Mucho juego mediático han dado estos días los golpes de pecho de Pedro Solbes a propósito del cúmulo de errores e improvisaciones en los albores y primeros compases de la crisis que aún nos afecta. El ex vicepresidente se dejó caer por el Congreso de los Diputados para decir – en román paladino – que en realidad, el Gobierno de Rodríguez Zapatero del que formó parte hasta que se hartó, no dio ni una para hacer frente al tsunami. Ni dieron con la clave para que la burbuja inmobiliaria no se siguiera inflando hasta que estalló ni cayeron en la cuenta de que las cajas de ahorro eran cascarones repletos de deudas que al final hemos tenido que pagar de nuestro bolsillo todos los españoles. Dijo Solbes en su comparecencia que se equivocó por no controlar el déficit y que el famoso “cheque bebé” que Zapatero se sacó de la chistera estuvo “mal diseñado” – signifique eso lo que signifique – y que él nunca fue partidario de su aplicación. De aquellos años todos recordamos también el no menos famoso Plan E, un cajón de sastre para financiar obras públicas de medio pelo que apenas contuvo la sangría del desempleo. De las declaraciones de Solbes en la comisión del Congreso que estudia la crisis se desprende que Zapatero no le hacía ni pajolero caso y que el talante y el cálculo electoral se terminaron imponiendo al rigor económico que se demandaba en aquellas complicadas circunstancias. Después vino el “me cueste lo que me cueste” de Zapatero para evitar el rescate de nuestro país – que al final se terminó produciendo en forma de “generoso préstamo” de la UE, según Rajoy – , y a partir de ahí lo ocurrido ya forma parte de los libros de historia de este país.
Bien está que Solbes entonara el mea culpa en el Congreso, aunque en realidad terminó por adjudicarle la responsabilidad en parte a Zapatero, en parte a las circunstancias y en parte a Rodrigo Rato, que va de sobrado con su tono de “usted no sabe con quién está hablando”. ¡Quítate que me tiznas, le dijo la sartén al cazo! Lo que ya no está tan bien es que el que fuera mano derecha de Zapatero para los asuntos económicos no hiciera el petate mucho antes si al presidente del Gobierno por un oído le entraban y por el otro le salían sus consejos. Si a Zapatero le bastaban las dos tardes que le recomendó Jordi Sevilla para hacerse todo un experto económico, Solbes estaba de más en ese gobierno. Aún bajo los efectos paralizantes de que un político compareciera en la sede de la soberanía nacional y reconociera que acertó menos en sus previsiones que Ocatvio Aceves en las suyas, al día siguiente compareció Elena Salgado. La suya fue una rectificación con la boca pequeña sobre una gestión de la que dijo eso tan socorrido de que hubo aciertos y errores – que apenas detalló - y que todo el esfuerzo del Gobierno fue evitar el rescate de España por los hombres de negro. No se rasgó Salgado las vestiduras ni entonó mea culpa alguna sobre decisiones muy cuestionadas en su momento como la salida de Bankia a bolsa. Más bien disparó sobre el pianista al asegurar que fue la situación de Irlanda y Grecia la que puso a España contra las cuerdas. Con todo, de lo dicho por Solbes y Salgado podemos extraer algunas conclusiones jugosas, aunque sea a toro muy pasado. La primera es que la inmensa mayoría de los políticos prefieren una operación de apendicitis sin anestesia que rectificar y reconocer en público sus errores. Si lo hacen – como Solbes – no es tanto para admitir haber metido la pata hasta el corvejón como para buscar excusas y culpar a otros de sus fallos. La segunda es que, para que la rectificación sea útil y al menos sirva de consuelo, convendría que se hiciera antes de la siguiente glaciación después de los hechos sobre los que se rectifica. Y la tercera y última es que Solbes ha dejado en muy mal lugar a los economistas ya que ha actuado como alguien que te dice mañana – o dentro de 10 años - por qué no se cumplieron hoy las previsiones que hizo ayer.