Eso de que el cliente siempre tiene la razón no siempre se cumple. Al menos cuando el cliente es Nelson Rockefeller y los contratados, Diego Rivera y Frida Kahlo. Uno no estaba acostumbrado a que le dijeran que no y los otros estaban hartos de decir sí.
En 1933, Diego Rivera y Frida Kahlo llegaron a Nueva York invitados por el Museo de Arte Moderno. La institución alojaría a los artistas y pondría a su disposición un estudio para que Rivera pintase cinco murales para una muestra individual.
Mientras preparaba la exposición, Rivera recibió una propuesta de Nelson Rockefeller, que estaba construyendo el Rockefeller Center. El millonario quería decorar los muros del edificio de la RCA con temas relativos a "las nuevas fronteras de la humanidad". Para ello había intentado convencer a Matisse, que declinó la invitación por entender que su pintura no era adecuada para las dimensiones del vestíbulo. También intentó contratar a Picasso, pero no fue posible dar con el malagueño.
Cuando Rockefeller supo que Rivera estaba en la ciudad se lo propuso al mexicano. Este aceptó de inmediato. El trabajo sería remunerado con 21.500 dólares y podía compaginarse con el encargo del MoMa. ¿Qué podía salir mal?
Rivera comenzó a pintar en el vestíbulo del edificio RCA El hombre en la encrucijada. La obra mostraba la realidad de los años 30, las consecuencias de la quiebra de Wall Street y arrojaba una mirada crítica sobre el capitalismo.
Nelson Rockefeller sabía de los ideales revolucionarios de Rivera. Sin embargo, pensó que el renombre internacional del que disfrutaban él y Kahlo beneficiaría al proyecto. Además, Abbey Aldrich, esposa de Rockefeller y fundadora del MoMa, era admiradora de Rivera y coleccionaba sus obras.
Los primeros problemas llegaron cuando Rivera decidió no acatar las cláusulas del contrato. La pintura debía hacerse en lienzo, pero decidió pintar un fresco. La gama cromática debía limitarse a blancos y negros, pero él decidió utilizar más colores. Por último, los bocetos debían ser supervisados por los arquitectos a cargo del proyecto. En caso de que los arquitectos llegaran a verlos, eran muy diferentes a lo que se plasmaba en el muro.
La gota que colmó el vaso fue la inclusión entre una multitud de la figura de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin. Un hecho que no pasó por alto para el New York World Telegram, que dio la noticia con el siguiente titular: "Rivera perpetra escenas de actividad comunista en los muros de la RCA y Rockebeller Jr. paga la cuenta".
Para evitar el escándalo, Rockefeller exigió a Rivera que borrase a Lenin. De paso, que quitase también otra figura que aparecía bebiendo con un grupo de mujeres que parecían prostitutas. Esa figura era idéntica a Rockefeller. Rivera se negó. Frida le apoyó en la decisión. Rockefeller decidió despedirlo.
Para sustraerlo a la atención de los curiosos, el fresco se cubrió con una tela. Aunque hubo manifestaciones que pedían que se dejase a Rivera acabar la obra, de nada sirvieron. El 9 de febrero de 1934, un grupo de obreros destruyó con martillos y cinceles el fresco.
Cuando Kahlo y Rivera regresaron a México, el Gobierno decidió desagraviar al artista y le propuso repetir el fresco en un edificio del país. Según el contrato con Rockefeller, el cliente estaba obligado a la devolución de los bocetos en caso de rescisión. Rivera recuperó esa parte del trabajo y repitió la obra en los muros del Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México.
Mientras tanto, el vestíbulo del edificio RCA continuaba sin decoración. La situación era delicada para cualquier artista. ¿Se atrevería alguien a aceptar el encargo de pintar un nuevo mural en el lugar donde había estado el de Rivera? Por supuesto que sí.
En 1937, el español José María Sert, pintor que caracterizado por su actitud amable y sumisa con el poder y los poderosos, aceptó el encargo. Su trabajo, calificado por Hilda Trujillo, directora del Museo Frida Kahlo y Diego Rivera-Anahuacali, como de "demodé y complaciente", fue del total agrado de la familia Rockefeller. Todavía hoy en día, continúa decorando el vestíbulo del edificio.
Como sostiene Trujillo, el problema del enfrentamiento entre el millonario y el pintor no fue por la inclusión de la figura de Lenin (o Trostky y Marx, que también hay una de cada). En realidad fue un choque entre dos modos de concebir el arte y el mundo. La lucha entre el capitalismo y el comunismo, mucho antes de que estallase la Guerra Fría.
Eso de que el cliente siempre tiene la razón no siempre se cumple. Al menos cuando el cliente es Nelson Rockefeller y los contratados, Diego Rivera y Frida Kahlo. Uno no estaba acostumbrado a que le dijeran que no y los otros estaban hartos de decir sí.
En 1933, Diego Rivera y Frida Kahlo llegaron a Nueva York invitados por el Museo de Arte Moderno. La institución alojaría a los artistas y pondría a su disposición un estudio para que Rivera pintase cinco murales para una muestra individual.
Mientras preparaba la exposición, Rivera recibió una propuesta de Nelson Rockefeller, que estaba construyendo el Rockefeller Center. El millonario quería decorar los muros del edificio de la RCA con temas relativos a "las nuevas fronteras de la humanidad". Para ello había intentado convencer a Matisse, que declinó la invitación por entender que su pintura no era adecuada para las dimensiones del vestíbulo. También intentó contratar a Picasso, pero no fue posible dar con el malagueño.
Cuando Rockefeller supo que Rivera estaba en la ciudad se lo propuso al mexicano. Este aceptó de inmediato. El trabajo sería remunerado con 21.500 dólares y podía compaginarse con el encargo del MoMa. ¿Qué podía salir mal?
Rivera comenzó a pintar en el vestíbulo del edificio RCA El hombre en la encrucijada. La obra mostraba la realidad de los años 30, las consecuencias de la quiebra de Wall Street y arrojaba una mirada crítica sobre el capitalismo.
Nelson Rockefeller sabía de los ideales revolucionarios de Rivera. Sin embargo, pensó que el renombre internacional del que disfrutaban él y Kahlo beneficiaría al proyecto. Además, Abbey Aldrich, esposa de Rockefeller y fundadora del MoMa, era admiradora de Rivera y coleccionaba sus obras.
Los primeros problemas llegaron cuando Rivera decidió no acatar las cláusulas del contrato. La pintura debía hacerse en lienzo, pero decidió pintar un fresco. La gama cromática debía limitarse a blancos y negros, pero él decidió utilizar más colores. Por último, los bocetos debían ser supervisados por los arquitectos a cargo del proyecto. En caso de que los arquitectos llegaran a verlos, eran muy diferentes a lo que se plasmaba en el muro.
La gota que colmó el vaso fue la inclusión entre una multitud de la figura de Vladímir Ilich Uliánov, Lenin. Un hecho que no pasó por alto para el New York World Telegram, que dio la noticia con el siguiente titular: "Rivera perpetra escenas de actividad comunista en los muros de la RCA y Rockebeller Jr. paga la cuenta".
Para evitar el escándalo, Rockefeller exigió a Rivera que borrase a Lenin. De paso, que quitase también otra figura que aparecía bebiendo con un grupo de mujeres que parecían prostitutas. Esa figura era idéntica a Rockefeller. Rivera se negó. Frida le apoyó en la decisión. Rockefeller decidió despedirlo.
Para sustraerlo a la atención de los curiosos, el fresco se cubrió con una tela. Aunque hubo manifestaciones que pedían que se dejase a Rivera acabar la obra, de nada sirvieron. El 9 de febrero de 1934, un grupo de obreros destruyó con martillos y cinceles el fresco.
Cuando Kahlo y Rivera regresaron a México, el Gobierno decidió desagraviar al artista y le propuso repetir el fresco en un edificio del país. Según el contrato con Rockefeller, el cliente estaba obligado a la devolución de los bocetos en caso de rescisión. Rivera recuperó esa parte del trabajo y repitió la obra en los muros del Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México.
Mientras tanto, el vestíbulo del edificio RCA continuaba sin decoración. La situación era delicada para cualquier artista. ¿Se atrevería alguien a aceptar el encargo de pintar un nuevo mural en el lugar donde había estado el de Rivera? Por supuesto que sí.
En 1937, el español José María Sert, pintor que caracterizado por su actitud amable y sumisa con el poder y los poderosos, aceptó el encargo. Su trabajo, calificado por Hilda Trujillo, directora del Museo Frida Kahlo y Diego Rivera-Anahuacali, como de "demodé y complaciente", fue del total agrado de la familia Rockefeller. Todavía hoy en día, continúa decorando el vestíbulo del edificio.
Como sostiene Trujillo, el problema del enfrentamiento entre el millonario y el pintor no fue por la inclusión de la figura de Lenin (o Trostky y Marx, que también hay una de cada). En realidad fue un choque entre dos modos de concebir el arte y el mundo. La lucha entre el capitalismo y el comunismo, mucho antes de que estallase la Guerra Fría.