Revista Educación

Cuando te pide la moto

Por Mónica Soldevila @mosolvi

Un buen padre vale por cien maestros.

Jean Jacques Rousseau

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- Mónica Soldevila -

Hay una edad en la que las motos son un gran atractivo para los jóvenes. Son potentes, dan poder y autonomía en los desplazamientos y, además, tienen fama de peligrosas, lo que las hace todavía más atractivas para un adolescente. Aquel que tiene una moto tiene más posibilidades de triunfar en el grupo de amigos.

Cuando un niño pide a sus padres que le compren la moto, los padres suelen reaccionar de dos maneras:

- Decirle que no, ya sea de una manera tajante, argumentando lo peligrosas que son y la cantidad de muertos por accidente de tráfico que hay cada año en las carreteras o, mediante el chantaje emocional, diciéndole cuánto sufriríais sabiendo que va por ahí en moto.

- Ceder al capricho. Se la compramos y así dejará de insistir. Recordemos que los adolescentes pueden llegar a ser muy ingratos y obstinados, además creen que lo saben todo y son capaces de mostrar mucho resentimiento hacia sus progenitores.

Si optamos por la primera opción, seguramente el niño se sentirá incomprendido por sus padres, pensará que no confían en él, o que creen que no es capaz de conducir una moto. Un sentimiento muy común entre los adolescentes es el hecho de no ver el peligro “por qué me iba a pasar a mí” o “seguro que los que tienen accidentes no saben conducir”. Con lo cual, la negativa de los padres repercutirá en que todavía desee más la moto. Lo más probable es que vaya de paquete en otras motos o que pida motos prestadas. De este modo, no habremos conseguido apartarlo del peligro, sino que, por su falta de experiencia o de habilidad tendrá más posibilidades de tener un accidente.

Con la segunda opción, los padres se quedan con la sensación de que se han preocupado por su hijo ya que se han gastado dinero en él. El niño está contento y les ha dejado tranquilos, por un periodo de tiempo, seguramente no muy largo, pues ha conseguido la moto, aunque dándole el valor directamente proporcional al esfuerzo que le ha costado conseguirla, o sea, nada. Por lo que sigue sin estar capacitado para circular por la carretera. Tiene las mismas posibilidades de tener un accidente que en la opción anterior.

Llegados a este punto, lo mejor sería que el adolescente no nos pidiera la moto, pero seguramente vais a tener que pasar por ello. No podemos controlar a los amigos de nuestros hijos (aunque sí es obligación de los padres conocerlos y saber con quién anda), no podemos controlar a los demás conductores, no podemos meterlo en una burbuja hasta que pase la adolescencia. Vas a tener que llegar a un acuerdo con tu hijo. Si has prestado atención a su educación desde pequeño, no evitarás que pase por los conflictos de la adolescencia pero será un poco más fácil. Recordemos que sólo una educación sólida preparará al niño para la vida.

Si quiere la moto, tendrá que ganársela, el cómo no importa, cualquier cosa que le cueste  esfuerzo como aprobar una asignatura difícil, cumplir con alguna obligación durante un tiempo, no llegar tarde a casa, estudiar un idioma… y cuando lo consiga, tendrá la moto y una sorpresa. Ésta consistirá en la matrícula a un curso completo de conducción avanzada. Si le gustan las motos puede que le parezca una buena sorpresa. Si no se lo parece, no hay problema, un trato es un trato y los compromisos con los hijos son sagrados, las dos partes deben cumplirlos. Eso sí, se deja todo claro desde el principio, y si puede ser por escrito, mejor.

Si en el instituto de tu hijo no tienen un programa de prevención de accidentes, puedes llevarlo a charlas por tu cuenta. Éstas están orientadas a los adolescentes y les enseñan desde la realidad de los accidentes explicados por las víctimas o por trabajadores que los viven a diario (bomberos, policías, médicos, enfermeros…) hasta cómo evitarlos. Las charlas no intentes dárselas tú, esto nunca funciona, recuerda que es un adolescente y cree que sabe más que tú.

Aquí tienes un ejemplo, Te puede pasar, que incluye un Road show para jóvenes, una iniciativa de la Junta de Andalucía coordinada por la Consejería de Sanidad, colaboran AESLEME (Asociación Española para el Estudio de la Lesión Medular Espinal) y TRAFPOL-IRSA España (Asociación Policial para la mejora de la Seguridad Vial):

¿SABÍAS QUE…?

Cada año mueren en España alrededor de 1400 jóvenes de entre 15 y 19 años en accidentes de tráfico, y más de 8000 resultan heridos graves.

Los accidentes de tráfico son la primera causa de muerte entre los jóvenes en España.

La tasa de mortalidad por accidente de tráfico de los chicos es cuatro veces la de las chicas.

La probabilidad de que un joven muera en España en accidente de tráfico es el doble que en Suecia u Holanda.

El 60% de los accidentes de tráfico de los jóvenes ocurren entre viernes y domingo, y de éstos la mitad tienen lugar entre las 12 de la noche y las 6 de la madrugada.

El 47% de los jóvenes españoles (17-24 años) se considera capacitado para conducir después de haber bebido cuando sale por la noche.

Declaraciones de Fernando Oltrá, parapléjico por accidente de moto:

“La verdad es que había sido una caña de noche. Fumamos unos porros, tomamos unas copas en el botellón, nos reímos mucho, bailamos, ligué con la chica que perseguía desde hacía tiempo. Es decir, una noche fantástica.

Debían ser las cuatro cuando cogí la moto para irme a casa porque al día siguiente tenía partido. No había casi tráfico, así que circulé como una bala haciendo giros y estupideces de ese tipo. Me sentía magníficamente, como Superman volando por primera vez.

Sólo recuerdo que la moto se me resbaló al inclinarla demasiado y que pensé que la había cagado, que iba a rallar toda la moto. La verdad es que sólo pensé en la moto. Cuando desperté, estaba en el hospital, lleno de tubos y rodeado de máquinas. Estaba en la UVI. Me sentía fatal y pensé que el alcohol se había acabado para mí. ¡Qué idiota! Me di cuenta de que era el alcohol el que había acabado conmigo. Que me había quitado las piernas, los partidos, el baile, el sexo; que me había quitado la alegría y las ganas de vivir. La verdad es que durante un tiempo desee haber muerto. Ahora ya no.

Me costó mucho. Fue como volver a nacer y ser de otra especie distinta. En lugar de piernas, ruedas, sin sensibilidad de medio cuerpo para abajo, ni para defecar, ni para orinar, ni para nada. Por supuesto, nada de sexo. Otra persona, otra vida… y aun tengo que estar agradecido porque sólo soy parapléjico, no tetrapléjico, sin sensibilidad en todo el cuerpo menos en la cabeza, y porque llevaba el casco y no me he quedado además con la cara deformada, o vegetal, como algunos que he visto en este hospital en el que estoy aprendiendo a vivir de nuevo.

Es verdad que no es lo mismo, ni de lejos, pero a pesar de todo puedo vivir y disfrutar, que hay muchas cosas como el amor y la ternura que no mueren en el accidente, ni la inteligencia, ni mil cosas…

Ya ves, un porro, unas copas y hacer el tonto con la moto o el coche…”


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