Cuaresma

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Ayer mantuve una larga conversación con mi amiga Aránzazu, la mala-malísima que se presentó hace casi dos años en mi casa para dejarme en evidencia ante el mundo. Algunas seguro que lo recordáis. Y para las que no sabéis de qué estoy hablando os recomiendo que leáis ESTO y veáis de lo que es capaz quien se hace llamar amiga tuya.

Nuestra larga conversación no tenía otro objetivo que el de planificar una estrategia eficaz que traiga a Aránzazu desde Burgos hasta Madrid para poder asistir al Mercadillo de Compritas. Ya sabéis, la típica estrategia de a ver qué le cuento al marido para convencerle -o, en su defecto, engañarle-, a ver si convenzo a mi madre para que se quede con los niños, a ver si convenzo a alguna amiga con coche que me quiera llevar… ¡Vamos, lo típico!

Nuestro futuro como estrategas no debe ser muy halagüeño y la conversación se ha extendido demasiado sin, realmente, haber encontrado ninguna solución. Cuando me he querido dar cuenta era tan tarde que he comprendido que no me iba a quedar más remedio que volver a ser una mala madre y “tirar” de freidora para preparar la cena de los niños. Y sí, yo también me siento culpable cada vez que uso la freidora para alimentar a mis hijos.

Lo primero que ha salido del congelador ha sido una caja de filetes de pollo empanados que no han tardado ni tres segundos en ser sumergidos en el estupendo aceite de oliva que me regala mi suegra. Ya estaban sobre los platos cuando el Nuevo-Romay, a quien el cambio de cole le está afectando notablemente, los ha visto y ha exclamado con cara de espanto y voz de incredulidad -¿o era cara de incredulidad y voz de espanto?-: “¿CARNE? ¡MAMÁ, QUE ES CUARESMA!”

Gracias a Dios el Mindu, que ya me ha dicho su tutora que es listísimo, le ha sacado de su error: “que no es carne, que es pollo”.

Estas son mis propuestas -casi todas rebajadas- para esta Cuaresma: