Revista Viajes
Se rompieron las nieblas que aterecían los cielos mientras los montañeros ascienden con el alma libre por la Senda Santé camino del Pico Najarra. Multitud de miradores asombran su corazón, se detienen en diferentes balcones de piedra y los fatales sentimientos de la vida se diluyen entre la vegetación y la nieve para llenarse de trémula esperanza que vuela con sublimes alas más allá de los escollos de las desgarradas nubes.
La tierra entera respira memoria libre que salta entre las montañas que dominamos desde este espacioso mirador de Cuatro Calles donde el céfiro alado batalla frente al exultante sol. Los dos han elegido el rostro de los montañeros como escenario de combate mientras la brillante luz blanca de la nieve enciende los corazones de los montañeros esta hora camino del medio día.
Desde Cuatro Calles la multitud de montañas y valles son una sinfonía de sosiego.
A nuestros pies se encienden los colores de la naturaleza, del agua, del baile de las nubes, de la variedad de vegetación donde saltan animalillos de multitud de especies, vuelan aves de diferentes trinos y observan el sosiego de la piedra, de la nieve, del musgo, de los milenarios siglos de atardecer y de auroras serenas.
Cuatro Calles, camino de la Najarra, es un mirador de rosas frescas, de caballos trotones, de corazones saltarines, de pensamiento pacífico donde los montañeros descubren el instante contenido en una respiración que explosiona en la eternidad de todas las respiraciones de la naturaleza entera.
Los montañeros caminan ahora hacia la cumbre del Najarra en austera conversación con las cortantes cimas de la cercana Pedriza que avanza a su lado más allá del silencio y de los pinos, más allá del vuelo de las aves y de la nevada ladera.
Javier Agra.