En un coche americano de los años 50, de esos que en Cuba se conservan como oro y le han valido el nombre de Museo Rodante, llegaba a mi casa después de años sin ver a mis amigos, mi esquina, mi cama, mi gata. Los cambios me llegaron en fotos: mi padre montó “un todo en uno” –algo así como un chino cubano- gracias a las nuevas posibilidades de vender por cuenta propia y al lado de mi cuarto abrieron una cafetería, mi gata había parido en más de una ocasión y algunos vecinos ya no estaban en este barrio.
La casa repleta de gente se convirtió en besos y abrazos, uno detrás del otro, no me daba tiempo a cruzar palabras con nadie. Todos querían hablar, yo quería hablar, pero era imposible con tanto alboroto: pueblo chiquito, infierno grande. Con un mes por delante viviendo entre mis cuatro paredes daría tiempo de ponerme al día con todos y de todo. Cuba había cambiado, pero el más visible, como siempre suele estar en su gente.“Mijo, hablas igualito que el Luisma” me repitió más de uno aquel día y durante toda la semana. Los acentos se pegan y si ya había advertido que no iba a estar en contra de un proceso natural de adaptación como es la lingüística, esos primeros días notaba las expresiones que en España nos ponen a los cubanos, hasta en mi mamá. “Qué pasa mi hamol” resonaba una y otra vez, cuando llegué a Sevilla y ahora veía el por qué. Viajar abre los ojos en tantísimos aspectos, debería ser obligatorio al menos una vez en la vida. La Habana, 18 de diciembre 2012, 8:00 PM (hora cubana)Vivir a las afuera de la gran ciudad, siempre supuso un esfuerzo doble para llegar a cualquier punto de la capital. Mis amigos de la Universidad de la Habana me invitaron a una fiesta de la FCOM y allá fui sin dudarlo, la ida muy bien, pero la vuelta imposible, después de la 1 de la mañana nada se mueve en la capital: ni el transporte público y los taxis son imposibles.El Vedado es “donde se calientan todos los grandes eventos” en La Habana: festivales de cine, música, discotecas… la gran arteria, la calle 23 aglutina casi todo. Si algo hablaba cuando estaba en Cuba era de la necesidad de mejorar la gastronomía y la solución pasaba irremediablemente porque lo llevara un particular. Los panes con croquetas de la esquina de G y 23 superaban a cualquier establecimiento estatal. El Estado cubano al fin se ha dado cuenta que no puede controlar todo en la isla y ha permitido abrir pequeños negocios a los ciudadanos.La calle 23 era una gran feria de vendedores por doquier, una cafetería por aquí, otra por allá, venta de arte, ropas, zapatos, sartenes… discotecas con espectáculos de artistas cubanos, locales de ambiente abiertos todo la noche con gogo incluido. Cuba había cambiado, no cabía dudas, todo el mundo quiere vender, pero hay cosas que no cambiaban: no todos pueden comprar porque no les llega el dinero.