Revista Salud y Bienestar

"Cuando te tiran un niño..."

Por Ángel López Hernanz @angelopezh

Cuando "tiran un niño" desde los brazos de sus padres a los de un médico, es que aquellos creen que su hijo tiene algo grave y lo lanzan o te lo tiran a tus brazos como si estuvieran liberándose de la enfermedad y lo dejan lo más rápidamente posible en manos de aquel en quien confían que les puede ayudar en ese momento, que en este caso es el médico que tienen delante.
Durante esta semana me han lanzado dos niños un lactante de pocos días y otro un poco mayor, aunque durante mi dilatada vida profesional me han lanzado muchos y no por haber atendido ya muchas situaciones similares dejan de ser espectaculares, en cuanto a la alarma social que crean y al estado de ánimo que me provoca.
Estoy pasando consulta en mi horario habitual, pautándole en ese momento el Anticoagulante Oral (Sintron®) a una paciente con una demencia leve, que hoy ha venido sola a recogerlo. Oigo un gran tropel, barullo y vocerío en la sala de espera, dejé inmediatamente de hacer lo que estaba haciendo con la paciente que tenía en frente, miré hacia la puerta, sabía que en décimas de segundo aquella se abriría sin llamada previa. ¡Ocurrió exactamente así! Entró un joven con un pequeñín en brazos, junto con una cascada de familiares y vecinos que lo acompañaban, la cara del padre desencajada por el miedo, la del lactante cianótica…, me lanzó su hijo a mis brazos y se retiró para gritarme desesperado “haga usted algo, mi niño no respira”, yo con actitud relajada externamente pero taquicárdico y en situación adrenérgica interiormente, sabiendo que aquello parecía una convulsión febril, recepcioné al niño y lo deposité en la camilla que estaba a mi lado, exploración, tratamiento y mensaje tranquilizador a los padres y al público que abarrotaba mi consulta, que no me había dado tiempo a desalojar todavía.Todo transcurrió y finalizó bien, como se espera en estos casos.
Después de una de esas guardias de 24 horas en sábado que “disfruto” cada 6 semanas, en una noche de las peores que he tenido, en cuanto a cantidad de pacientes atendidos y sin poder pegar ojo, estaba ya amaneciendo el día, mi cuerpo y mi mente se relajaban vagotónicamente, cerca de la finalización de la guardia.
Oigo el timbre de la puerta de urgencias que suena de forma repetitiva y sin descanso, pienso “uff, lo que faltaba algo grave”. Cuando el timbre suena de esa forma, casi siempre suele ser un paciente en la frontera de la vida. Bajo la escalera con las botas en la mano, no las tenía calzadas, pero no me importa llevo los calcetines de alta montaña que uso en las guardias de frío invierno, cuando llego a la sala de urgencias, el celador ya había abierto la puerta, estaba entrando una madre en paños menores, a pesar del frío que hacía, que me “tiró” una niña de pocos días de vida además de minúscula, luego me enteré que era prematura, la recogí como pude y la coloqué en la camilla a la vez que intentaba oír lo que me decía su madre a gritos, inspeccionaba su cara y deduje que se trataba de una broncoaspiración, el equipo de urgencias (celador, enfermero y médico) actuamos rápida y acertadamente, en una hora la niña estaba de color rosita de nuevo. Durante la ½ hora que estuvo con nosotros sola, la niña permaneció dormida, sin tiraje ni aleteo nasal. No me quise ir de la guardia hasta que no volviesen los padres, a pesar de que había llegado ya el equipo de relevo, éste y los que estábamos allí nos preguntábamos ¿dónde estaban sus padres?. Cuando llegaron les pregunté por su tardanza,
 -“ hemos ido a casa a vestirnos y asearnos, ya vió usted como veníamos”
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