Nací en un cuerpo de mujer. Y con él, la etiqueta de ‘mujer’ a mis espaldas. Nunca le hice mucho caso. He salido bastante rebelde y demasiado libre como para que algo o alguien me dicte (aunque sea en silencio) cómo se supone que debo comportarme, qué aficiones tener, a qué jugar, con qué vestirme, que si pintarme, que si dulcificar mis gestos, que si cremas, que si hijos, que si esto o que si ahora todo lo contrario.
No CREO en hombres ni en mujeres. No creo en cualidades femeninas ni masculinas. No creo en que ÉL protege y en que ELLA cuida. No creo que me falte nada por lo tanto no tengo nada que demostrar. No creo que soy menos que ‘alguien’ por lo que nada de lo que otro me diga (insultos incluidos) me va a molestar. No tengo ninguna necesidad de ser feminista porque la única persona que me importa que me valore y respete soy YO. Nadie más.
Creo en mí. Y cuando no lo hago, no CULPO a ‘la sociedad’ de ello. Me RESPONSABILIZO de la falta de seguridad en mí misma que tengo en ese momento. Nadie, repito, NADIE tiene el poder para hacerme sentir indigna si yo no se lo permito. Y permitir es CREER que no valgo. Y esa creencia sólo depende de mí. O la tomo como verdad o la dejo ir.
Caemos en la misma trampa de siempre: el VICTIMISMO. El “pobrecitas”, cuando de pobres no tenemos nada. La Igualdad está en nosotros. La justicia está en nosotros. La paz está en nosotros. DENTRO. Lo de fuera es un reflejo de lo que anida en nuestro interior. Y hasta que no cambiemos ese no merecimiento, esa falta de empoderamiento, de creer en nosotras sin tener que gritarlo a los cuatro vientos, sin vestirnos de lila y sin los puños en alza, todo seguirá igual.
Hoy es 18/12/2016. Tenemos los mismos derechos que cualquiera. Somos Libres para hacer y deshacer lo que nos dé la gana. El único problema que hay es que somos prisioneras de nuestros propios miedos. No nos atrevemos a brillar. A salirnos de lo establecido. A expresar nuestra opinión. A ir contracorriente. A SER lo que sentimos y no para lo que nos han criado.
Nos hemos creído que estamos por debajo, que hay que luchar, que la mujer de ahora tiene que ser ‘más’.
Primero: ¿Qué es ser mujer? ¿Qué es ser hombre? Nada. Una identificación más. Un nombre más. Es todo un engaño para creernos diferentes y generar conflictos entre nosotros cuando lo único que nos diferencia son las carnes, lo que nos cuelga y lo que no de ellas.
Una persona no es más humilde, más sensible, más valiente, más honrada, más honesta, más coherente o más vulnerable por haber nacido hombre o mujer. Cada uno de nosotros elegimos CÓMO ser, qué actitud tomar ante la vida y de qué manera caminarla. Nos influye la educación recibida, sí. ¿Pero quién decide si yo expreso mis sentimientos o no, si yo hablo o me callo, si yo miento o soy sincera, si tengo hijos, si me caso, si soy infiel, si engaño, si robo, si no me respeto, si tengo una pareja maltratadora, drogadicta o abusadora, si trabajo en una empresa o si me hago autónoma? ¿Lo deciden mis tetas, acaso? No. Lo decidimos, lo aceptamos, cada una de nosotras. Asumámoslo de una vez. Nadie nos obliga. PODEMOS, somos CAPACES, pero no nos atrevemos.
Yo no escojo de quién me enamoro pero sí con quién compartir mi vida. Seamos consecuentes con nuestras elecciones. No es lo que siento, es lo que hago con lo que siento lo que marca mi destino, mi Presente.
Es más fácil culpar a los otros de lo que únicamente está en nuestra mano hacer (y no hacemos). Hay mucho rencor, hay mucha rabia y mucho ‘historia’ acumulada en nuestra memoria. Y hasta que no nos perdonemos por todo lo que hemos consentido que nos hicieran seguiremos echando balones fuera y fomentando una realidad que sólo es real cuando NOSOTRAS así lo permitimos.
La ‘cosificación’ es una invención para mantenerte atada a la cárcel mental en la que tú misma te has metido. Yo me desnudo si me da la gana. Me prostituyo si me da la gana. Vendo mis intimidades si me da la gana. Me tiro de un puente si me da la gana. Y alquilo mi vientre si me da la gana. Que para eso es mío. Se llama LIBERTAD. Y cada uno hace con su cuerpo, su mente y su corazón lo que crea conveniente (siempre que no perjudique a los demás).
¿Quién soy yo para decirle a nadie qué tiene que hacer con su vida y cómo vivirla? ¿Quién soy yo para IMPONER mis creencias?
Y si algo de lo que te digan o escuches te ofende, el problema lo tienes tú en TI. Y quizás también el otro, pero eso es cosa de él, no tuya. Yo con ocuparme de mí tengo más que suficiente.
Si la humanidad dejara de identificarse tanto con lo que CREE SER, se acabarían las guerras (tanto internas como externas).
Yo no soy mujer ni catalana ni española ni enfermera ni hija ni hermana ni tía ni amiga ni blogger ni trabajadora ni parada ni soltera ni lesbiana ni Leo ni espiritual. Cada una de esas palabras lleva consigo la carga de una definición que ‘tenemos que cumplir a rajatabla’ para sentirnos ‘del grupo’, seguros, apoyados. Y nos paseamos con nuestras banderas, con la cabeza bien alta, orgullosas de ser ‘algo’ y luchando para no dejar de serlo. Porque si yo no soy todo eso, entonces ¿QUIÉN SOY?. Y, ¿qué hago si no soy nada?
Esta pregunta es la que nadie se quiere responder porque para hacerlo tienes que dejar de ser ‘algo’ y empezar a serlo ‘todo’. Y en ese ‘todo’ sólo estás tú, contigo. Con tus luces y tus sombras. Sin asociaciones a las que agarrarte. Sin pautas que seguir. Sin maestros, guías, jefes, directores, que te digan lo que tienes que hacer. Sin un suelo estable por el que pisar y pasar. Sin futuros programados. Sin salvadores ni salvados…
Por eso nos encanta la ‘pertenencia’. Porque así, si algo falla, si nos equivocamos, si fracasamos, si no sabemos, nos lavamos las manos y evitamos SENTIR dolor, tristeza, culpa, soledad y/o frustración (aparentemente…).
Creemos que estamos luchando por la libertad cuando lo que estamos haciendo es actuar como marionetas de nuestro propio teatro. Queremos ser libres pero no queremos asumir lo que implica la libertad. No hacemos (individualmente) nada por conseguirla. Seguimos (sobre)viviendo en un pasado que está más que obsoleto, que se caducó hace tiempo, aunque nos hagan creer (y nos creamos) lo contrario. Seguimos enganchadas a la queja y al ‘drama’.
SER HUMANO. Es lo único que soy. Y ni eso…
La solución no está en poner parches.
La solución está en SANAR LA RAÍZ.
SIN VÍCTIMAS, NO HAY VERDUGOS
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