Revista Cultura y Ocio
Editorial Anagrama. 177 páginas. Primera edición de 2010.
De Martín Kohan leí en 2007 Ciencias Morales, novela galardonada con el premio Herralde de ese año. Me resultó interesante la reflexión que hacía sobre las secuelas de la dictadura en Argentina, desde la perspectiva de una joven que se encarga de vigilar la disciplina de los alumnos en un colegio de carácter militar. El lenguaje austero reflejaba la personalidad constreñida de la protagonista, su tendencia a un orden obsesivo y enumerativo de una realidad que no osa cuestionarse.
El domingo atravesé el Retiro para tomar el tren en Atocha y comer en casa de mis padres. Sucumbí a echar un vistazo a las mesas con libros expuestos en la cuesta de Moyano, aunque no tenía intención de comprar ninguno (de hecho, llevaba uno en una bolsa para empezar a leerlo en el tren). Pero dio la casualidad que me encontré con esta novela de Martín Kohan, Cuentas pendientes, que salió en marzo de este año y estaba a mitad de precio y sin ningún deterioro. Sé, por otras veces, que este puesto en concreto vende novedades a mitad de precio porque se las pasan a ellos algunos críticos de periódicos que se deshacen de los libros según los despachan. Y justo antes de salir de mi nueva casa, camino del Retiro, había hojeado El cultural (suplemento del periódico El mundo) de hace unas semanas y, de pie, había leído una crítica positiva de este libro. (Es posible que el crítico y yo hayamos leído el mismo ejemplar, él sin pagar y yo a mitad de precio).
El caso es que tras unos instantes de vacilación -de por medio mi disgusto ante el atasco interminable de libros en la sección de inleídos de mi biblioteca y por otro la satisfacción consumista de adquirir un nuevo ejemplar a mitad de precio)-, me hice con él, y lo comencé a leer en el andén de Atocha, esperando al cercanías.
En Cuentas pendientes Kohan nos presenta a Lito Giménez, de casi ochenta años, un militar jubilado que vive solo, aunque su ex mujer y su ex suegra (casi centenaria) viven tres pisos por encima de él, que lo hace en el bajo. De vez en cuando ellas requieren su ayuda, o se reúnen todos en el tercero para fingir una idea de matrimonio convencional ante las visitas de la hija de ambos.
La novela empieza con un ligero tono sarcástico en torno a los accidentes domésticos de Giménez, y sus pequeñas tragedias, como la basura que no deja de caer a su diminuto patio interior desde los demás pisos del edificio.
Giménez, además de con su ex mujer, ex suegra e hija, se relaciona muy superficialmente con el portero del edificio, el camarero de un bar cercano, con una prostituta derrengada, con el temido Dueño de la casa -al que debe ya cuatro meses de alquiler- y con Vilanova, un militar también jubilado de más alta graduación que él. Vilanova encarga a Giménez pequeñas pesquisas en los periódicos en busca de determinadas marcas de coches de segunda mano. Por esta actividad, Giménez recibe un dinero que entendemos como turbio.
Y a través de esta vida solitaria y anodina, cargada de una minuciosa descripción acumulativa de pequeñas tragedias y mezquindades -problemas digestivos, compras en el supermercado de los artículos más baratos…- el lector va atisbando el pasado ominoso de la dictadura en Argentina. Sabemos, casi de pasada, que Giménez le debe a Vilanova el gran favor de haberle hecho padre al entregarle una niña (su hija) proveniente de una madre desaparecida. La moralidad de ambos ex militares sólo se altera ante el incremento de la delincuencia en el país y las movilizaciones de los jóvenes que no saben mirar hacia el futuro y sólo revuelven en el pasado.
El estilo es enumerativo, trabajado en su parquedad, eficiente.
Quizás al avanzar por las páginas de la novela tenía la sensación de que Kohan había conseguido crear un personaje interesante, Lito Giménez, pero no alcanzaba a darle movimiento. Es decir, una cosa es dibujar con precisión a Don Quijote y a Sancho y dejarlos en su estancia, y otra distinta, y más valiosa, es lanzarlos al mundo, en busca de una peripecia, de una lucha contra molinos o gigantes…
Las páginas avanzaban y la salida al mundo de Lito no llegaba; hasta la página 122, donde la construcción literaria se fractura y gana en profundidad, pues aquí es cuando descubrimos quién es el narrador de la historia, quien empezó en la página 9 a imaginar la vida del personaje: “Tengo para mí que Giménez, tarde en la noche (…)”. Prefiero no revelar quién es, aunque en la crítica de El cultural lo señalaban y eso me chafó parte de la sorpresa, del interesante giro constructivo.
Ciencias morales me parece un libro más valioso, pero Cuentas Pendientes es una novela meritoria de la nueva narrativa argentina.
(p.d. me estoy dando cuenta de que leo los libros de Argentina como si fueran la literatura de mi país. El otro día se me escapó en una conversación una construcción lingüística argentina en vez de española. Creo que sólo yo me di cuenta.)