Desde que Hugo Chávez llegó democráticamente al poder en Venezuela en febrero de 1999, hasta su muerte, en marzo de 2013, el país redujo su índice de pobreza desde el 49,4 por ciento hasta el 26,4 gracias al espectacular incremento del precio del petróleo.
Pero ya en ese mismo 2013 volvió a crecer hasta el 32,1 por ciento. Ahora está cuatro puntos por encima de la media de Latinoamérica, según el último informe de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal).
Faltan las cifras de 2014. Perderán todo brillo por la caída del precio del petróleo. Pronto volverán las cifras de antes de Chávez, agravadas, además, por el empobrecimiento general de la clase media que emergía antes de 2000.
Ya ha desaparecido el bienestar de la mitad de los 30 millones de venezolanos, sometidos a una inflación del 64 por ciento. Deben consumir productos importados, incluidos los alimentos: la industria y la agricultura, crecientes antes de Chávez, casi han desaparecido.
Aparte de la corrupción de sus élites, dominante desde el principio, el régimen no creó riqueza productiva y se limitó a repartir “socialmente” divisas de un petróleo que quizás no vuelva a recuperar el precio de la época de Chávez.
El populismo fomentaba la venta o la expropiación de las empresas y plantaciones productivas para entregárselas “al pueblo”, casi siempre sin preparación para gestionarlas; así se logró que no se elabore casi nada de lo necesario para consumir.
Igualitarismo mientras había reservas y petróleo caro, y vuelta a la pobreza, pero ya para todos, la fórmula aplicada de Podemos.
Las asesorías fantasmagóricas e inútiles bien pagadas de los pequeños Pablo Iglesias, Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero han resultado para los venezolanos las cuentas de vidrio de los conquistadores españoles.
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SALAS