Revista En Femenino

Cuando se pierde el sueño

Por Felizenbrazos

Son las 4 de la madrugada. Y llevo despierta 1 hora. Otra vez me ha vuelto a pasar. La princesa quiere teta, mama feliz y se da la vuelta. Pero, en vez de hacer yo lo mismo, algo pasa por mi cabeza, algo que ahora no tendría que estar aquí. Y me desvelo.

Ya no consigo dejar de dar vueltas a las cosas. Cada vez que me pasa, es por alguna tontería, algún pensamiento, que enciende la mecha y ¡Boom!, todo en mi cabeza explota y ya no puedo dormir, ni dejar de pensar, de hacer planes, de tener ideas, pero, sobre todo, de tener miedo.

Todo se resume en lo mismo. El miedo. El pánico a estar equivocándome. A no estar haciendo las cosas bien. Miedo al fracaso, y mucho, mucho miedo, al “ya te lo advertí”.

Cuando nació la princesa, hace 15 meses, mi vida cambió totalmente, mis conceptos, la forma de ver las cosas, las prioridades. El trabajo dejó de ser importante, lo importante era ella, su crianza, su educación, no me importaba lo que la sociedad actual pensara, sólo pensaba que ella tenía que estar conmigo, una hija con su madre, no “cuidada” por desconocidos, no alimentada con fórmula, no abandonada, aparcada como nos obligan a hacer. Y lo dejé todo por ella.

Dejé el trabajo, invertí el poco dinero que tenía en la tienda de portabebés y me lancé de cabeza a hacer algo que me apasiona(ba) y me permitía estar con ella.

Y no fue nada fácil. No me refiero a lo material ni a lo económico, me refiero psicológicamente hablando. Porque cuando haces algo así, esperas que te apoyen. Las personas que “te quieren”, las que están cerca. Pero choqué contra muros. Me encontré malas caras. Y me encontré muy sola.

Claro que ha habido gente que me ha apoyado. Muchísima gente. Gente a la que estoy muy agradecida, que me anima a seguir, gente que casi ni me conoce.

Pero, a las 4 y pico de la mañana, lo que pasa por mi mente no es esa gente. Es la otra. La “familia”, los que hacen las cosas por mi bien y solo me echan mierda encima.

Pienso y pienso. Sabía, o creía saber, que montar un negocio de la nada no era fácil. Pero pensaba, o quería pensar, que rápidamente vería sus frutos. Nadie me informó, nadie me advirtió que esto no era fácil. Lo único que escuchaba cada día eran preguntas sobre lo que había vendido y malos augurios.

Ya ha pasado más de medio año. Pero esto no funciona. Imagino que es lo normal, al principio no hay beneficios. Pero ya no tengo un colchón donde apoyarme. El dinero se acaba y mis ideas también. Le estoy dedicando a esto mucho esfuerzo. Mucho más que una jornada laboral normal. Y me compensa. Porque estoy con mi hija, porque comparto con ella cada minuto del día. Porque paso muchas más horas con mi príncipe grande. No paro de hacer cosas, de moverme, de inventarme. Pero ya no se me ocurre que más hacer.

Y esto es lo que me ha desvelado. ¿Y si ya no puedo seguir? ¿Que voy a hacer? ¿Llevar a mi niña a la guardería? ¿Perderme todos los momentos? ¿ Ver la cara de satisfacción de la gente que “me quiere” alegrándose porque sabían que iba a fracasar? ¿He fracasado? ¿Qué más puedo hacer? ¿Está todo perdido?

Y así, entre lágrimas de rabia, miedo e impotencia, otra noche más veo pasar las horas del reloj. Y mañana tengo que poner buena cara, porque la gente que “me quiere” no entiende que pueda estar triste y cansada, me regañan como si fuera pequeña y me estuviera equivocando. ¿Me estoy equivocando? Porque yo creo que no, que nadar a contracorriente no es malo, es bueno, es seguir mi instinto, es querer hacer bien las cosas, aunque no sea del modo que la mayoría creen que se debería hacer.

Y así seguimos, mi cabeza a 100 por hora, como para dormir.

Por lo menos, la veo dormir a ella y me relajo. Es mi punto de apoyo, mi calma en mitad de la tormenta, es por quien tengo que seguir y luchar para conseguir lo que me propongo. Por ella, que duerme conmigo. Y por él, que duerme en la habitación de al lado, y que con sólo 11 años, levanta mi ánimo como nadie sabe hacerlo. Mi otro punto de apoyo.

Son las 5 de la madrugada. 2 horas despierta. No sé si podré volver a dormir. Pero escribir me ha servido para sacar los fantasmas de mi cabeza, ahora por lo menos, estoy más tranquila.


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