Estos días, además de apurar los últimos días de vacaciones e ir contando obsesiva y compulsivamente los días que faltan para que empiece el cole, he estado escribiendo mi artículo para el próximo número de la revista Petit Style.
Como, por tanto, he tenido poco tiempo para escribir posts en éste mi blog -y vuestro también-, he decidido publicar uno de los artículos que ya se publicaron en la revista y que he estado repasando para, entre otras cosas, no repetirme y es que, amigas queridas, la edad no perdona y ya no me acuerdo de lo que escribí hace, tan solo, un par de meses.
Espero que os guste.
CUANDO VEMOS LAS OREJAS AL LOBO
Petit Style. Año II. Nº 8. Marzo-Abril 2013
Puede que una de las peores cosas que le puede pasar a una niña que va camino de dejar de serlo es tener una madre “obsesionada” por la ropa de niños. Si, además, la madre es blogger de moda infantil, la situación puede llegar a ser insostenible para ambas. Con toda seguridad, lo peor que le puede pasar a una madre loca por la ropa de niños y que, además, es blogger de moda infantil, es tener una niña que va camino de dejar de serlo.
Fruto de la propia experiencia, y como siempre con la ilusión de que estas líneas puedan ayudar a alguna futura madre de adolescente, explico –sin orden ni concierto- algunas de las dificultades que emanan del encuentro de las circunstancias arriba expuestas.
Para que todos sepamos de qué estamos hablando, comienzo con una afirmación basada en un riguroso estudio empírico, de situación a la que nos enfrentamos:
En infinidad de ocasiones he oído decir –todos lo hemos oído- que la adolescencia es una edad terrible, especialmente en el caso de las mujeres. Muchas amigas, con hijas mayores que la mía, me lo han advertido: no hay quien las aguante. Siempre he pensado que eran exageraciones. Ahora puedo afirmar, sin ningún género de dudas, que mis amigas estaban muy, muy, muy, pero que muy alejadas de la realidad: es muchísimo peor.
Dejando a un lado varias cuestiones de vital trascendencia pero no directamente relacionadas con el tema que nos ocupa, la moda infantil, desarrollemos algunas ideas.
Además de determinados cambios físicos y no físicos -éstos últimos mucho peores que los primeros-, uno de los indicios que nos hacen ver que una niña deja de serlo es por el tipo de relación que establece con la moda.
Algunas niñas son dóciles desde pequeñas y nunca han planteado problemas a sus madres a la hora de vestirse, se ponen lo que su madre le indica y listo. Son las hijas perfectas que una madre desea y, cuando las tiene, disfruta.
Otras, por el contrario, siempre han tenido las ideas claras y se han decantado por un estilo determinado. Tarde o temprano consiguen que sus progenitoras acepten su personalidad. Es el caso de esas niñas que aborrecen los vestidos y sólo quieren llevar pantalones y ropa deportiva o, por el contrario, el de las niñas hiper-femeninas que solo quieren lucir vestidos y si son rosas, mejor.
Pues bien, créanme las lectoras, una niña de ideas claras, por muy cabezona que sea, es infinitamente mejor que una adolescente o una pre- adolescente que no tiene ni idea de lo que quiere y sino pónganse ustedes en la piel de esa madre cuya hija se niega a poner el conjunto que le ha preparado para salir a comer con la familia y que, cuando ya cansada de proponerle catorce opciones diferentes, algunas de veinteañera –tal es la desesperación-, tira la toalla y le dice “hija, ponte lo que quieras, te lo digo de verdad, sin enfadarme”, la niña –a la que adora- le responde: “¡No!, quiero que me lo elijas tú”.
Esta madre y las que viven situaciones parecidas son las grandes sufridoras de la moda infantil, sus mártires, pues ven como esa preciosa etapa en la que podían vestir a sus hijas con esa ropa que tanto les gusta se va agotando, da sus últimos coletazos.
La inseguridad de estas niñas, ése no sé lo que quiero, hace que sean fácilmente influenciables y que traten de imitar a sus pares, es decir, a sus amigas. Eso es fantástico cuando el estilo de las amigas es afín al de la madre de la ínclita pero se convierte en un calvario cuando a la sufrida progenitora le espanta como visten las niñas en cuestión. Lo que a la madre le sale de dentro es decirle a su hija, “¡por Dios!, como te voy a poner eso!”. Y eso es precisamente lo que no le puede decir. Explicar a una niña que no te gusta el estilo de sus amigas es, sencillamente, dificilísimo a la par que un ejercicio de diplomacia sin parangón.
Aquí no acaban los problemas pues, evidentemente, para muchas niñas que ya coquetean con la adolescencia su referente suelen ser las chicas de bastante más edad. Aquí no hace falta tanta diplomacia sino un puñetazo sobre la mesa: esa niña tiene dieciocho años y tú once y no hay más que hablar.
Este anhelo por imitar a las mayores hace que los escaparates de determinadas tiendas sean especialmente atractivos para las niñas. Como la idea de coger del brazo a tu hija y arrastrarla por la calle hasta la tienda apropiada no es muy agradable lo que hay que hacer es tratar de evitar esas tentaciones. Aparcar justo delante de la tienda a la que quieres ir, y las hay ideales y muy idóneas, o distraer con cualquier excusa a la cría en el momento de mayor peligro son dos estrategias sencillas de poner en práctica y que pueden ahorrar más de un disgusto.
Hablar de prendas apropiadas para una u otra edad es, en mi opinión, verdaderamente difícil y es que cualquier prenda puede ser válida tango para niñas como para adolescentes: pantalones, blusas, túnicas, faldas, chalecos, americanas e, incluso, determinados vestidos. El quid de la cuestión está en el estilo de todos ellos y, evidentemente, en la forma de combinarlos.
Hay una prenda que, sin embargo, sí creo que merece especial consideración: los famosos y delicados pantis. ¿Cuándo es el momento de dar el crucial salto del leotardo al panty? Se trata éste de un tema de vital importancia cuyo desarrollo requeriría de un tiempo y un espacio del que ahora no disponemos. Sirva por ello la cuestión planteada para la profundización y reflexión personal de cada lectora.
sep 2, 2013Compritas para los Peques