"¿Es mejor vivir libres y desprotegidos o vivir controlados y protegidos?" (p. 85). Este dilema, esta pregunta, bien podría resumir la esencia de nuestra era hiperconectada e hipervigilada. La pronuncia un personaje de Cuatro por cuatro (2012), la novela finalista del Premio Herralde con la que Sara Mesa (Madrid, 1976) fichó por Anagrama y empezó a hacerse notar en el panorama literario nacional. Más tarde publicó Cicatriz (2015; Premio Ojo Crítico), que muchos consideran su consagración. La autora, que reside en Sevilla desde su infancia, tiene una voz singular dentro de la narrativa española y no sorprende que llamara la atención de un editor de la talla de Jorge Herralde. Su estilo no es el más exuberante; en cambio, sobresale en la construcción de la novela y en el alejamiento del costumbrismo castizo. Ese estilo tan sobrio que algunos le reprochan (frases cortas, despojadas de artificios y con diálogo) se amolda a la perfección a lo que cuenta y a la aridez del ambiente. Es buena, muy buena.
se desarrolla en el Wybrany College, Cuatro por cuatro un internado elitista, situado en una zona alejada de la sociedad. Nadie sabe con exactitud qué ocurre ahí, ni siquiera (sobre todo) los que están dentro. La acción comienza con un grupo de chicas intentando escapar. No les sale bien la jugada, así que vuelven al colegio. ¿Una travesura o tenían motivos de peso para marcharse? De forma paulatina, dosificando la información, se deja entrever la estratificación del prestigioso centro: por un lado, los hijos de los ricos; por el otro, los becados, procedentes de familias muy pobres cuyas madres suelen estar empleadas en tareas de limpieza o cocina en el propio internado. Les hacen un favor, o al menos así quieren hacérselo creer. Chicos y chicas se encuentran separados. La cabecilla del grupo que intentó fugarse, Celia, pertenece a los becados, solo que su madre no trabaja allí. La tachan de escoria social, de perdida. La fama de la madre persigue a Celia, pero le aporta un aprendizaje útil: Celia conoce el mundo, la calle, el tabú, mejor que cualquiera de sus compañeras. Esto le da una oportunidad... o la condena ("a Celia esto del colich le viene grande [...]. Se acostumbró a la rapiña, a los saqueos, a la vida fácil y sin normas. Ahora está aquí como un animal encerrado", p. 37).
La estructura es muy inteligente. La primera parte se compone de fragmentos breves narrados en tiempo presente, que muestran la rutina del centro con el foco puesto en dos alumnos: Celia e Ignacio. Poco a poco, se vislumbran las anomalías en el funcionamiento del colegio, las relaciones de poder (entre profesores y alumnos, entre el director y el resto del claustro) que van más allá de lo que cabría esperar. Celia, espabilada, sospecha lo que se cuece ahí y hace un pacto con un profesor. Ignacio, por su lado, vive su despertar sexual en un entorno masculino, entre el temor y la atracción. La segunda parte, que acontece a continuación de la anterior, consiste en el diario de un nuevo profesor, un sustituto. Este hombre, a su vez, es un intruso; no se dedica a la docencia ("Todos fingimos y lo único que nos define son los distintos matices del fingimiento", p. 201). Con la mirada limpia del forastero novato, va contando las rarezas que descubre a medida que pasan los días; él también se siente preso. Además, nadie le quiere decir por qué se marchó el profesor al que sustituye. El sustituto es un eterno aspirante a escritor, y de algún modo su diario acaba siendo su obra. Cierran la novela unos papeles dispersos del profesor que lo precedió en el cargo.
no es una historia de internado sobre las relaciones entre chicos y chicas. No, no va por ahí. Las apariencias engañan (nunca mejor dicho). Esta novela recrea un microcosmos con una jerarquía perfectamente engarzada, Cuatro por cuatro oscura, degradante, opresiva, que guarda paralelismos con la sociedad contemporánea. El primero puede ser el propio misterio del colegio: tiene fama, tiene un nombre británico, se vende como un internado de largo recorrido; no obstante, hay muchas mentiras en este cuento. Invita a reflexionar acerca de la construcción del relato, en cómo quien ostenta un poder (el director del colegio puede representar a todo tipo de altos cargos) es capaz de comunicar un mensaje lleno de engaños, mentiras y ocultaciones con total impunidad ("Nadie conoce nunca las reglas. Es ley de vida", p. 195). El receptor, el pueblo, el público ignora la trama que hay detrás ("la mayor debilidad reside en la propia ignorancia de ser débil", p. 64). La sospecha, quizá, pero carece de armas para demostrarla, y tampoco le serviría de nada sacarla a la luz. Eso le ocurre al sustituto ("Tápate un ojo y mira con el otro. Así es como yo miro siempre las cosas", p. 77).
La jerarquía del colegio está calculada al milímetro. Becados y no becados van juntos a clase, pero ocupan habitaciones separadas, como una metáfora de la escuela pública: juntos en el aula, y luego cada uno a su casa. Acceden a los estudios, se les habla de igualdad de oportunidades, pero en la práctica el determinismo se impone casi siempre. El sistema se revela, no ineficaz, sino concebido para perpetuar las desigualdades y someter a los menos favorecidos. Es sintomático el hecho de que tanto a ellos como a sus familias les hagan creer que tienen suerte de estar allí; el sometimiento camuflado de ayuda, como cuando se explota a empleados no cualificados en las empresas. Cuatro por cuatro explora la dominación y la sumisión en diferentes grados, hasta dónde se puede llegar con la manipulación, con el poder. Discriminación, abusos, control del cuerpo. Lo peor de la humanidad. Un microcosmos que se apoya en falsas apariencias provoca que todos sus súbditos (de Celia al profesor sustituto) se muevan por sus pasillos como el animal que trata de subsistir. Sí, hay algo de instinto de supervivencia, de desconfianza que late en el cuerpo, de carácter huraño, esquivo.
A todo esto, la historia se sitúa en una realidad que no es la nuestra. No del todo. Se insinúa que la civilización tal como se entiende se ha hundido, que en las ciudades impera el caos; un futuro distópico en el que el internado se presenta como un hipotético remanso de paz. Esta comparación sonará exagerada, pero, por su ambiente estratificado y asfixiante, recuerda a El cuento de la criada (1985), de Margaret Atwood. Sin construir una sociedad tan compleja y rica en símbolos como la de Atwood (y no es que el entramado de Mesa no sea complejo), tiene puntos en común con ella. En primer lugar, la sumisión de los protagonistas, solos ante el peligro, que asumen las normas sin oponer resistencia, aceptan los códigos del colegio, renuncian, aunque aun así en su relato hay resquicios por los que se cuela la naturaleza patológica de la organización. En segundo lugar, su concepción de novela-testimonio, es decir, está narrada (en parte) por alguien que vive en primera persona lo que ocurre ahí dentro y deja su testigo en forma de papeles (ambos profesores), como Defred dejó unas cintas. Ambas trabajan la incertidumbre; no se llega a conocer todo, sino que el secreto se descubre de manera parcial, a través de los ojos de un personaje que solo sabe una pequeña parte. Tampoco en la vida llegamos a saberlo todo. En esta novela no importa tanto lo que sucede como lo que subyace bajo la superficie, lo que se insinúa. El terror no está (solo) en lo que ocurre sino en las posibilidades infinitas que se pasan por la mente.
Después de leer Cuatro por cuatro no se puede sino celebrar que en España haya una novelista con una propuesta tan fresca e interesante como la de Sara Mesa. Inteligentísima, demoledora, sutil; la novela se engrandece conforme avanza y atrapa como una telaraña. En la narrativa española hay prosistas excelentes, hay voces reflexivas e introspectivas, hay también continuadores del realismo... Pero pocos, muy pocos tienen la ambición (y la capacidad) de recrear ambientes como este, de mantener la tensión psicológica, de animar a seguir leyendo sin bajar el listón literario. Literatura de calidad que se disfruta, en definitiva, nada de soliloquios intelectuales autocomplacientes. Su atmósfera lúgubre y la concisión del estilo recuerdan a Fleur Jaeggy. Comparte motivos asimismo con Pilar Adón (los patrones de conducta en condiciones de aislamiento, miedo, dominación), aunque, y esto es curioso, tienen un estilo muy distinto (Adón más poética, casi preciosista; Mesa, depurada y directa, con una trama más dinámica). En suma, un gran descubrimiento.
P. D. Tiene un potencial enorme para adaptarla al cine o a la televisión. No sé a qué esperan.