Vida por vida.
No sé en qué dialecto se hablan los animales, pero consiguen crear lazos tan profundos entre ellos que es impresionante. Realmente reconocen a su familia y se enamoran de ella.
Que trillado está eso de que los perros y los gatos no se llevan bien, toda la vida me pareció una historia divertida, falsa hasta cierto punto, pero divertida.
Guillermo no es precisamente un gato amoroso, jamás lo he escuchado ronronear, mi novio bromea diciendo que su caja de ronroneos está rota. Pero a pesar de no ser amistoso con otros animales, disfruta mucho del tiempo que pasa con Canelo, los dos adoran recostarse en la entrada de la casa para ver la vida pasar frente a ellos; Y no son como los humanos, ellos no se preocupan por que la vida avance, ellos no tratan de alcanzarla, ni siquiera pretenden perseguirla, ellos simplemente existen uno junto al otro durante horas y, por lo menos a mí, me parecen felices. No sé si hablan de algo o solo permanecen en silencio, supongo que es algo que me gustaría experimentar, existir junto a alguien en plena dicha sin sentir lo incómodo del silencio, atesorar la presencia del otro sin que tengan que llenarse la cabeza de conversaciones superfluas.
Soy consciente de la maravillosa enseñanza que nos dejan los animales, porque muchos de ellos son criaturas asombrosas, pero se parecen más a nosotros de lo que muchos quieren aceptar. Hay seres humanos tan especiales en el mundo, tan maravillosos en el interior que casi son ángeles en vida, y hay animales tan monstruosos en su interior que daría miedo vivir con ellos, y eso me recuerda a un asesino serial que vivía conmigo, luego les contaré esa historia.
Una tarde nublada pero súper calurosa, estábamos todos tumbados en el suelo de la sala, excepto mi novio, él jugaba videojuegos en el cuarto. Canelo y Guillermo en la entrada de la casa recibiendo el poco viento que soplaba, Moka y yo a los pies del librero esperando por un milagro. No era temporada de lluvia, si llegaba a caer agua, seguro si sería un milagro.
Canelo se recuesta cuan largo es y bosteza, Guillermo se levanta, se estira y sale de la casa a dar su paseo vespertino, lo que ninguno de nosotros esperaba es que por la calle estuviera dando su rondín el pitbull de la colonia de al lado, un perro gigante de color gris que por chiste del destino igual se llamaba Canelo.
Yo no vi el momento en el que el perro se arrojó contra Guillermo, pero Canelo estaba en la puerta y como si su vida dependiera de ello o, mejor dicho, como si la vida de su mejor amigo dependiera de ello (y dependía) salió disparado de la casa directo contra el pitbull, Guillermo logro correr hasta ponerse a salvo, pero Canelo ahora estaba en las garras de aquel perro. Salí corriendo por él, Brayan igual y los vecinos de la calle, todos estaban intentando separarlos. Canelo, mi Canelo, ya era un perro viejo entonces y se notó en la pelea, no tuvo nada que hacer contra el otro perro, estaba a su merced, en un punto creí que ya lo había matado, mi perro ya no se movía y el otro perro seguía prensado de él, en eso un vecino desesperado arrojó un ladrillo a la cabeza del pitbull, nada le hizo, pero logró aturdirlo para que soltara a Canelo.
Brayan tomó el cuerpo inerte de mi dulce perro y lo llevó a la casa, los vecinos me dijeron que reportará al pitbull, que era un peligro para todos, a mí me consta que el perro no era malo, de hecho era amigo del mío, pero no quería a los gatos y al igual que como pasa con los humanos, a veces la bondad del hombre se acaba por una sola diferencia.
El veterinario llegó para decirnos que posiblemente no sobreviviría por causa del dolor y de que sus heridas tardarían mucho en sanar debido a sus años, le dio medicamento para el dolor y me dejo con el mío sin tratamiento.
Canelo había salvado a su mejor amigo y supongo que Guillermo le dio una de sus nueve vidas a cambio.