Ayer se despidió en TVE la (esperemos) primera temporada de Olmos y Robles, una serie que con sólo ocho episodios se ha convertido en una de mis favoritas porque, así, resumiendo un poco, es fantabulosa total. De hecho, me he arrepentido de no dedicarle crónicas semanales como a otras joyas españolas como El ministerio del tiempo.
TVE, si la renuevas por una segunda temporada, te prometo que todas las semanas le dedico una entrada. Que no va a servir de nada porque la cadena ni conoce mi existencia, pero, oye, por intentarlo que no quede.
Cuando se estrenó hace ocho semanas, ya comenté lo mucho que me gustó el episodio piloto, pero es que desde entonces la cosa ha ido a más. Y es que Olmos y Robles ha sabido conciliar perfectamente, durante toda la temporada, esos géneros tan dispares que era el policíaco con el de pueblo con encanto, rompiendo además con varios tópicos.
En primer lugar, y creo que es lo que más agradezco de todas las cosas buenas que tienen, es que no juegan con la inteligencia ni del espectador ni de los personajes. Sí, la trama horizontal de Los siete infantes de Lara era un tanto predecible (desde el regreso de Alcides a Ezcaray ya se intuye por dónde van a ir los tiros y Guerezt era un villano tan obvio que no podía serlo en realidad), pero se han molestado en tomársela en serio y ofrecerla perfectamente dosificada. Porque, sobre todo, ha sido interesante y entretenida y Almanzor ha sido un gran villano: el arco del padre Juan fue toda una sorpresa (a ver quién se veía venir que era un testigo protegido) y encima estuvo muy bien contado, culminando en esa gran escena de la iglesia.
Además, fue precisamente Almanzor el detonante de los dos mejores episodios de toda la temporada. Sí, los ocho han sido muy divertidos, pero los dos últimos mezclaron magistralmente la comedia con la tensión, el thriller y la acción con escenas muy memorables en ambos géneros. Por ejemplo, cuando Atiza mata a Salazar fue épica a morir, pero también tuvo unos diálogos descacharrantes.
Y, como decía hace un par de párrafos, no jugaban con la inteligencia de los personajes. Por lo general, en las series o son más bien cortos o no comparten información, lo que provoca que te desesperes. Pero aquí no. Aquí absolutamente todos los personajes son inteligentes y actúan con cabeza, aunque también puedan ser desastrosos. Por ejemplo, Atiza es un vago, pero también es muy capaz, como demuestra ayer al organizar al pueblo para atrapar a los dos sicarios de Alcides. Otro ejemplo sería Cata cuyo don sí que es permanente y no desaparece cuando conviene (como el de Emma Swan para saber cuándo le mienten).
De hecho, el otro aspecto que más le agradezco son los personajes.
Hoy por hoy, tras haber visto los ocho episodios, no hay ni uno solo que me moleste o que no me interese. Sí, Guerezt era un pesado irritante, pero ese era su papel. Sin embargo, ante el resto no puedes más que quererlos, incluso a ese Damián retorcido donde los haya, manipulador y cobarde, que no podía ser un malo más típico ni más divertido. Verlo sentado en su silla, acariciando a su animal molaba muchísimo, al igual que ese constante enfrentamiento con Cata.
Es de agradecer también que en ninguna parte se hayan olvidado ni de la parte policial, ni del pueblo, manteniendo así varias tramas horizontales como la de la cooperativa, a Isabel vendiendo sus tierras (con el perpetuo boicot de Damián), el misterioso plan de Braulio y Claudio y los secretos que ocultaba Nuria.
Toda esa parte no ha podido ser ni más entrañable, ni más divertida. La serie tiene mucho corazón a la hora de tratar a sus personajes y las relaciones entre ellos, teniendo mucho cuidado de relacionar a prácticamente todos los personajes. Quizás el ejemplo más claro sería la historia de amor entre Nuria y Lucky, que no ha podido ser más mona, pero no han sido los únicos: las chicas tenían una gran amistad, Claudio y Braulio han tenido escenas muy bonitas (su final en el globo fue precioso), la relación padre-hija entre Atiza y Nuria...
Pero si ha habido una relación importante esa ha sido la de Olmos y Robles. Es increíble ver cómo han evolucionado de los dos primeros episodios a este último, a esa despedida (esperemos que temporal) con la que cerraban la temporada. Bueno, en realidad, debería hablar de lo mucho que ha evolucionado Robles, porque Olmos ya respetaba y apreciaba a su compañero desde el principio, la verdad.
Lo que me estoy controlando para no empezar con chistes de 'Oficial y caballero'...
Esa relación entre los dos ha sido lo más importante. Los casos eran excusas para ponerlos a trabajar juntos, para que se conocieran y acabaran queriéndose. De hecho, en el séptimo episodio, El juego de Almanzor, les faltaba acudir a terapia de parejas con esas discusiones tan típicas de un matrimonio. Y, claro, ni qué decir tiene que ha sido tan divertido como tierno, una vez más. Un detalle tan tonto como Robles haciéndole unas albóndigas a Olmos era capaz de sacarte la sonrisa, al igual que las escenas en las que Domi le trataba como un nieto más.
Y es que Robles se ha humanizado muchísimo desde su llegada a Ezcaray y, lo más importante, Rubén Cortada se ha soltado tanto que resulta impresionante.
En el episodio piloto Pepe Viyuela era el amo de la función, el que más destacaba tanto a nivel interpretativo como de personaje, pero con el paso de los episodios todos se han equiparado. No sólo es una serie muy coral donde todos tienen su sitio y están más o menos parejos, sino que todos los actores están increíblemente cómodos y se refleja en la pantalla.
Pero como desde el principio todos eran maravillosos, quiero destacar a Rubén Cortada, que fue lo único que me chirrió en el piloto. Quizás era su forma de interpretar a un Robles sieso como ninguno o quizás que se ha ido haciendo con el tono de la serie, no lo sé, pero la cuestión es que ha terminado siendo muy natural hasta en las escenas de comedia más física, como ese (épico) momento en que Robles debe imitar a Gollum en el juego de las películas. Yo es que aún lo recuerdo y me meo viva. Vamos, que el señor Cortada ha terminado demostrando que es algo más que una cara bonita y yo he acabado tan rendida a sus pies como al del resto del reparto.
También me sorprendió muchísimo el cambio de registro de Luis Miguel Seguí en este último episodio, una vez se le cae la careta de amigo majo. Ha sido impresionante verlo de malo malísimo un poco desquiciado tras haberlo visto tanto tiempo interpretar a Leo en La que se avecina. De hecho, va a ser una pena no volver a verlo más por Ezcaray, aunque espero que le guarden algún flashback.
Porque tiene que haber segunda temporada. Olmos y Robles es una serie maravillosa con una audiencia media mayor que la de la cadena y, encima, en mi TL por cada tweet dedicado a Mar de plástico (responsable del bajón de audiencia), había veinte sobre Olmos y Robles y no precisamente por RTs de los actores. Quizás no ha tenido el mismo impacto que El ministerio del tiempo, pero tiene el suyo y lo han hecho tan bien que ellos se merecen volver y nosotros merecemos ver una temporada donde resuelvan el misterio que plantaron ayer: el de la muerte de los padres de Robles con esa referencia a la hidra (¿Alcides será amiguito maligno de Grant Ward?), que seguramente tendrá que ver con la muerte de los de Olmos (demasiada casualidad que ambos se quedaran huérfanos por la misma época).
Eso, junto a esos casos que han escrito y que no podían ser más variados. Me alegra que no hayan convertido Ezcaray en, no sé, Los Angeles y que hubiera asesinatos todos los episodios. De hecho, han sido tan variados que, de nuevo, no puedo más que comentar lo listos que son los guionistas: monjas amnésicas, ladrones de arte, cadáveres cambiados de tumba, el cuervo blanco... Vamos, que se las han apañado para ofrecer misterios sin que muera medio pueblo, lo que es de agradecer, sobre todo porque así iban presentando otros lugares de La Rioja.
Salvo mi pueblo, que sólo sacaron un bazar chino, pero, bueno, eso en la segunda temporada se puede solucionar.
Y, de paso, me podrían dar una escena donde Cata y Damián discutan como cochinos y acaben barriendo la mesa en plan apasionado. No sé si me entendéis... Pero eso son cosas mías. Lo importante es que TVE debe renovar Olmos y Robles porque su primera temporada ha sido genial... y porque siempre podemos presentarnos ahí los fans con horcas y antorchas, ¿a qué si?
Podéis visualizarme sentada tras la mesa tras la que escribo esto, con cara de maligna al imaginar lo que podríamos hacerle a TVE si no nos da la segunda temporada, mientras acaricio un peluche al más puro estilo Damián, seh. Es que no tengo un Genaro, ni animales disecados... que, de hecho, me dan tirria, así que contentémonos con el peluche. Muajajaja.