Cuando Rogge dijo que habían empatado supe que Madrid se quedaba fuera y me embargo una profunda alegría. Eufórico, me puse a leer y a escribir sobre la Operación Puerto, sobre los 180 que fueron en “el avión del gorrón” o sobre todas las ocasiones que nuestros representantes se han encargado de dejarnos en ridículo a lo largo y ancho del mundo. Pero todo eso da igual. Mi alegría no iba por ahí.
Es posible que no entienda de política, de macroeconomía ni de relaciones exteriores. Tengo problemas para hablar con un vecino en el ascensor así que pensar en todo ese tumulto de idas, venidas y mamoneos que se dieron en Buenos Aires me da ganas de vomitar. Pero tengo 26 años, soy valenciano y he crecido con esa forma de vida. La eventocracia. El pan y circo elevado a la máxima expresión. Mientras el PP naufragaba por España aquí arrasaba. Y arrasaba porque encontró una fórmula genial. De hecho copió la fórmula de sus principales enemigos, de algún país sudamericano o asiático. Dar a la gente lo que quiere. Financió a los equipos de fútbol (un presidente del Valencia pidió el voto para el PP), consiguió la fórmula 1 (Ecclestone elogiaba a Camps) o la Copa América (de la que nada se sabía antes ni nada se supo después). Controlaba los medios y si algo salía mal, “es que el gobierno de España no nos paga” o “es un boicot de los catalanes contra Valencia, nos tienen envidia” eran las dos expresiones recurrentes que orientaban las iras de la masa en otra dirección pero siempre hacia fuera.
He dicho forma de vida y no forma de hacer política porque lo que ellos hacían es la vida. Lo que Rita y Camps ejecutaron a la perfección no era un modelo político (de hecho apenas recuerdo discursos ideológicos) era una forma de vivir. El valenciano que se compra un BMW pero no tiene para comer en casa, la familia que pide ayudas en el colegio concertado pero tiene un chalet en Jávea o la gente que piensa que la gastronomía, la moda, la vida cara es buena por el mero hecho de ser cara.
Rajoy copió ese modelo pero no es Camps. Camps (salvando los chanchullos) era un fenómeno, un elegido, un superhombre. Aunque luego nos lo intentaron vender como una víctima de su bondad, si de algo fue víctima fue de su enorme capacidad para salir vencedor de todo. Rajoy es un hombre gris, sin ningún talento, rodeado de incapaces y de gente que se amontona alrededor de unos sobres o dentro de un avión porque no tienen otra cosa que hacer. Rajoy es un perdedor. No es Camps, ni siquiera es Aznar.
Pero ¿por qué me alegre? Para mi la alegría es ver que, a veces, pierden los malos. Que en este país de mierda es posible que una caterva de ineptos pueda votar a Rajoy o a Botella, que admiremos a deportistas dopadxs, que haya periodistas que viven de escribir al dictado del gobierno y que sigamos lloriqueando cuando perdemos sin admitir que aprobar o suspender depende del alumno y no del profesor. Pero, al menos fuera, saben que damos pena. Y eso demuestra que el mundo no va tan mal.
Que para ganar siendo malo no basta con ser un Rajoy, hay que ser un Camps. A mi me gusta que hasta los malos sean los mejores. Pero España a los Camps también se los carga. Quizá ese sea el verdadero problema, que ni siquiera nuestros malos lo hacen bien.
PD: visita el videoblog que ahí no rajo.
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