Revista Cine
En Verdades Ocultas (Brødre, Dinamarca-GB-Sueca-Noruega, 2004), octavo largometraje de Susanne Bier, un seguro y sólido páter-familia es sustituido por quien menos se lo imaginaba. Esta misma historia volvería a ser contada, con sus respectivas variaciones, en su siguiente cinta, Después de la Boda (2006), y en su desgarrador debut hollywoodense Lo que Perdimos en el Camino (2007).
Aquí, en Verdades Ocultas, ya liberada de las reglas dogmáticas de Von Trier, la danesa Bier nos presenta un intenso y estilizado melodrama postbélico en el que el veterano de Afganistán Michael (Ulrich Thomsen) regresa a su casa en Copenhagen y ve que su hermano menor expresidiario Jannik (Nikolaj Lie Kaas) ha entrado en razón y se ha convertido en el responsable papá sustituto de sus hijos y, acaso, en el nuevo marido de su esposa (Connie Nielsen). Sin embargo, el problema verdadero es otro: Michael carga con la culpa de algo que fue obligado a hacer en Afganistán y eso es, precisamente, lo que corroe su vida.
Pero, bueno, si Bier ha usado la misma premisa varias veces, no tiene sentido quejarse porque Hollywood haya realizado el remake respectivo. Se trata, por supuesto, de Entre Hermanos (Brothers, EU, 2009), séptimo largometraje de Jim Sheridan.
Tobey Maguire encarna a la perfección el papel que interpretara Thomsen en la cinta original danesa. El exPeter Parker es Sam, papá de dos encantadoras niñitas y marido de la bellísima Grace (Natalie Portman). En las primeras escenas de la película, le creemos a Maguire como ese joven capitán del ejército americano por su seriedad, su nobleza, su rectitud.
Por otra parte, Jake Gyllenhaal interpreta el papel de Kass. El exDonnie Darko es Tommy, el fracasado hermano expresidiario de Sam, libre bajo palabra, relajiento, desobligado y rebelde. Gyllenhaal se ha especializado en interpretar este tipo de personajes sin rumbo y, para variar, aquí lo sigue haciendo muy bien.
Los problemas en el filme de Sheridan surgen, sin embargo, en la medida que avanza la trama, cuando los dos protagonistas, Sam y Tommy, cambian de posición en la familia. Gyllenhaal hace la transición sin mayor problema: su resentido Tommy se convierte en el cálido hombre de familia que necesitan Grace y las niñas. En contraste, Maguire no puede con el paquete: desaparecido en Afganistán, su Sam será rescatado in extremis para regresar inesperadamente a una familia que ya lo daba por muerto.
Maguire, un actor con un rango interpretativo muy limitado, no convence como el violento capitán traumatizado por una atrocidad cometida en la guerra. Sí, es cierto, pela chicos ojotes, le dan ataques de histeria, asedia paranoicamente a su mujer, les gritonea a sus hijitas pero, por lo menos desde mi perspectiva, nunca me pareció que Sam representaba un peligro de verdad para su familia.
El miscasting de Maguire es un problema serio, sin duda, pero no seré yo quien condene esta película por ello. El filme tiene mucho más a su favor: Sheridan mantiene el interés en el drama vivido y sufrido por sus personajes, la cámara de Frederick Elmes captura tanto la idílica cotidianidad pueblerina como los vastos paisajes desérticos afganos y, más allá de Maguire, el resto del reparto cumple y con creces.
De hecho, como Isabelle, la hijita mayor de Maguire, la actriz de diez años Bailee Madison merece especial atención. Su dolor y sus berrinches son tan genuinos que dan ganas de meterse a la pantalla para abrazarla o darle una cintariza, lo que se le ocurra primero.