Revista En Femenino
Hace unas semanas bajé a una tienda cercana al trabajo para comprarun sándwich que tomarme a media mañana. Aprovechando que estábamos la dependientay yo solas, y supongo que alentado porque éramos mujeres y no hombres, entró untipo con aspecto raro. Deambulaba y miraba las neveras, pero no cogía ningúnproducto.
Al fin se acercó a nosotras y mal encarado y desafiante mepidió dinero. Pedir no es el verbo, me exigió que le diera mi dinero. Yo tenía la cartera en la mano, podía habérmela arrebatado con unmovimiento rápido, pero me cerré en banda a darle nada. Su mirada cargada de desprecio y sus insultos meencendieron. Retadora le dije “mi dinero es mío y de mis hijas. Soy unatrabajadora”. Acto seguido miró a la dependienta, que le explicó que ella no podía darle el dinero de la caja, pues era una simple empleada, no la dueña.
Él comenzó a farfullar, pero yo, fingiendo una calma que nosentía, pagué e hice ademán de irme. Me cortó el paso con un “¿pero dónde tecrees que vas?”. La chica de la caja tenía en sus manos un móvil para haceruna llamada de socorro, pero la cortó en seco. “Y a quién vas a llamar tú”, espetó.Empecé a sentir miedo a que llevara una pistola, aunque meparecía improbable que la sacara a la una de la tarde en un barrio bien de Madrid, un episodio propio de una película de acción. Temía como hipótesis más certera ver de cerca un arma blanca. Pero no sacó nada. Y aunque le tengo pavor a los enfrentamientosfísicos, sopesé la posibilidad de empujarle, pues medía menos que yo. Esincreíble como funciona el cerebro cuando se le activan los mecanismos delmiedo.Como al fin entendió que no íbamos a darle ni un céntimo de euro,se marchó, después de llamarnos “putas” varias veces y otros cuantos insultos que no escuchébien, pues hablaba entre dientes.He sabido después que cerca de la tienda en cuestión hay un comedor dondeunas monjas dan el almuerzo a indigentes, mendigos y gente de toda clase, pero con un común denominador: no tienen paracomer. No sé si él era un habitual de la calle oun “nuevo pobre” de los que la crisis va vomitando sin freno. Pero no entiendopor qué los demás hemos de pagar esa violencia exacerbada y las desgracias ajenas. Un pobre aramado con un buen arsenal de violencia contra dos personas indefensas, supongo que por pura desesperación. Hoy en día pueden acuchillarte por 20 o 30 euros de nada, no hace falta mucho más. Y meterte un tiro por no mucho más.Lo que más me sorprende es mi resistencia numantina. En circunstanciasasí sobra la osadía y es más inteligente dejarse llevar por la prudencia. Ya lo sé para otra ocasión.