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Cuba desde la banqueta

Publicado el 02 junio 2014 por Gonzalolara

cubaCuba es un gran árbol-Estado dueño de todo.  Los huequitos entre las ramas son los resquicios por donde millones de cubanos buscan colarse para irla pasando, porque 10,  20 o 60 dólares al mes no alcanzan para nada.  Pero sus caras,  su ánimo y sus cuerpos no parecen los de alguien que gane un dólar al día. Son cuerpos que atraen la mirada. Van del negro más intenso al rubio. Los rasgos de indígena americano casi no se ven. Esbeltos,  muy erguidos,  nucas elevadas,  atléticos y protuberantes, de andar orondo. La queja sobre la precariedad está a flor de labios en mucha gente. Son muchos quienes desearían estar afuera y poder mandar cien dólares a su familia,  una cantidad que en la isla no juntan en meses de arduo trabajo.

En la capital, muchos barrios  hacinados y llenos de actividad, de ires y venires, son centenarios,  con altos edificios que son vecindades ruinosas, unos decrépitos, unos coloridos y con un aire que recuerda los cuerpos de sus habitantes.  Los robustos coches de los 50 comparten las calles con cochecitos comunistas,  modernos autos chinos y con una compleja red de bicitaxis,  camiones urbanos,  motos con carritos laterales y  con un largo etcétera de vehículos nuevos,  viejos y adaptados para cubrir las necesidades de una población diversa que no siempre puede pagar un transporte, ni propio ni público.

En un restaurante,  por ejemplo,  o en un bar, es natural recibir el servicio con un aire de indiferencia, de trabajador del Estado. No es grosero ni igual en todos lados, pero en ciertas partes es,  digamos,  un servicio burocratizado. Un turista ve y no ve.  Haciendo turismo de bajo perfil se pueden ver cosas más o menos naturales que a veces la propina oscurece o abrillanta. Muchos no se van,  se quedan en  esta isla por decisión, sorteando el día a día con lo que pueden y como pueden,  yéndose por la izquierda en una sociedad cuyo gobierno de izquierda exige irse por la derecha con un dólar al día en la mano,  cierto,  pero asiendo en la otra seguridad,  educación gratuita de alto nivel y un servicio de salud que ni de lejos puede brindar el gran enemigo del norte. Este triángulo que en toda la América Latina sigue siendo una aspiración, tal vez en la isla quede reducido a la cotidianidad y termine siendo tan natural como comerse un plátano a puñetazos.

Vladimir, quien lleva nombre revolucionario, se hace su revuelta privada. Las pesca en el aire, tiene un ojo al gato y otro al garabato. Lo suyo son los puros, el tabaco. Se mueve por la izquierda usando cadenas, anillos y relojazos de fantasía que, siente, podrán ser de buena ley en cualquier golpe de suerte; sonríe a la cámara bien engelado, planchado y acicalado para tener su carnet de comerciante por la derecha, pero las manos a la espalda están bisneando lo que venga. Eduardo, su vecino de al lado, es su padre putativo, un viejo combatiente que no puede jubilarse por ser diabético, pero que al mismo tiempo está incapacitado para trabajar. En diez años no le han resuelto ese atasco burócrata. Ya va para los setenta. Huele a mugre guardada. Chupa y chupa la pipa que no se lleva bien con el encendedorzote chino que usa. Pasa el día sentado afuera de su desvencijada puerta, que apenas se cierra algunas pocas horas en la madrugada, pues dentro, faltan la luz y el aire en esos cuartos ruinosos y lóbregos de enormes techos en los que un foco fundido es como perderlo en el inasible cosmos. A la menor provocación, Eduardo defiende la revolución. Uno niega, el otro afirma, ambos en una emisión de voz que parece no tener separaciones, con consonantes suaves, sugeridas, vocales bien abiertas y veloces, encadenadas con nudos ciegos para cualquier hispanohablante que no sea su compatriota.

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Les acaban de subir el salario a los doctores, los atletas y un poquito a los maestros. Andan por los 40 o 60 dólares gringos al mes. Como en casi todo el planeta, un taxista afirma que gana más. Le pago los 35 pesos cubanos convertibles por la dejada de 200kilómetros entre Cienfuegos y La Habana, unos 37 dólares. Y sí. En 2 horas ya sacó lo de medio mes de un ginecólogo. Pero no deja de haber médicos “para aventar pa’ arriba”.

Una pareja madura, él comerciante, ella igual pero con una licenciatura en lengua española, arquean las cejas al escuchar los salarios mexicanos promedio. Les hablamos de los famosos seis mil pesos, con los que dice Cordero que se vive cómodamente. A esos seis mil, les decimos, hay que restar cerca de tres mil de renta, unos cien o ciento cincuenta de luz, más o menos lo mismo de gas. Todavía debe alcanzar para comer y una comida modesta en la calle, sólo la comida, cuesta la cuarta parte del salario/día si se está en esa cómoda (sic) plataforma de los seis mil. No debería asombrarse tanto la pareja, porque él dice tener la nacionalidad ecuatoriana, además de la cubana y viajan seguido a donde el Estado se lo permite: Nicaragua, Venezuela, Ecuador y otro destino que ahora no recuerdo. A su esposa le pagaban (porque ya no quiso trabajar por tan poco) 20 dólares al mes. Pero no pagan renta, no son propietarios, pero no pagan renta; un recibo de luz promedio está por los 6 pesos cubanos (dos pesos cubanos son un peso mexicano); uno de gas anda por los 12 de la misma moneda. Muchas clínicas son de 24hrs. No hay un policía a la entrada. No hay que demostrar nada ni fingir malestares. La atención es gratuita. Claro que tendrá sus limitantes, pero nunca se van a comparar con las limitantes de una clínica (cuando la hay) en cualquier país latinoamericano.

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Un joven desvela el misterio de quienes no quieren estudiar. Es más fácil ir que no ir, porque de negarse, pueden terminar sumidos en escenas kafkianas. Si la criatura no quiere ir a clases, le mandan un profesor. Si sigue empeñada en no estudiar, otro; persiste, el director, consternado, va a ver qué sucede; más tarde llega trabajo social, hablan con los padres y buscan el mal que aqueja al retoño. Si la obstinación continúa, llega la asistencia psicológica. En fin, que sale más barato ponerse el uniforme, enrollarse la pañoletita que usan estilo boy escout y tirar para el colegio en fresca camisa blanca y chorcito.

 


Cuba desde la banqueta

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