Revista Libros
Un camarero sin sonrisa pregunta, bebo solo y me gusta, soy de corazón alcohólico. No importa que mires mientras me transformo, es parte del juego, mirar y ser mirado, bueno, malo y regular, mentir, asumir un pulso débil y buscar uno agitado. Quererme y despreciarme. Dar, recibir, escribir. No importa que mires. Hola, cómo te llamas. Que pienses de mí lo que yo de todos. Que se escupan. Que me escupo. Que pido otra y sigo. Que la tarde es corta y la noche no lo sé, una mujer me espera y estoy sin ganas, debo tener cuidado, pegar está mal visto, no se lleva, debería dejarme pegar pero no sé, no lo veo claro. El amor es mentira suave en oído taponado.
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Doy vueltas en el supermercado, la vida sigue, eso es lo bueno y lo malo, siempre hay una segunda oportunidad para el desastre. En el carro cuatro cosas y no creo que necesite más pero, ¿por qué no me voy? No lo sé, solo miro al resto de carros zombis y hago lo mismo. Puedo vivir comiendo piedras. NO, ya no, podías, pero ahora no estás seguro. Ahora eres otra persona. Ahora paseas por este almacén de gordura como un don alguien que no sabe qué coger, qué hace falta para vivir, porque tú sabes sobrevivir, el resto te queda grande. Hay comida aquí para alimentar a cuántos. A todos. Atrás se tiran kilos y kilos, tú lo has visto ¿recuerdas?, trabajaste en uno igual. Sí, pero hace mucho: el seguro paga.
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La piedad es el peor sentimiento del ser humano, un buen invento para recaudar fondos.