¿Para qué hacer un remake de la primera obra mayor de Brian de Palma, Carrie: Extraño Presentimiento (Carrie, EU, 1976)? Pregunta retórica de la semana: por el cochino dinero. Así que como lo más interesante que se puede decir del refrito Carrie (Ídem, EU, 2013) es la cantidad de lana que ha ganado, habría que señalar que, en este terreno, los números no son muy positivos para la casa productora.Con un presupuesto de 30 millones de dólares y a un mes de su estreno en Estados Unidos y varios mercados mundiales, la nueva versión de Carrie apenas ha obtenido 53 millones de billetes verdes. Es decir, tomando en cuenta que cualquier película de Hollywood necesita el doble de taquilla para empezar a ser negocio –en este caso, por lo menos 60 millones de dólares-, las perspectivas de Carrie, el remake, son, para decirlo amablemente, dudosas. Y, por lo menos en este caso, los espectadores alrededor del mundo han tenido razón. El tercer largometraje de Kimberly Peirce (Los Muchachos No Lloran, 1999) está años luz no solo del ingenio visual de la versión de 1976 dirigida por De Palma, sino que, además, ha desprovisto a la historia basada en la novela de Stephen King del humor torcido, la histeria desatada y el auténtico pathos de la cinta original. Es cierto, la Carrie de hoy (Chloë Grace Moretz) es de verdad una adolescente –la actriz tiene 16 años-, pero esto es lo único genuino que ofrece el filme. Todo lo demás está en un tono deslavado: nada de desnudos, nada de malevolencia y unos efectos especiales que de plano terminan saliéndose de madre cuando nos muestra a Carrie –en la famosa secuencia final de la venganza- casi como si fuera un miembro más de los X-Men(Singer, 2000).
No digo que la película no entretenga, pero para quien recuerde la original de 1976, esta nueva versión no ofrecerá nada nuevo. De hecho, antes de ver el filme de la señora Peirce volví a revisar Carrie: Extraño Presentimiento –que la vi en el cine en el momento del estreno: todavía recuerdo los gritos y saltos del público al final-, solo para constatar que no estaba exagerando mis buenos recuerdos de la cinta. Y no, no estaba exagerando.Ahí está una ratonil Sissy Spacek, perfecta en el papel de la frágil, inocente y abusada muchachita que quiere empezar a vivir –en contraste, la señorita Moretz es demasiado bella para ser Carrie-; ahí está una desbocada Piper Laurie como la histérica mamá religiosa con cuchillo cebollero en ristre –en contraste, Julianne Moore, en la cinta de 2013, se toma demasiado en serio-; ahí está, en todo su esplendor, la extensa secuencia del baile, con sus pantalla divida y sus virtuosas tomas largas –una casi de tres minutos cuando Carrie está bailando con su pareja y la cámara los rodea hitchcockianamente; otra más cuando la cámara de Mario Tosi nos muestra los preparativos en bambalinas para echarle a perder la noche a Carrie-; y ahí está, finalmente, la furia vengadora de Carrie, que no conoce prudencia ni excepciones.La malevolencia de un grupo de adolescentes ojetes ha desatado una malevolencia mayor, apenas reprimida, y todos –inocentes y culpables- pagarán igualmente. Esa crueldad políticamente incorrecta es imposible, al parecer, en cierto cine de horror hollywoodense del día de hoy. Qué remedio.