La agonía por el pan es una de la calamidades más longevas de la Revolución Cubana. Literalmente comerse un simple pedazo de pan ha sido una desgracia sin remedio en las últimas 5 décadas.
El pan nuestro de cada día en tono de suplica como en el mismísimo santoral católico se salió de las escrituras para colocarse en la vida de los cubanos, y desde hace algún tiempo de los venezolanos, quienes por tradición son mucho más dependientes de la harina y sus derivados que los nacidos en la isla.
Mientras Venezuela hace ingentes esfuerzos por controlar la harina y sus usos, expropiando pequeños negocios que no cumplan con lo orientado por el Chavismo en su eterna guerra económica, en Cuba la iniciativa los emprendedores sobrevive de un modo milagroso.
El gobierno de Maduro impone que las panaderías sólo pueden producir pan de barras para mitigar el hambre feroz y creciente. No pueden hacer dulces, pasteles o tortas al considerarlas innecesarias en el contexto actual de la Revolución Bolivariana.
El Chavismo ha llegado ya al extremo de decidir en qué momento te puedes comer un dulce.
En Cuba las panaderías privadas ganan notoriedad de manera milagrosa pues han sido implementadas con el iniciativa de los cubanos.
Se trata de panaderías inventadas con maquinaria de autos en desuso, con la utilización de una materia prima vendida en mercados minoristas a altos precios y muy cerca de la fecha de vencimiento.
Sin embargo, el pan de los emprendedores le gana a todos. Los contrastes entre cómo funciona una panadería privada en Holguín, Cuba y cómo lo hacen las estatales queda en evidencia en el siguiente reportaje.
Con información de Palenque Visión y Diario Las Americas.
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