En Femenino
Hace tiempo que me ronda este tema, delicado y triste a partes iguales, por circunstancias obvias, o quizás no tanto. Desde el momento en que mi mente y mi corazón lo pensaron, se ha ido fraguando un claro homenaje a aquellos que nos han dado la vida, que nos preceden, que lo dieron todo a cambio de nada, de algún beso achuchado tal vez, pero poco más, y a los que un buen día, la vida les dio un revés y pasaron a ser ellos quienes necesitaron que nosotros lo diéramos todo por ellos, a cambio, tan sólo, de una mirada agradecida. Hace un tiempo, una buena amiga compartió en su Facebook el siguiente escrito (dedicad un par de minutos a leerlo, vale la pena): SOMOS PADRES DE LA MUERTE DE NUESTROS PADRES, que me hizo llorar, mucho, durante un rato largo, pero que me hizo, sobre todo, sonreír. Lloré con nostalgia mientras leía, pero lo hacía mientras sonreía de pura satisfacción, como cuando sabes que las cosas se hicieron bien. Supongo que esa lectura removió aún más mi necesidad de hablar de nuestros mayores. Poco después fue mi hermano quien compartió un vídeo que también dejaba claro el mensaje de la inevitable senectud y de nuestro papel en ella. Así que, con todo el respeto que merecen, desde el cariño más profundo, y con la gran admiración que deberían despertarnos... Ahí va mi sentir, mi mensaje, y parte de mi corazón PARA ELLOS, NUESTROS MAYORES.La vida es un ciclo. Sí. Y como tal, nos trae al mundo indefensos y así nos suele despedir. Si todo sigue su curso natural, nacemos dependientes, y así morimos. Nuestro comienzo y nuestro final están unidos por un fino hilo que conecta nuestra manera de responder a la llamada de la vida o de la muerte. Cuando niños, son nuestros padres quienes nos proporcionan el calor necesario para salir adelante, cubren nuestras necesidades primeras, nos llenan de amor en forma de besos, abrazos e, incluso, los necesarios límites, nos ayudan a aprender para que, poco a poco, seamos autónomos, personitas capaces de resolver nuestro día a día por nosotros mismos. Comparados con cualquier animal somos, literalmente, inútiles. Cuando viejos, nuestro cuerpo y nuestra mente se vuelven vagos, recuperan su inutilidad, desafían lo aprendido, lo practicado... y volvemos a ser esos seres dependientes que, hace muchos años, nacieron siendo así. El tiempo nos arrebata la salud a veces, otras no, pero sí la energía. Se las lleva lejos, donde nuestra mirada no alcanza y nuestros débiles brazos tampoco. De pronto, sentimos que no servimos para nada, que estamos hipotecando la vida de los nuestros, y que nuestra vida se escurre entre nuestros dedos como la fina arena de playa... De pronto, nos estamos yendo.Miramos con nostalgia lo vivido, nuestros sueños alcanzados, nuestros logros, nuestras inquietudes saciadas, lo que dejamos a quienes se quedan, el legado en forma de vida que regalamos a nuestros hijos y que deseamos les dure siempre. Y, un día, sin saber muy bien cómo, el proceso de regresión a nuestro nacimiento, es inminente, ya no se va, se establece, sin pedir permiso, sin concesiones, implacable y cruel. Y nos volvemos pequeños. Somos como cuando llegamos a este mundo: necesitamos cuidados, cariño e infinita paciencia. Necesitamos lo mismo que nuestros padres nos dieron a nuestra llegada: AMOR INCONDICIONAL EN CANTIDADES INFINITAS; la diferencia está en que este amor lo utilizamos entonces para salir adelante en este mundo loco, y ahora lo necesitamos para dejar el mundo que ha sido nuestro hogar sin miedo, para despedirnos de la vida y pasar a otra esfera, desde la que, curiosamente, estaremos mandando a los nuestros mucho más amor del recibido en el proceso de nuestra marcha. Cuando nuestros mayores se vuelven pequeños... sólo piden amor. El amor incluye paciencia, cariño, dedicación, sonrisas a cambio de enfados y nuestro tiempo. Ellos recibieron nada cuando nos lo dieron todo. ¿Seremos capaces de devolverles ese amor incondicional? No es fácil. Hay días duros, en los que le cansancio te puede, la paciencia se agota, te fastidia tener que repetir varias veces la misma escena, cambiar de planes de golpe... Porque, sobre todo, somos humanos y no tenemos el corazón de piedra, con lo bueno y lo malo que implica. El truco está en mirar atrás, llenar el corazón de recuerdos bonitos, de momentos padres-hijos irrepetibles, de buscar en esa mirada enfadada la sombra de la frustración y la tristeza y darnos cuenta de que ellos no han elegido llegar a esto ni llegar así. Tenemos el poder de darle la vuelta a la tortilla, de acompañarlos para que su despedida sea dulce, o su largo camino hasta el final del viaje más cómodo, de hacerles saber que nos tienen, siempre, como nosotros los hemos tenido a ellos, y de que si estamos ahí es por amor, del bueno, porque queremos, porque LOS QUEREMOS, porque somos felices cogiendo su mano y hablándoles bajito, porque nos sentimos plenos amándolos sin límites y sin horarios. Porque ellos nos dieron el regalo de la vida y nosotros queremos regalarles nuestro tiempo sin condiciones, para que su fin de etapa, largo o corto, sea tan dulce como nuestros comienzos. Cuando nuestros mayores se vuelven pequeños... No hay vuelta atrás, no hay concesión de tiempo, no es reversible... Y un buen día, su sueño se convierte en eternidad. Querámoslos mucho, infinito, HASTA LA LUNA Y VUELTA. CON M DE MAMÁ y de MAYORES