Aunque no es exactamente un clásico de la televisión británica de los 80, Edge of Darkness es el ejemplo típico de la seriedad y complejidad con la que entienden en esa parte del mundo el thriller. Al llegar a su casa con su hija universitaria Emma (Joanne Whalley antes de casarse con Val Kilmer), el detective viudo Ronnie Craven (intenso Bob Peck) es atacado por alguien que grita su nombre, empuñando una escopeta. Al voltear, el tipo dispara, pero la muchacha se interpone entre las balas y su padre, por lo que muere casi al instante.
Durante los siguientes episodios, hasta llegar al anticlimático y pesimista desenlace, Craven no tendrá otra misión que atrapar a quien mató a su hija, a la que había criado prácticamente como papá soltero debido a la temprana muerte de su esposa. Muy pronto descubriremos que el asesinato de Emma no fue exactamente accidental: la muchacha formaba parte de “Gaia”, una organización ecológica radical que buscaba desenmascarar los ilegales trabajos radioactivos de Northmoor, una compañía británica a punto de ser absorbida por una megacorporación bélica estadounidense, encargada de la “Guerra de las Galaxias” reaganiana. Entran en escena el servicio secreto de Su Majestad, un agente nada encubierto de la CIA (Joe Don Baker, magnífico), la flemática Cámara de los Comunes y varios maléficos empresarios de los dos lados del Atlántico. La confusión y las contradicciones reinan, como en la realidad política misma. En Edge of Darkness, la teleserie, no hay lugar para las soluciones simples.
En contraste, Al Filo de la Oscuridad, del artesano jamesbondesco Martin Campbell –quien dirigió también la serie televisiva original Edge of Darkness- es, en primera instancia, un eficaz thriller liberal con todo y el consabido mensaje de participación ciudadana: basta que alguien empiece a actuar en contra de los abusos de los poderosos, para que éstos tengan problemas.
La premisa dramática es básicamente la misma: el detective de homicidios de Boston Thomas Craven (Mel Gibson) ve cómo su hija veinteañera Emma (Bojana Novakovic) muere en sus manos cuando alguien atenta contra ellos en la puerta de su casa. Sin embargo, a partir de este punto, la película tomar un camino muy diferente al de la serie televisiva. No sólo porque hay una visión optimista al final de cuentas -los malos pueden ser castigados-, sino porque Al Filo de la Oscruidad, más allá de sus convencionalismos de thriller liberal, es un filme pensado para el lucimiento de su estrella central, Mel Gibson.
De hecho, uno se queda con la sensación que el propio Gibson tuvo que ver con el guión o, incluso, con la dirección de algunas escenas. Véase si no: el Craven de Gibson es un policía impoluto –a diferencia del Craven de 1985, que tenía algunas cosas de qué arrepentirse cuando estuvo en Irlanda del Norte-, abstemio –parece que lo único que toma es ginger ale- y en el momento en el que su hija se muere desangrándose en sus brazos, no sólo se puede ver con claridad un crucifijo que cuelga en su cuello, sino que además, empieza a rezar, despidiéndose de la muchacha asesinada. O sea, el tipo es honesto, católico y no se echa ni una cerveza. Más que el retrato de un policía, parece la imagen que quiere transmitir de sí Mel Gibson.
Claro que Gibson será todo lo creyente que usted quiera, pero tengo la sensación que lee con más gusto el Viejo Testamento (“Ojo por ojo”) que el Nuevo (“Poner la otra mejilla”), pues a partir del asesinato de Emma, Craven irá tras todos los malosos habidos y por haber, a los que intimidará, golpeará, pateará, baleará y, finalmente, matará, pa’ que se les quite andarse metiendo con él y su hijita a la que ve, ya sea como niña, ya sea como adulta, al lado de él, como una suerte de ángel de la guardia personal (recurso que, por cierto, también estaba en la serie original, aunque con otro sentido: la Emma fantasmal de 1985 tenía un tono más acusador con su padre).
Hay dos escenas de antología que pintan de cuerpo entero a Gibson el actor, la presencia, el cineasta. En la primera, un auto acaba de atropellar a un testigo clave que trataba de ayudar a Craven. El auto asesino, después de cumplir su tarea, se da la vuelta y arremete contra Craven. Gibson ni se inmuta: aprieta la quijada, saca chico pistolón y corre en dirección al automóvil. ¿Quién cree usted que termina haciéndose a un lado?
La segunda escena forma parte del epílogo y no diré mucho para no estropear el momento, pero déjeme apuntar que es una especie de corrección/ampliación de las últimas imágenes de La Pasión de Cristo (2004). Pareciera que por lo menos estos minutos fueron dirigidos por el propio Gibson.