Revista Libros
Durante mi estancia en la capital cordobesa, compartía con cinco amigos un ruinoso departamento cuyo alquiler pagábamos en sendas rigurosas partes. Era un deber ético, solidario y de convivencia, no retrasarse jamás en el aporte común, pues dicha situación comprometía, más aun, los ya de por si alicaídos bolsillos de los demás. Fue una hermosa edición de los Cuentos Completos de Roberto Arlt, con tapas negras y prologo de Ricardo Piglia que saco seix barral aquel año, la causa de que al día de hoy, cuando coincidimos en algún encuentro con ellos, todavía me reputeen por ese mes de alquiler que tuvieron que bancarme.
Cuatro son los meses de alquiler que debe Gimenez, el octogenario protagonista de Cuentas Pendientes, aunque el desvío de fondos en este caso, responde a una causa mucho más obsesiva que la mía: sumar fracasos yéndose de putas, a sabiendas de que la firmeza de su deseo no se corresponde con la flacidez que muestra esa parte de su físico.
La voz dominante del acreedor, nos ira narrando un perfil miserable y decadente del moroso viejito, quien ocupa para sí un departamentito minúsculo en planta baja, mientras que su insoportable ex mujer y su convaleciente ex suegra, ocupan uno mas espacioso en el tercer piso, acrecentando no solo su deuda, sino fundamentalmente su oprobio, al no poder desligarse de ellas. La solitaria y anodina vida de Gimenez se completa con la única amistad del retirado coronel Vilanova, a quien suele aportarle algún dato interesante para su negocio de venta de autos usados, que el militar retribuye ahora en dinero, aunque en oscuras e innobles épocas supo agenciarles en adopción una hija nacida en cautiverio.
Terciando la novela, locador y locatario se encuentran frente a frente, en diferentes y obvias condiciones de fortaleza, que el transcurrir de ese cruce ira lavando, hasta dejar al descubierto las cuentas pendientes que también corroen al dueño.
No voy a ahondar aquí en la calidad de la prosa de Martín Kohan, por todos ya conocida, basta un sustantivo tuneado en adjetivo por obra y gracia de la cultura popular cordobesa: un librasazo!