No es el descanso del guerrero, sino la forma de no guerrear, al menos por la noche. Una selva de muñecas y peluches variados rodean a Niña Pequeña minutos antes de despertarse.
Quien dijo que los niños descansan por la noche inventó la sentencia porque, evidentemente, no tenía hijos pequeños de esos cuyas llamadas nocturnas rebotan de pared a pared o que desean de madrugada el agua que no se bebieron -y mira que se lo dije- durante el día. Claramente Niña Pequeña ha batallado con la sábana azul que le regaló TíaRosa, dado el grado extremo de arrugas que presenta, recolocó en algún momento entre las cuatro y las cinco de la mañana todos sus muñecos -imagino que porque eran o ella o ellos: no puede haber sitio para tanta gente en una cama-, tiró su peluche favorito por la borda de la barrera quitamiedos, víctima de una terrorífica pesadilla y algunos embates imprevistos.
Se arquea elásticamente. Extiende todos sus dedos como un gato perezoso.
- Mamá.
-¿Hum?
- Me despiertas tan pronto que no me das tiempo a terminar mis sueños.
Pues empezamos bien.