Revista Fútbol americano

CUANDO SUENE LA TROMPETA [Relato Ganador 2014]

Publicado el 18 diciembre 2016 por Gronedson

CONCURSO DE RELATOS "ALIANZA LIMA CORAZÓN"
Organizado La Hermandad Aliancista

CUANDO SUENE LA TROMPETA [Relato Ganador 2014]

CUANDO SUENE LA TROMPETA - Primer Lugar

La primera y última vez que abracé a mi viejo fue en el estadio. De la primera ocasión solo guardo pequeños destellos de recuerdos que por momentos asaltan mi memoria, como la vez cuando me dijo: "mira, nosotros somos de ese equipo, el que está saliendo a la cancha". O cuando se paró a reclamarle al árbitro para que cobre un penal a favor de Alianza, su equipo, que ahora también era el mío. O quizás de la ocasión en la que le pregunté, cándidamente, si es que aquí podía hablar lisuras; y de su risa ahogada y de su barba mal afeitada que sentí cuando me besó luego de sentarme en sus piernas y decirme: "que no se entere mamá"; y de cómo le empezamos a mentar la madre al árbitro, a carajear al equipo rival y a aplaudir cuando una jugada era buena y a pararnos cuando pensábamos que podía llegar una ocasión de gol.

Todas esas cosas las aprendí, muy a groso modo, la primera vez que mi viejo me llevó al estadio. Con el transcurrir de los años fue mucho más difícil ir con él a Matute. Mi juventud y su vejez no eran buenos complementos. Él prefería quedarse en casa y yo elegía estar en la calle.

Recuerdo con claridad el día en el que un amigo del colegio, quien pertenecía a la barra de la tribuna oriente, me informó que estaban buscando personas que apoyen al equipo tocando algún instrumento musical en los partidos de local. Yo en ese entonces pertenecía a la banda escolar, tocaba la trompeta y, a veces también, me generaba algún dinero extra los fines de semana en fiestas salseras informales

Al viejo no le gustaba esa vida. Decía que me iba a ir por mal camino, que él quería verme hecho un profesional. Yo era su único hijo y, por lo tanto, quería dedicar todos sus esfuerzos a que yo estudie "una carrera más rentable", según sus palabras. De esa manera, en casa se generaban siempre más de una discusión, sobre todo porque mis salidas y reuniones con la barra se fueron haciendo mucho más frecuentes. Además, las salidas con la trompeta que el director de música me prestaba -ya que también era hincha de Alianza- implicaba un riesgo el cual, en caso de pérdida, me hubiese sido imposible afrontar. Al final el viejo, luego de tantas discusiones y consejos, ganó la batalla y yo decidí que la música sería solo para Alianza y le dedicaría los fines de semana.

Cuatro años después de mi ingreso a la universidad, un cáncer al pulmón se llevó a mi viejo un mes de junio de un día que no quiero recordar. Unos meses antes, cuando los médicos le diagnosticaron poco tiempo de vida, y con mi primer sueldo de practicante, lo llevé por primera vez a occidente, esa tribuna donde el fútbol se podía ver de la misma manera en la que se ve desde un televisor. La tribuna en donde puedes llegar tarde y encontrar asiento. La tribuna donde la gente observa el partido sin preocuparse de nada más. Esa era la tribuna ideal del viejo, quien era una persona pensativa, metódica y analítica. Quizás conmigo se transformaba y se contagiaba del arraigo popular de las veces que íbamos a la tribuna sur. Pero esta vez, por primera vez desde que fuimos al estadio, lo vi sentarse cómodamente en su butaca, fumar un cigarrillo y disfrutar del espectáculo. Ese día ganó Alianza 1 a 0. Ese día, al final del partido, me pidió que su cajón sea azul y blanco. Ese día, tuvimos la última oportunidad de gritar gol y de poder unirnos en un abrazo de padre a hijo. Y de hijo a padre. Fue la última vez que abracé a mi viejo.

Dos meses después de su muerte, cuando volví al estadio junto con los muchachos de la banda, el árbitro dictaminó un minuto de silencio. Normalmente nuestra barra aprovechaba ese lapso para cantar y transmitir su apoyo al equipo. Pero ese día fue diferente. El motivo del luto era el fallecimiento de un miembro muy querido de la familia blanquiazul. Y las barras se rigen por códigos. Y respetar ese minuto de silencio era algo que no se podía quebrantar.

Yo, por alguna extraña razón, en aquel momento me acordé del viejo, y de su mirada reflexiva y de su barba siempre mal afeitada y también del día de su muerte. Y cerré los ojos intentando impedir la caída de una lágrima. Con manos temblorosas llevé la trompeta a mi boca y toqué el minuto de silencio. Y sentí que estaba en el funeral de mi viejo, y que cada nota que salía de la trompeta era para él, aunque nadie lo supiera y aunque la gente pensara que todo ya estaba ensayado con mucha anticipación.

Y mejor que hubiese sido así, porque de cierta forma transmitía una complicidad entre el viejo y yo; e imaginé que el viejo sabía que, cuando suene la trompeta, cada nota simbolizaría las veces que estuvimos juntos, y representaría la tristeza de ya no poder abrazarnos más con un grito de gol. Pero imaginé también que él sabía, que cuando suene la trompeta, sería para transmitir la alegría y el amor de ver jugar a Alianza; y me miraría como solía mirar a las personas: de forma analítica y dulce a la vez; y sonreiría, y en ese momento, los dos recordaríamos las veces en las que fuimos felices aquellos días en el barrio de Matute.
Autor: Juan Antonio Huamani Ore


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