Hernando Calvo
Ospina.- En 1991 sucedió lo impensable: la
Unión Soviética colapsó. Por efecto dominó, igual suerte corrieron los demás
país del llamado bloque socialista. Bueno, uno de ellos no pasó al campo
capitalista, el que menos recursos estratégicos tenía: Cuba. La terca caribeña
insistía en que su sistema político era el adecuado para el desarrollo de su
sociedad, y no tenía por qué volver a caer en manos del imperio
voraz.
Cuba se quedó sin sus principales socios comerciales, esos que permitieron el
intercambio de un barco con azúcar por uno con petróleo o alimentos. Estados
Unidos y los países de Europa del Oeste aprovecharon la situación para redoblar
el bloqueo, y negarle la posibilidad de créditos y hasta la compra de aspirinas.
Cuba se quedó casi solita en el mundo. Por tanto se decretó el “periodo especial
en tiempos de paz”, que en la práctica significó la llegada de una gravísima
crisis económica. Las palabras “no hay” se volvieron la expresión más corriente
del vocabulario diario. No había arroz, pero tampoco jabón, ni sal, ni papel
higiénico y mucho menos combustible.
Al caído caerle. Los golpes empezaron a llegarle de todas partes, incluidos
los inesperados. Muchos que se habían rasgado las vestiduras defendiéndola en
los tiempos de las vacas gordas, prefirieron bajarse del barco para empezar a
denigrar de ella. Fueron muchas las organizaciones políticas que se decían de
izquierda que volvieron postulado el atacarla. Ironías de la vida, en algunos
países europeos, por ejemplo, el gobierno cubano era más respetado por la
derecha.
Fuimos pocos, muy pocos, los que seguimos confiando en que Cuba de esa
saldría. Aunque cada mañana nos despertábamos con el temor de escuchar que la
revolución cubana había naufragado en el Caribe, y que otro sueño en la búsqueda
de una sociedad más justa se ahogaba.
A esos poquitos nos empezaron a mirar raro. Los que hasta ayer nos trataban
de “camaradas” o “compañeros”, nos atacaban con epítetos que rayaban en lo
vulgar. Lo mínimo era decirnos “dinosaurios”, dizque por habernos quedado
atrasados en la historia. Recuerdo que así me trató un renegado dirigente
europeo que crucé en el aeropuerto de Madrid, al saber que yo venía de La
Habana. Sólo le respondí con la frase que alguna vez aprendí para nunca olvidar:
“Prefiero ser dinosaurio de andar recto, antes que moderno chimpancé, que salta
de rama en rama.”
Los vilipendiados hacíamos lo que podíamos para ayudar. La mayoría de ese
montoncito solidario trabajaba como hormiguitas, buscando y llevando de todo:
medicamentos, lápices, ropa y comida. En el afán por aportar se llevaban
juguetes que duraban poco, pues eran a base de baterías que por allá ya se
habían vuelto extrañas. Los pocos aviones de Cubana que aun volaban parecían
camiones de carga, llevando hasta lo impensable. Otras empresas de aviación, se
debe reconocer, también cerraron los ojos ante el exagerado exceso de peso que
se montaba en cabina. Un día soñé que un puerco salía corriendo por el pasillo
del avión, al saber lo que le pasaría a la llegada. Cuando me desperté había
tremendo alboroto, pues casi había una fiesta alrededor de una guitarra y la
“Guantanamera”.
Las noches en La Habana o Santiago de Cuba eran de oscuridad casi total. El
silencio angustiaba. El calor era horrible, el agua fresca era escasa, pues la
electricidad estaba bien racionada: A veces, con suerte, hasta 20 horas por día,
en los días más duros de ese llamado Periodo Especial. La prostitución, que era
desconocida para la generación crecida con la Revolución, se instaló en muchos
lugares turísticos. Uno veía al futuro pegado con saliva.
Eso sí, en medio de tanta necesidad no se dejaban pasar las oportunidades
para celebrar lo que fuera. Siempre apareció una botella de ron, y algún invento
para comer. Porque el “invento” fue rey en el periodo especial. Y las ganas de
hacer el amor no disminuyeron, aunque en el estomago apenas hubiera un poquito
de arroz y una albóndiga "inventada" a base de cáscara de plátano aliñada con
ajo.
Por esas fechas viajé a Miami y Nueva York para hacer un reportaje sobre los
grupos contrarrevolucionarios, la mayoría involucrados en acciones terroristas
(1). Quería saber qué ofrecían a una Cuba posrevolucionaria. Nada bueno. Volver
para cobrar venganza. Sí, es célebre esa frase de uno de sus dirigentes que
pedía a Washington 48 horas de “licencia” para limpiar de “castristas” la Isla,
al día siguiente que cayera la Revolución. Ellos tenían muy en claro que solo
servirían de avanzada para que Washington se reinstalara. Serían los fantoches
que pondrían la cara en un gobierno del cual solo tendrían las migajas.
Era tal la seguridad que la Revolución caía en unos días, que tuve que
caminar bastante para encontrar una maleta en Miami. Todas las habían comprado
porque “mañana salimos para allá”. Ya deben de estar mohosas las cremalleras de
tanto esperar uso.
Y Washington ofrecía y ofrecía. Reagan, Bush padre, Clinton y Bush hijo,
recibieron millones de dólares en la Florida como aporte a las campañas
electorales, y muchos votos, porque juraron que en su gobierno se celebraría la
“Cuba libre”. Tras esto, Washington apretaba el bloqueo, y exigía a todos los
países de hacer lo mismo. Casi todos hicieron caso, empezando por los europeos.
Se negaba, y se niega, a Cuba hasta la compra de una muñeca porque en ella había
un tornillo fabricado por empresas estadounidenses.
Los dólares y euros fluyeron a borbotones para crear “disidentes”, y seguir
pagando a los existentes. Además de la Sección de Intereses de Estados Unidos en
La Habana, SINA, las embajadas de Polonia, España, Holanda, entre otras, se
volvieron centros de acopio. El propio gobierno del presidente francés Jacques
Chirac, pidió al director de la muy respetable ONG, CIMADE, que hiciera un
informe especial. Este lo hizo a espaldas de sus subordinados y especialistas.
Basándose en ese papel, le dieron el principal premio por los derechos humanos
del Estado a un “disidente” cubano (2).
Cuba seguía ahí. Incólume. Y acercándose el nuevo siglo la economía empezó a
levantar. Se dice, y parece que no es un chiste de los miles con que reían de su
situación los mismos cubanos, que los pocos gatos que quedaban respiraron con
alivio. No se olvide que estos animalitos se parecen mucho al conejo cuando se
les ha quitado la piel. Ya los europeos lo habían comprobado al fin de la
Segunda Guerra Mundial.
Nadie entendía, ni entiende, cómo los cubanos lograron salir de tamaño hueco.
El Banco Mundial y el Fondo Monetario Mundial, a los cuales Cuba no tiene
derecho a ingresar por orden de Washington, designaron expertos para que
encontraran el cómo. No encontraron la clave.
Yo también averigüé. Los cubanos me contaron que un día Fidel les dijo: ‘de
esta salimos’. Y la inmensa mayoría le creyó. Eso sí, solo creyendo no fue
suficiente. Lo que no quisieron ver los expertos es que la fe en el valor de SU
Revolución trajo la unidad, el coraje, el optimismo y las energías
necesarias.
En aproximados siete años que duró lo más terrible de esa situación, nunca se
pensó en privatizar una escuela, universidad y menos un consultorio médico. Nada
de los principales logros sociales de la Revolución fue tocado. Aunque los
medios eran bien escasos y humildes, nadie murió por falta de atención médica,
ni los niños dejaron de recibir sus útiles de estudio o el vaso de leche
diario.
En una sola ocasión se dieron incidentes, con apedreamiento de vitrinas e
intento de saqueos. Sucedió en La Habana. Parece que ello tomó de sorpresa a la
dirigencia. Cuentan que Fidel estaba en el Consejo de Estado, y ordenó ir hasta
el lugar donde ello sucedía, en el Malecón. Llegó en un jeep sin mayor escolta
de seguridad. Dicen que se bajó, avanzó y se detuvo ante los que protestaban.
Les pidió de lanzar los objetos contra él, porque siendo el primer dirigente del
país, él era el culpable de la situación. Y… ¡Todos empezaron a dar vivas a
Fidel! Se acabó la protesta que acababa de empezar. La única en toda la historia
de la Revolución.
Sin lugar a dudas, y esto tampoco lo han tenido en cuenta los economistas de
escritorio, las Fuerzas Armadas Revolucionarias, FAR, han tenido una gran
responsabilidad en el crecimiento de la economía. Es que su ministro de
entonces, hoy presidente del país, Raúl Castro, ya tenía experiencia en llevar
una economía de guerra. Y no era de ayer: Desde que estaba en las montañas
cubanas, peleando como guerrillero contra la dictadura. Al oriente del país creó
una especie de “república independiente” en 1958, con apenas 27 años. Comandando
el Segundo Frente Oriental “Frank País”, organizó un estado revolucionario que
se autoabastecía en alimentos y contaba hasta con servicios de correo y
aviación.
Lo que hoy está tratando de aplicar Raúl para que la nación deje de gastar
tantos millones en la importación de alimentos, es una experiencia comprobada
por las FAR. Estas, que desarrollaron durante el periodo especial las empresas
que más rendimiento económico dieron y siguen dando. Y para ello Raúl pudo
contar con uno de los mejores estrategas en la materia, el general Julio Casas
Regueiro, muerto el pasado 3 de septiembre, ya con el cargo de ministro de las
FAR.
Hoy, cuando se camina a la madrugada por las calles de La Habana y se ven los
autobuses prestando servicio, y cuando los ascensores funcionan sin problema
hasta el último piso, se comprueba que el momento más oscuro ya pasó.
Pero todavía falta mucho por hacer. De seguro que con la experiencia que han
dejado los errores, más la unidad de ese pueblo y la fe en su Revolución, se
seguirá construyendo.
Notas:
1) ¿Disidentes o mercenarios?. Calvo Ospina / Declercq. Vosa, Madrid,
1998.
2) Idem
Fuente:
Enviado por el autor a MARTIANOS-HERMES-CUBAINFORMACIÓN