Publicado el 24 marzo, 2013 | por Antonio Cruz
0Cuando todos queríamos ser el intrépido reportero
Hubo una época no muy lejana en la que muchos quisimos ser aquel intrépido reportero que viajaba por todo el mundo bajo el nombre de Tintín; muchacho de flequillo llamativo y elegante estilismo que tenía como pieza fetiche los pantalones bombachos. Pero no es sencillo hacer una revisión de sus aventuras ni de su creador, Hergé, ahora que se cumplen treinta años de su deceso y ochenta y cuatro de la creación del personaje.
Sin duda el cómic es una buena forma para iniciarse en la lectura –aunque muchos demuestren con ahínco el escaso apego a ésta–, y Tintín y Asterix son los mejores ejemplos para ello. Con la llegada del manga se esfumó el estereotipo del héroe clásico –excelentemente representado en Corto Maltés– y nos inundaron los personajes nipones de rasgos occidentales. Valga como ejemplo la saga Dragon Ball de Toriyama, en donde un personaje mesiánico se enfrenta a todo tipo de villanos en un mundo apocalíptico con un trasfondo teológico cargado de elementos religiosos (latentes) –tal y como ocurre con los films de Matrix– que están muy por encima de la comprensión de cualquier escolar tal y como era mi caso. Dicho esto bien pudiera parecer que Tintín y sus historias son meros exponentes de un mundo idílico si se le compara con el de Toriyama, algo totalmente erróneo, pues el intrépido reportero y sus aventuras no han estado exentas de una extensa polémica y controversia.
Tintín apareció en 1929 en el suplemento infantil del diario belga (católico) Le Vingtème Siècle de la mano de George Remí, Hergé, y entre el primer álbum (Tintín en el país de los Soviets) y el último (Tintín y los pícaros) su personaje pasó de acérrimo anticomunista a completo escéptico. A Tintín/Hergé (“Tintín soy yo”, afirmó su creador) se le ha calificado de manera perniciosa con todo tipo de adjetivos peyorativos: burgués, misógino, antisemita, conservador, colonialista o fascista.
Sus primeras aventuras –en la época en la que el comunismo y el incipiente nazismo se daban la mano como generadores de terror–, constitutivas de todo viaje iniciático mediante álbumes embrionarios, formativos y en cierto sentido inmaduros (tal y como sucede con Asterix) tiene en Tintín en el Congo el gran paradigma de la inquina hacia el héroe, un álbum en el que las críticas se han cebando acusándolo infantilmente de xenófobo. Los ejemplos son tan pueriles como ridículos: en 2007 (¡77 años después de su publicación!) los iluminados de turno no permitieron que en Gran Bretaña éste se vendiese en la sección infantil, llegando al punto máximo de imbecilidad absurda cuando en 2011 un congoleño bruselense (en mi anterior artículo hablaba de las paradojas) lo denunciase por racista, algo que también hizo en Francia alguna asociación, aunque finalmente los denunciantes tuvieron que pagar los costes del proceso judicial.
Pero Tintín/Hergé no sólo ha sido acusado de racista, también de misógino. En sus historias la mujer brilla por su ausencia o es meramente circunstancial, aspecto heredado de un tipo de novela decimonónica tal y como ocurre con Verne, Dickens o Stevenson. Asimismo se le ha achacado su falta de ecologismo, movimiento que el crítico tonto de a pie es incapaz de entender de la “inexistencia” de éste en aquella época, mientras en la actual a nuestro vecino no le entra en la sesera que hay que reciclar, y eso es más grave. En una línea diferente otros incluso han querido convertirlo en icono gay porque no iba con mujeres, por lo que ya sólo queda que lo acusen de ser seguidor del Madrid o del Barça.
Es la clara conclusión en la que se da a entender que los vandálicos críticos de Tintín no son capaces de diferenciar nuestro contexto histórico y social con el de aquella época, siendo peligroso su intento constante de ideologizar y dogmatizar al personaje como hacen con todo con cuanto se topan. La evidencia es que el autor –literatura, arte, música, cine– siempre representa parte de su ideología, y eso –guste o no– es inmanente.
En Tintín se aprecia una completa y magnífica radiografía histórico-social del pasado siglo XX difícil de apreciar en cualquier otro medio, y es que Hergé refleja a la perfección aquellas situaciones y problemas de antaño (y que hoy en día algunos aún siguen vigentes): el tráfico de armas, el peligro de las armas atómicas, el conflicto árabe-israelí, la realidad latinoamericana, el espionaje en la Guerra Fría, la crítica a los totalitarismos… En definitiva una clase magistral de historia contemporánea.
La mejor forma de acabar este artículo es dedicando a esos críticos alguno de esos magníficos insultos barrocos del borrachín Archibaldo Haddock: ¡anacolutos ectoplasmas extractos de hidrocarburo bebe-sin-sed! Como diría Pérez-Reverte no hay sopa sin pelo dentro.
