Hace unos meses me planteé la posibilidad de intentar responder a esta pregunta: «¿Cuántos salones recreativos quedan en España?». La premisa inicial, el punto de partida, establecía que no serían muchos, ya que como todos conocemos el negocio de este tipo de salas de juego ha ido desapareciendo poco a poco de calles y barrios, casi sin darnos cuenta. Esta actividad empresarial que durante los 80 y 90 era capaz de facturar cifras récord, convirtiéndose en el hobby por excelencia de la mayoría de adolescentes ( y también algún talludito) es a día de hoy un negocio en vías de extinción debido a los cambios en las formas de entretenimiento y a la pujanza de los sistemas domésticos de videojuego, los cuales consiguieron superar la tecnología de los salones hace aproximadamente unos 20 años. Todo eso estaba claro, lo conocía de sobra, pero mi curiosidad era suficientemente poderosa como para embarcarme en una aventura así. La alocada idea buscaba también, como objetivo no menos importante, comprender mejor la historia de aquellos lugares de reunión de nuestra infancia, a los que tanto cariño guardamos muchos por estar presentes en muchos de nuestros mejores recuerdos. ¿Cuántos recreativos quedarían? ¿Se podrían contar con los dedos de una mano? Quizá ya no quedara ninguno… también podría ser eso. ¿Cuál habría sido su destino, a fin de cuentas? Y así fue como me dispuse a averiguarlo.
Mi intento de investigación pasaba por determinar quién podría tener (y sobre todo facilitarme) la información que necesitaba para arrancar. Después de darle muchas vueltas al asunto decidí consultar a un testigo de excepción de lo que los recreativos representaban hace ya décadas. Sólo había que buscar información en una máquina recreativa. Como ya he contado alguna vez tengo la fortuna de tener en casa un arcade que pude rescatar del salón que había en mi lugar de residencia, una verdadera hazaña de la que estoy más que orgulloso. Conservado tal y como estaba disponible para el público a finales de los 80 en el salón de mi localidad, recordé que todas aquellas máquinas con las que mis vecinos y yo jugamos hasta la saciedad llevaban una placa identificativa en el lateral del mueble, sin excepción. La saqué del hueco en la que reposa en casa para encontrar, a su izquierda, la información que necesitaba para comenzar.
El sello del Ministerio del Interior del Gobierno de España encabezaba el documento identificativo del mueble. En cada uno de estos folios llenos de datos, escritos a máquina como detalle llamativo, se señalaban tanto los datos del fabricante del mueble como los del operador que lo explotaba en el local recreativo. El documento era una prueba inequívoca de que la actividad recreativa estaba regulada, algo que quizá fuera una ventaja de cara a conseguir la información que perseguía. Todos los locales recreativos, todas las máquinas de videojuego que existían en España debían estar controladas por el Ministerio de Interior, como ahora sabía. Debía contactar con ellos a ver en qué podían ayudarme. Dicho así parecía fácil, así que descolgué el teléfono para descubrir, horas después, que aquello no iba a ser tan sencillo.
Pasé toda la mañana colgado al teléfono, siendo redirigido de un número a otro, como si estuviera en la casa que enloquece, una de las doce pruebas por las que tuvo que pasar Asterix. La indiferencia mostrada por la mayoría de funcionarios con los que contacté era más que justificada, máxime si tenemos en cuenta que la petición que estaba haciendo podría considerarse bastante extraña. Seguramente habrían pasado muchos años desde la última vez que alguien contactó con el Ministerio para interesarse por algo así. Acabé dando con alguien que, además de entender lo que necesitaba, pudo ayudarme a reorientar mi búsqueda. Aquella persona me confirmó que la actividad y control de los juegos recreativos y de azar en España estuvo adscrita al Ministerio del Interior hasta 1995, momento en el que el Ministerio de Industria adquirió esa competencia. Ahora entendía por qué la mayoría de funcionarios con los que había hablado no sabían apenas de qué les hablaba. Los datos que el Ministerio de Interior podría tener, en caso de conservarlos, datarían de esa fecha como más cercana. La lista, en caso de conseguirla, sería inabarcable. Necesitaba un listado, si no actual, lo más cercano posible al año en curso. De igual forma, la información estaba en otro ministerio.
Una nueva ronda de llamadas al Ministerio de Industria me tuvo entretenido toda la mañana siguiente, haciendo básicamente lo mismo, pero advirtiendo en cada llamada de que esta vez la petición sonaba más lógica para quien se animaba a atenderme. Fue una mujer esta vez la que pudo confirmarme que la pista que tenía era buena, pero que ellos tampoco iban a poder ayudarme. Si bien las competencias de los juegos de azar y recreativos pertenecían al Ministerio de Industria desde 1995, estas estaban gestionadas en la práctica por las distintas Comunidades Autónomas. La situación se complicaba, ya que acababa de comprender que si quería componer el mapa nacional de los salones de juego supervivientes muy probablemente iba a tener que hacerlo comunidad a comunidad. Aun así le pregunté si existía algún listado que se pudiera consultar, con los datos de los negocios abiertos a partir de 1995, fuera la fecha que fuera. Pensé que no sería difícil revisar una lista de, por ejemplo, el año 2000, e intentar contactar con las empresas o autónomos que allí aparecieran para confirmar qué negocios seguían en activo y cuáles no. Hablaríamos de años en los que ya no había gran presencia de salones recreativos en las ciudades, al menos esa era mi sensación, por tanto la tarea de descarte podría ser sencilla, incluso rápida.
Si bien la funcionaria entendió mi petición y razonamiento, su respuesta fue la que me temía: el Ministerio no disponía de esos datos en la actualidad, y además yo no dejaba de ser un tipo que llamaba por teléfono pidiendo datos de registro nacionales, casi nada. Sin embargo la amable mujer no quiso despedirse sin ayudarme en mi búsqueda, dándome una muy buena idea: me sugirió que contactara con alguna Cámara de Comercio, ya que solían disponer de departamentos dedicados a ofrecer información empresarial a empresas y particulares. Manejaban bases de datos gigantescas con todo tipo de registros, por lo que podría ser fácil que ellos pudieran hacer esa criba previa y ofrecerme los datos actualizados incluso a día de hoy. Se despidió advirtiéndome de que el uso de las bases de datos de las cámaras de comercio no era gratis, que era una actividad que les reportaba ingresos y que me cobrarían por aquello. Le agradecí encarecidamente la ayuda mientras buscaba rápidamente en mi ordenador el teléfono de la Cámara de Comercio de Madrid, la que me tocaba más cercana.
Fue un verdadero lujo convertirme a partir de ese momento en un posible cliente, porque sólo necesité una llamada de teléfono para dar con quien pudiera atenderme. Expliqué a la administrativa que me atendió qué andaba buscando, y no dudó ni un minuto en solicitarme que rellenara un formulario web y explicara mi petición con todo lujo de detalles. La solicitud llegaría a un departamento llamado “Servicio de fichero a empresas”, algo que supe a los pocos minutos cuando recibí su respuesta:
Algo fallaba. No podía haber casi 12.000 salones recreativos en España a día de hoy. ¿O sí podría? Caí rápidamente en la cuenta de que la búsqueda que habían realizado, catalogada como “Otros servicios recreativos” estaba incluyendo también las actuales salas de apuestas y de máquinas de azar. Otra cosa no tendría lógica, pero tenía que confirmarlo. Respondí a su correo para saber si se podría afinar la búsqueda, pero me confirmaron que era imposible. Les di las gracias por su ayuda, rechazando también su propuesta comercial, que de barata tenía poco, la verdad. Ahora tenía un nuevo escollo que salvar, saber de qué forma se podrían diferenciar los salones de juego recreativo, con máquinas de videojuegos, de los salones de máquinas de azar, las tragaperras de toda la vida. Quizá pudiera conseguir información hablando con algún fabricante de máquinas recreativas. Lo ideal hubiera sido hablar con alguna compañía que se dedicara a la fabricación de nuevos muebles y videojuegos, algo imposible a día de hoy ya que no existe empresa ninguna que se dedique a ello, al menos en España. No quedaba más remedio que hablar con algún fabricante de máquinas de azar.
Si hubiera tenido que buscar fabricantes de máquinas de videojuego me habrían venido a la cabeza muchas empresas cuyo nombre perdura en mi memoria gracias a los logos que adornaban las recreativas en las que tantas monedas gasté: Unidesa, CIRSA, Sonic, Comavi… Sin embargo no conocía a ningún fabricante de máquinas de azar, al menos no de memoria. Recordé que hace unos años me invitaron, por motivos profesionales, a FER–Interazar, la principal feria nacional dedicada a los juegos de azar a la que van, si no todos, la mayoría de fabricantes de este tipo de máquinas en España. Recordé que aunque no asistí en su momento a la feria, aún conservaba la invitación que me mandaron por correo electrónico. Su catálogo interactivo, publicado también en su web, ofrecía mucha información acerca de las empresas que participaron en el evento de 2015, así que conseguí un listado de compañías bastante completo en muy poco tiempo. El problema ahora era ver de qué manera eso se podía traducir en información relevante para la investigación. Había que pensar en una estrategia para no ir a ciegas.
Un profundo vistazo a mis contactos de Linkedin me permitiría saber si algún conocido de mi red estaba, por casualidad, trabajando en alguna de aquellas empresas. Tuve muy buena suerte, ya que resultó que tenía un contacto de primer nivel trabajando en ese momento para una de las compañías más relevantes del sector, Zitro. La compañía europea con presencia en España desde el 2007 es un referente en el diseño y fabricación de máquinas de videobingo, y además tenía oficina en Madrid, lugar en el que trabajaba mi amigo.
Contacté rápidamente con Javier Sanchez Alameda, responsable del área de RR.HH, y quedamos en vernos al día siguiente para que le explicara en qué andaba metido. Aparte de volver a vernos después de bastante tiempo, cosa que siempre se agradece, Javi me explicó la diferenciación existente entre los diversos tipos de máquinas recreativas. Me habló del Real Decreto 2110/1998, por el que se había aprobado el reglamento de máquinas recreativas y de azar en España. Lo buscamos en su móvil. Allí se identificaba a las máquinas de videojuego, en las que yo estaba interesado, como máquinas “Tipo A”, definiéndolas como «máquinas de mero pasatiempo o recreo que se limitan a conceder al usuario un tiempo de uso o de juego a cambio del precio de la partida, sin que puedan conceder ningún tipo de premio en metálico, en especie o en forma de puntos canjeables por objetos o dinero». Frente a ellas estaban las máquinas de “Tipo B”, las tragaperras , para entendernos. Estas, como deduje sin mucho problema, eran las que podían otorgar premios en metálico al jugador. Javi me explicó que aunque ya no se fabricaban nuevas máquinas de videojuego, esta diferenciación seguía existiendo, ya que muchos salones recreativos con licencia para explotar máquinas del tipo B seguían destinando una zona de su local a antiguas recreativas de videojuegos, prolongando así su existencia. No había muchos ejemplos, pero existían y podían identificarse. Sin embargo ese no era el objetivo de mi investigación, ya que yo buscaba aquellos antiguos salones recreativos dedicados en exclusiva a esta actividad, no negocios que habían incorporado esta actividad en los últimos años, bien en salas de juego de azar, bien en centros comerciales de nueva construcción. Sólo había una forma de diferenciar ambos negocios, por la autorización que tuvieran o hubieran tenido en relación a las máquinas a explotar. Tenía que buscar aquellas empresas que sólo hubieran trabajado o trabajaran con máquinas de tipo A.
Le conté a Javi lo que había hecho hasta el momento, lo que fue un total acierto. Cuando le expliqué mi estéril intento de conseguir información en el Ministerio de Industria, Javi me contó algo que no me habían dicho en aquel momento. Me habló de las Áreas de Gestión del Juego, dependientes de la Dirección General de Tributos, Ordenación y Gestión del Juego, unas dependencias territoriales conocidas familiarmente como “Juego”, a secas. Eran estas oficinas las que articulaban la gestión de estos negocios para las Comunidades Autónomas, como ya me habían explicado desde el Ministerio de Industria, sólo que sin tanto detalle. Quizá acudiendo a este organismo, sabiendo ya que mi búsqueda estaba ya dedicada sólo a los salones recreativos con máquinas tipo A, pudiera conseguir algo.
Esperé al día siguiente para ponerme manos a la obra. Dar con el área de Juego de la Comunidad de Madrid fue fácil; explicarle a quien me atendió lo que estaba buscando, de nuevo, no tanto. No por esperado el trámite fue menos molesto: con muchas dudas en mis explicaciones y poca colaboración de parte de las personas con las que hablé, por fin alguien decidió que lo mejor era despacharme rápidamente casi sin oír lo que necesitaba, diciéndome sencillamente que no entendían qué quería y que no podían ayudarme. Me di cuenta de la dificultad que tenía para explicar qué estaba buscando a quién me atendía por teléfono, así que como buen amigo del trato cercano decidí coger el coche y presentarme al día siguiente en la misma oficina. Situada en la madrileña Plaza de Chamberí, invertí buena parte de la mañana en esperar mi turno mientras escuchaba las gestiones que la gente iba a hacer a esa dependencia. La mayoría de los presentes eran dueños de salones de juego que iban a entregar o recoger documentación relacionada con su actividad económica y el pago de impuestos. Muchos se conocían entre ellos y se saludaban efusivamente en la oficina, algo que me llamó mucho la atención.
Por fin llegó mi turno. Me acerqué al mostrador y le expliqué a la funcionaria que estaba haciendo una investigación sobre salones recreativos y que quería saber si podrían facilitarme información al respecto. La mujer, mucho más amable y comprensiva de lo que esperaba, me comentó que mi petición era la más extraña que habían recibido nunca, algo que creo que hizo que le cayera simpático. Pensó que lo ideal era que hablara con la directora de la oficina, para saber rápidamente si podrían ayudarme o no. La idea me pareció magnífica hasta que descubrí que la persona que salió desde la zona cerrada de la oficina y me atendió era la que el día de antes me había colgado el teléfono bruscamente. No lo supe hasta explicarle el motivo de mi visita, ya que en cuanto recordó aquella llamada supo (y así me lo hizo saber) que yo era la misma persona, lo que no le hizo mucha gracia en el inicio. No sé si por mi insistencia o por mi forzada amabilidad hacia ella al final la convencí para que me contara más al respecto. El motivo por el que no podían ayudarme se debía a un cambio de legislación ocurrido en 2010, por el que las máquinas de tipo A quedaban exentas de cualquier control por parte de la administración. Es decir, si antes un operador de salones recreativos debía informar al Ministerio correspondiente (Interior hasta 1995, Industria hasta 2010) de qué máquina explotaba y dónde lo hacía, a partir de esa fecha no tenía que rendir cuentas a nadie. En la práctica cualquier ciudadano podía establecerse como autónomo, comprar una máquina recreativa —o un futbolín, o un pinball— y ganar dinero con la recaudación. En su opinión, en aquel momento el negocio de los salones recreativos tocaba fondo, por lo que al Gobierno no le merecía la pena controlar una actividad que estaba casi al borde de la desaparición. Se mantuvo el control sobre las máquinas de azar y se liberalizó la gestión de las recreativas y similares por su poca presencia e importancia. Un negocio que había movido cantidades ingentes de dinero y que había sido controlado hasta la saciedad acababa abandonado hasta por las autoridades, algo que me hizo albergar un sentimiento de total pena.
Mientras me contaba todo aquello mi cabeza seguía pensando en la forma de conseguir información acerca de los salones recreativos que pudieran seguir abiertos, y en conclusión a lo que ahora sabía, la solución parecía fácil: sólo había que echarle un vistazo al listado de empresas registradas en 2010, el último que Juego tuviera disponible antes de dejar de controlar la actividad. Aunque la pregunta iba bien tirada, me encontré con una negativa por parte de la directora, aunque esta vez justificada. Ese registro existía, pero sólo podía ser consultado bien por una dependencia gubernamental que lo requiriera, bien por una asociación de empresarios que lo solicitara. Si bien allí tampoco conseguí los datos que buscaba, lo cierto es que cada vez estaba más cerca de mi objetivo. Al menos sabía que existía, que no era poco después de muchas semanas de trabajo. La visita presencial a Juego había resultado bastante satisfactoria, mejor de lo esperado después de aquella conversación telefónica previa.
Decidido a resolver esto de manera inmediata me puse delante del ordenador para buscar información. Si en aquella documentación de la feria FER–Interazar había información sobre empresas, seguro que también la había sobre asociaciones. El resultado fue mejor de lo esperado, ya que en vez de encontrar un número importante de expositores, en este caso sólo encontré uno. Me parecía raro que sólo una asociación asistiera a un evento como ese, pero después de investigar un poco descubrí que la ANESAR, la Asociación Española de Empresarios de Salones de Juego y Recreativos, era la más importante de España. En la propia página web del evento se mostraban sus datos de contacto, algo que sinceramente agradecí. Me esperaba una nueva ronda de llamadas y preguntas hasta dar con alguien que quisiera ayudarme dentro de la asociación.
Juan Lacarra, secretario general de ANESAR, fue quien se ofreció a ayudarme. Pude quedar en persona con él en las oficinas que la asociación tiene en Madrid, en la calle Ortega y Gasset. Allí, en su despacho, pude charlar con él acerca de todo lo que había ido descubriendo en mi intento de investigación sobre salones de videojuegos, algo que le sorprendió profundamente. Pudo confirmarme que los datos que había ido recopilando hasta el momento eran correctos, y me explicó el papel que asociaciones como ANESAR habían tenido de cara a que la actividad de las máquinas de tipo A se liberalizara. De hecho, si esto no se produjo antes, fue en gran medida por un tipo especial de máquinas recreativas a las que muchos también hemos jugado en grandes salas recreativas, las tipo redemption. Piensen aquí en las máquinas de baloncesto donde hay que meter canastas en un corto periodo de tiempo, o las que tienen un martillo para aplastar el mayor número de topos antes de que acabe la cuenta atrás, o incluso las que vulgarmente llamamos máquinas de gancho, esas cuya grúa atrapa peluches y otros presentes dentro de una jaula acristalada. Esta denominación, redemption, reúne a las máquinas que no son del todo un videojuego al uso, sino que proponen un juego —a veces de video, a veces físico— con recompensas en forma de tickets regalo, algo que chocaba aquí con aquel Real Decreto con su párrafo dedicado a los «puntos canjeables por objetos o dinero». El Ministerio de Industria defendía que este tipo de máquinas podían crear adicción a los que jugaran con ellas y quería catalogarlas dentro de las de tipo B, como si fueran máquinas tragaperras, o como se llaman en este negocio, máquinas de calle. El hecho de que muchas veces compartieran espacio con máquinas de azar —todos las hemos visto en bares de carretera, por supuesto— no ayudaba demasiado, pero después de muchas batallas legales la situación acabó por normalizarse.
Le trasladé a Juan mi problema a la hora de conseguir registros sobre salones recreativos operativos en la actualidad. Aunque la mayoría de empresas asociadas a ANESAR habían sido tradicionalmente de juego de azar, lo cierto es que contaron con muchos empresarios del videojuego años atrás. Ahora su presencia era prácticamente inexistente, ya que no quedaban apenas salones recreativos en funcionamiento y los que quedan, normalmente, están situados en centros comerciales conjuntamente con boleras y grandes superficies de ocio familiar. Le pregunté si ANESAR podría ayudarme con ello y realizar una solicitud al área de Juego para conseguir el último listado de empresas con licencia tipo A, el del año 2010, antes de la liberalización. Juan me explicó por qué esa solicitud no tendría sentido dentro del trabajo que estaba realizando, haciéndome ver algo que ya sabía desde mi intentona con el Ministerio de Industria, pero en lo que no había caído: para conseguir un listado de salones recreativos que existían en el año 2010 en España debía acudir, una por una, a las diecisiete áreas de Juego de las distintas Comunidades Autónomas de España. En muchas Comunidades Autónomas los salones recreativos de tipo A ya no están en las normativas ni por tanto en los registros de juego, y por tanto no resultaba fácil acceder a esa información cuando existía. En algunos casos no habría registros. El razonamiento de Juan era aplastante y el trabajo que implicaba realizar, tremendo. Cuando empecé esta aventura tenía claro que podría averiguar cuántos salones recreativos quedaban en España, pero después de todo ya no sabía si podría conseguirlo o no.
Había topado con un muro que parecía insalvable, pero no quería darme por vencido tan pronto. Tracé un mapa de asociaciones de juego más pequeñas, organizadas por autonomías, y contacté con todas las que pude. El trabajo no era académico, ya que no fui capaz de conseguir datos de muchas zonas por inexistencia de asociaciones locales. Aun así acabé esta última tarea con un buen número de registros y datos confirmados sobre salones recreativos abiertos en la actualidad. Ciudades en las que hace décadas había un salón recreativo por barrio ya no tenían ni un negocio de este tipo abierto. Confirmé que muchos habían desaparecido bien con una llamada de teléfono, bien comprobando en Google Street View que donde se suponía estaba el salón recreativo ahora había otro negocio. La lista que acabé confeccionando no podía responder a la pregunta inicial con la que empecé esta investigación, no iba a poder averiguar cuántos salones recreativos quedaban abiertos en este momento en España, pero sí al menos concluir que aún quedaban negocios que habían sobrevivido desde los años 80 y 90. Nunca sabría cuántos quedaban, pero sí que el negocio perduraba, seguía resistiendo. Esa era la conclusión a la que podía llegar. Fue entonces cuando mirando aquella reducida lista me invadió un sentimiento de agradecimiento. Quizá mereciera la pena hablar con sus dueños y conocer su historia, la de sus locales y la de sus jugadores, como testimonio único de lo que los salones recreativos representaban para muchos como yo. No tardé en hablar con todos ellos, con un nuevo objetivo en mente. Pero eso es otra historia, una que merece ser contada con detalle.
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