Revista Opinión

Cuando un amigo se va. 2

Publicado el 21 junio 2019 por Carlosgu82

El gato

Él debía manejar, así que yo cargue a la pequeña Moka en mis piernas todo el camino a casa. Iba alucinada, miraba por la ventana de la camioneta sacando la lengua, buscaba mis ojos y con su gran sonrisa me preguntaba si yo podía ver lo que ella. Ahora sé que no, ella lograba divisar belleza en todo lo que la rodeaba, ella lograba expulsar de sí una magia que impregnaba todo lo que estaba cerca… excepto a mí.

Al llegar a casa, el pequeño cuadrúpedo de color café comenzó a correr y a oler todo lo que había, incluyendo al gato monocromático y amargado que la miraba con el mismo horror con el que yo la había visto en la perrera. Ella quedó prendada de aquel individuo misterioso, se quedó mirándolo por un largo rato, quieta, completamente estupefacta. El gato se estiró brevemente y después saltó de la mesa de la cocina y se acercó a la cachorra, la rodeo y la olfateo, y así como son los gatos de indiferentes, perdió el interés y fue directo hacía a mí a pedirme de comer. Entonces fue ahí cuando la pequeña Moka nos demostró cómo haría de ahí en adelante una de sus mejores gracias, taclear a los demás con toda su rechoncha personalidad. Corrió a toda velocidad con una gran sonrisa en la cara y su lengua de fuera directo hacía el gato, quien volteo de inmediato al escuchar las pequeñas garras chocar contra los azulejos del piso de la casa, quiso alejarse, pero era tarde, Moka dejó de correr y simplemente se deslizó como bola de boliche contra los pinos y derribo a Guillermo (el gato) haciendo que este maullara entre furioso y asustado, y apenas se levantó, corrió fuera de la casa para estar lo más lejos posible de la perrita.

Guillermo había sido un regalo de mi suegra, un gatito tierno que en poco tiempo se transformó en un gato gigante con una gran panza. Adoraba a ese gato, incluso aunque él hubiera tratado de matarme en varias ocasiones. Una de ellas fue cuando yo subía por las escaleras de la casa, que entonces no tenían barandal, y llevaba las manos ocupadas con objetos, él se esperó hasta que yo estuviera a la mitad del trayecto para morderme los tobillos haciendo, no solo que tirase todo lo que llevaba en las manos, si no que tropezara hasta casi caer. En fin, un gato adorable.

Nunca fue muy afectuoso (evidentemente) y claro, tampoco era celoso, supongo que pensó que con la perrita en casa yo dejaría de tratar de darle amor y mimos, pero no fue así y para su mala suerte, Moka siempre fue muy afectuosa con los gatos, le gustaba acercarse a él en silencio (tanto como puede hacerlo una perra gorda) y cuando él se daba cuenta de que ella estaba a su lado, volteaba asustado, ¡y era justo ahí! Cuando ella le lamía el rostro, haciendo que el quedara confundido, enojado y muy babeado. Guillermo comenzó a irse de la casa con mucha más frecuencia que antes, se iba lejos… tan lejos como a mí me habría gustado estar.


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