Estamos pensando de forma constante. A menos que los expresemos con palabras —o haya algún telépata cerca—, estos pensamientos son tan privados como efímeros, a menos que sean realmente importantes.
Esas ideas trascendentales merecen ser conservadas y muchas veces las escribimos para no olvidarlas. De forma análoga, los personajes de nuestras obras literarias también se supone que piensan de forma constante, pero a menos que tu relato esté escrito desde dentro de la cabeza del protagonista, el lector no tiene forma de saber las cosas importantes que le pasan por la mente.
Es entonces que intervenimos los autores, trasladando a la página las reflexiones internas de nuestros personajes. Pero esto debe realizarse de la forma correcta, sea utilizando las comillas angulares, el estilo directo e indirecto o el monólogo interior.
No siempre el villano tiene que soltar la parrafada sobre sus planes malsanos, lo cual es un cliché bastante recurrente y la mejor forma de que el bueno frustre sus propósitos. Así que vamos a conversar sobre cómo plasmar los pensamientos de tus personajes de manera que solamente el lector se entere.
¿Cómo se puntúan los pensamientos?
Hay recursos que ya son convenciones para indicar que un personaje está meditando sobre algo que no va a expresar en voz alta. Esto es una situación que se resuelve en el mundo audiovisual recurriendo a la voz del personaje en off. En el cómic, con el globo de pensamiento en forma de nube.
En literatura también hay varias formas tradicionales de indicarlo, que ya los lectores conocen y lo aceptan como un convencionalismo. La primera de ellas son las comillas. En español se suele emplear las comillas angulares para expresar los pensamientos («»), aunque también pueden utilizarse las comillas inglesas (““) e incluso las comillas simples (‘‘). Otros autores hacen uso de la letra en itálica para expresar las ideas.
Sin importar cuál método se use, lo importante es mantener el mismo durante todo el texto para no confundir al lector y cuando el pensamiento termine cerrar el signo y colocar un punto.
Ojo, como convención también se emplean las comillas inglesas para acotar una frase o cita textual. Si vas a incluir este tipo de elemento dentro de tu obra, utiliza las angulares para los pensamientos de tus personajes.
Pensando de forma directa e indirecta
El estilo directo nos sirve para llevar a la cuartilla las ideas de los personajes cuando tienen un diálogo interno, ese mismo que también nosotros establecemos con nuestra voz interior cuando dudamos, cuestionamos o reflexionamos sobre un tema.
En este caso volvemos a emplear las comillas para acotar esta conversación interna, en lugar del guion largo habitual en el diálogo.
Por ejemplo:
«No creo que esto sea una buena idea», pensó Héctor.
El verbo al final de la oración podría también omitirse, siempre y cuando no se trate de una escena con varios personajes. En este caso, sirve de auxilio para atribuir el pensamiento a quien corresponda. Si Héctor es el único personaje en la escena, se puede solo escribir:
«No creo que esto sea una buena idea».
También se puede establecer desde el principio quién es el dueño del pensamiento:
Héctor pensó: «No creo que esto sea una buena idea».
Utilizando los dos puntos antes del pensamiento en cuestión.
Por otra parte, utilizando el estilo indirecto, es el narrador quién informa sobre lo que el personaje piensa. En este caso, no es necesario utilizar las comillas ni otro signo de puntuación:
Héctor pensó que aquello no era una buena idea.
En lugar de pensar, pueden emplearse —sin abusar de ellos— los verbos cavilar, inferir, meditar, razonar, reflexionar o cualquier otro apropiado.
Pensando un poco más
Cuando necesitamos que nuestro personaje reflexione largamente sobre un tema, se puede emplear un recurso llamado el inciso intermedio. En él se combinan las comillas y los guiones de diálogo:
«No creo que esto sea una buena idea —pensó Héctor, mientras Aquiles sopesaba cuál lanza emplearía—. Pero debo dar ejemplo a toda Troya, aunque sea a costa de mi vida».
Otra forma es utilizar las comillas dos veces en una misma reflexión:
«No creo que esto sea una buena idea», pensó Héctor, mientras Aquiles sopesaba cuál lanza emplearía. «Pero debo dar ejemplo a toda Troya, aunque sea a costa de mi vida».
La elección de cuál de estas dos formas emplear recae en el escritor y su estilo.
El monólogo interior
En ocasiones necesitamos, más que pensamientos fugaces, que el personaje haga un largo monólogo interior para que nuestros lectores puedan “meterse” en la cabeza del personaje y conocer sus motivaciones más profundas. A menos que escribamos en primera persona, este tipo de monólogo se escribe en forma de un párrafo continuo, sin puntos y aparte y acotados por comillas.
Algunos escritores prescinden incluso de los puntos y seguidos y hasta de las comas, para simular el fluir de ideas desde la mente del personaje. De esta forma mimetizamos la secuencia caótica y por momentos inconexa de emociones e ideas que llegan con el pensamiento, si acaso fragmentada por los puntos suspensivos mientras el personaje intenta ordenar y encauzar sus ideas.
«No creo que esto sea una buena idea, pero debo dar ejemplo a toda Troya… aunque sea a costa de mi vida… el aqueo sopesa sus lanzas con mucho cuidado, ¿habré elegido yo la correcta? ¿Este es el mejor de mis escudos? Apolo, ayúdame en este lance: haz que tus rayos le cieguen y que mi lanza no tiemble para poder volver a abrazar a mi Andrómaca y ver crecer a Astianacte, por mucho que sepa que Troya está perdida, por cierto que tenga que hoy daré mi último suspiro».
A la hora de escribir los pensamientos de tus personajes, ten en cuenta que vas a exteriorizar su mundo interior, de la misma forma que los seres humanos pensamos. En teoría todo lo que llevas al papel es una conversación interna dirigida a sí mismo, dónde el narrador debe limitarse a decir lo que pasa por la mente del personaje y nada más: ni lo explica, ni lo juzga, ni lo adorna.