Argumento:
Inés Santaolalla, afectada por su divorcio, acepta un trabajo como portera para aislarse del mundo, sanar sus heridas y escribir una novela. Poco a poco empieza a conocer al excéntrico vecindario, entre el que destaca el médico del sexto derecha, Enrique Echevarría, un atractivo viudo con una hija adolescente.
Comentario:
Si bien la premisa de la novela (que una mujer abandone todo para trabajar como portera cuando puede aislarse del mundo de una manera más «cómoda»), destinada a homenajear la obra «La elegancia del erizo», de Muriel Barbery, suena en principio poco creíble, el tono humorístico elegido por la autora, y el cuestionamiento de esta elección por parte de otros personajes, relativizan esa primera impresión, logrando que se acepte con naturalidad dentro de la lógica interior de la narración («Como escritora en ciernes, Inés sabía de sobra que las tramas no podían estar cogidas por los pelos. Si los hechos no encajaban sobre la base de una cierta lógica, la historia no resultaba verosímil»).
Este mismo humor y el ingenio del que hacen gala todos los personajes, desde los protagonistas a los secundarios, permite que se acepte que no se reconozca a Inés bajo su disfraz de señora Santos o que, sospechando que el vecino del 4º izquierda se dedica a actividades criminales, no llamen a la policía y dejen pasar el tiempo, manteniendo la intriga y las «incursiones» para resolverla como una parte importante del desarrollo de la historia.
Aunque se trata de una novela romántica, de alguna manera se podría identificar (en un sentido positivo) con una obra mainstream en la que Inés se esfuerza en sanar sus heridas emocionales mediante el trabajo físico, la redacción de su novela («El asesino del cortapizza») y el trato con los vecinos, en la que parte de una situación de baja autoestima para acabar encontrándose de nuevo a sí misma.
Los personajes son uno de los puntos fuertes de «Cuéntaselo a otra», descritos mediante un par de frases y diálogos ágiles y certeros que consiguen identificarlos sin dificultad aunque no se especifique quién está hablando. Además de los protagonistas destacan la exactriz y exvedette Sasha Montagut y su tendencia al melodrama, la madre y la hermana de Inés, Blanca, la hija del médico, Fran y sus rastas o el inquietante vecino del 4º izquierda, el señor Hurtado, aunque todos los que pasan en uno u otro momento por el edificio de la calle Lagasca tienen su momento de gloria, una frase ingeniosa o lapidaria, una personalidad excéntrica.
También destaca la perfecta planificación de la novela, equilibrada entre texto y diálogos, humor y seriedad, en la que cada escena tiene un sentido y cada subtrama hace avanzar la historia hasta unirse al final, dando coherencia y cohesión a la narración. Igualmente se agradece la ausencia de frases con estructuras extrañas, erratas o palabras repetidas, y los conocimientos de la autora, quien cuenta con un amplio vocabulario y referencias culturales de todo tipo insertadas con elegancia en la obra.
Mención especial merecen las escenas de humor surrealista, entre ellas las primeras apariciones de la «siniestra» señora Santos y la impresión que produce en los vecinos (sobre todo en Enrique) o la última persecución (la operación secreta «Caza al pichón») y descubrimiento del secreto de señor Hurtado.
Al tratarse de una novela romántica, en especial en la última parte, hay varias escenas de tensión sexual más o menos resuelta entre Inés y Enrique y una atracción palpable entre ellos, aunque la autora no descuida dotarles de cierta profundidad emocional, trabas creíbles para la realización de su amor o, lo más interesante, la inclusión de motivos que van más allá del lo físico, como divertirse juntos o compartir valores como la honestidad.
En lo emocional, destacar alguna conversación de Inés con Enrique sobre el rumbo de su relación, con Blanca (quien sufre un mal de amores que tiene ciertas similitudes con el suyo) o a el encuentro final de la protagonista con Daniel, su ex, en el que, en presencia de todos, se muestra la evolución experimentada por la protagonista.
Curiosamente, es a partir de que la historia se centra en la relación romántica (antes ha habido incluso varios capítulos en los que la pareja ni se encontraba) cuando pierde cierta frescura, quizá porque utiliza varios tópicos del género (ella cree que él tiene varias amantes, él que ella aún quiere a su ex, etc), que aunque son resueltos rápidamente, sin recrearse en los equívocos, llegan a lastrar el ritmo de la narración, sobre todo al final (esos tres o cuatro epílogos para mostrar la situación de todas las parejas). Por suerte, el humor, el ingenio y la ironía («adorables» Lucifer y Belcebú) evitan que esta «sobrecarga» final empañe el conjunto, dando como resultado una novela muy entretenida y divertida, bien escrita, algo diferente a lo que es habitual en el género, sin duda la mejor de una autora a la que sería interesante leer en otros géneros.
Citas:
« Bueno, pues ya conocía a dos de sus vecinos, se dijo, satisfecha. Interesante. De hecho, aprovecharía la oportunidad para estudiar si alguno de ellos podría ser candidato a convertirse en uno de los personajes de la novela que se traía entre manos desde hacía casi dos años. La niña prometía; esos ojos castaños, inteligentes y brillantes, indicaban que no era la típica adolescente sin interés. En cuanto al padre, reconocía que no estaba nada mal, pero, de un tiempo a esta parte, odiaba de tal manera al género masculino que más de una vez se le había pasado por la cabeza romper las trescientas páginas que llevaba escritas y convertir su novela de suspense policial en una utopía feminista en la que sólo salieran mujeres. Mujeres triunfadoras, por supuesto; mujeres que no necesitan a los hombres para nada, pues claro; mujeres que se reproducen mediante esporas... en fin. Sacudió la cabeza y decidió que sería más productivo seguir fregando.»
***
«Una soleada mañana de sábado, Inés arrastraba el carrito de la compra por la calle cuando, al alzar la vista de la acera, descubrió a Silvia que la esperaba sentada en el banco frente al portal. Su amiga le hizo un saludo desde lejos que ella se apresuró a devolver.—¿De dónde vienes? —la interrogó en cuanto estuvo a su lado y luego, en un susurro, añadió—: No sé cómo no te da vergüenza salir de paseo de esa guisa.—Pobre señora Santos. —Inés exhaló un ruidoso suspiro—. Nadie la quiere porque es fea.—Y está amargada, y viste de pesadilla —la interrumpió la otra sin contemplaciones.—Te lo digo en serio, Silvia, la vida es injusta con los que no somos guapos. Cualquiera diría que nos ponemos un manto de invisibilidad sobre los hombros en cuanto salimos de casa. A Inés Santaolalla todo el mundo se desvivía por ayudarla, pero a la señora Santos la tratan a patadas. Nadie la cuela en las colas, ningún chico mono se ofrece a llevarle la bolsa, el pescadero no le sonríe al preguntarle qué quiere...—¡Uis, qué penita, mare! Se me saltan las lágrimas.»
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