Revista Asia
Hoy hace cuatro años que estoy viviendo en Japón.
Un quince de abril del 2009, dos días después de mi cumpleaños, dejé mis amigos, mi casa, mi familia y mi pasado para cruzar 12.000 kilómetros y empezar una nueva vida.
Los primeros seis meses los pasé en el inaka japonés, rodeado de gente difícil de entender (y no solamente por el idioma) hasta que pasaron cosas y tuve que volver a cambiar de hogar. Pero esta vez hora y media de tren fue suficiente.
Recién llegado a la metrópolis de Tokyo (si, esa de tantos millones de japoneses apretados en los trenes que comen tantos fideos) empecé a buscarme la vida.
Trabajé como profesor de castellano y de catalán, experiencia que me enseñó dos cosas. Una, que cualquiera puede ser profesor pero pocos maestro, y dos, lo mal que uno conoce la gramática de su propio idioma.
También trabajé programando y diseñando páginas web. Tuve problemas por cobrar de empresas extranjeras hasta que me di cuenta de los ladrones que hay por estas tierras. Desde entonces, la mayoría de ellos pasaron a ser solamente japoneses.
Hice mis pinitos en el mass media (aunque algunas se murieran de envidia por su "condición de actor"). Me entrevistaron un par de veces para la televisión, salí como extra en un capítulo de un culebrón y otra vez de extra en una película.
Hice cosas que nunca me hubieran pasado por la mente hacer en Barcelona. Entre las nombrables en público, repartir publicidad, repartir cartas y repartidos de paquetes.
También hice de guía turístico por Tokyo los veranos (cosa que está muy de moda últimamente).
Trabajé traduciendo del japonés al castellano, del inglés al castellano y entre este idioma al catalán y viceversa.
Di clases de conversación de español en una cafetería una estación antes de donde la juventud quiere ir a vivir.
Y muchos creen que no hago nada.
En estos cuatro años he conocido a muchísima gente.
A David Toro, un fotógrafo gallego el cual me invitó a ayudarle como asistente en sus sesiones fotográficas a modelos de desnudo y de shibari. En un par de días con él aprendí más que en toda mi vida junta.
A gente con la que empecé normal, y terminó mal. Alguna que intentó demandarme y metió en la mente del resto algo no cierto de mi.
También conocí a estudiantes de paso en Tokyo, y visitantes de semanas de verano en tierras japonesas. Tres bienvenidas y dos adiós. Y todavía no se como los profesores de instituto/escuela/universidad lo soportan todos los años.
Conocí a Ernesto, un sevillano casado con una japonesa que ahora estudia Asia Oriental en su ciudad, y volverá un año a Tokyo.
Conocí "por culpa" del terremoto y del tsunami a varios españoles de esos que "merecen la pena conocer" por lo currado que llevan en este país, y sobretodo a una mujer de ojos verdes preciosos, seguramente la persona más inteligente y culta que me he encontrado jamás.
En las primeras navidades ya había perdido cuarenta quilos, y desde entonces mi peso es como una montaña rusa, igual que mi mente de vez en cuando.
Y entre toda la gente, alguien especial. Debitto. Alguien loco. Buena persona. No puede parar quieto. Llegó a Tokyo con poco dinero, pero esforzándose a los cinco años ha logrado el visado de trabajo en una buena compañía. De esa gente que cruza la frontera de la primera impresión en mi para conocerme.
Todo esto, y mucho más, han sido mis cuatro años en Japón. Ojalá que sean mis primeros cuatro años. Pero últimamente creo que si no fuera así, tampoco el cielo caería sobre mi cabeza.
Los que me conocen, ya saben de lo que hablo. Los que creen que me conocen y no lo entienden, lo siento. Al resto, ¡a la mierda!