Revista Opinión
Ayer se cumplieron cuarenta años del asesinato del presidente de la Diputación de Guipúzcoa a manos de los nacionalistas cruentos de ETA. Poco después de morir el dictador, ETA comenzó a matar alcaldes (el de Oyarzun, literalmente a los cuatro días de morir Franco) y a personajes vinculados a la derecha y el centro derecha no nacionalista. La estrategia de exterminar al diferente empezó en serio con el asesinato de Araluce y es la misma, en el fondo, que veinte años después, llevó a la campaña contra ediles del pepé vasco. Una limpieza política planificada para dejar sin voz a una de las familias políticas vascas: las derechas no nacionalistas.