No me he hecho tatuajes, ni me he vuelto a dejar melena, ni me he comprado una moto. No ha sido una crisis importante. Eso si, ya no salgo como antes, no me emborracho entre semana (ni los fines de semana, no mintamos), me acuesto temprano con la excusa del trabajo. Vamos, como me dijo el otro día mi amiga ascárida, "eso creo que se llama hacerse adulto". No es que me guste demasiado, pero bueno.
Lo que si me he sentido esta vez ha sido un poco solo. La familia está lejos, no hubo esa gran fiesta que me rondaba la cabeza, no hubo cenorrio con amigos (que le vamos a hacer, dar tantas vueltas en la vida hace que tengas a los amigos dispersos, y los nuevos necesitan que se les pida audiencia con meses de antelación). Eso sí, hubo cena fantástica con la mejor de las compañías, y el día, aunque amaneció anímicamente gris, en general se fue salvando.
No duelen los cuarenta, al menos por ahora, aunque si te empiezan a rondar ideas por la cabeza.