Delante de mí caminaba un hombre de unos treinta años. Llevaba un cigarrillo en la mano derecha y una carpeta, un libro y un cuaderno en la izquierda. Me pareció, no sé por qué, que esos elementos no eran naturales en él, como si no fueran suyos, o como si los llevara por obligación. Y de la misma manera, tuve la sensación de que el hombre tampoco encajaba en el entorno, en la calle que recorríamos: una calle tranquila, limpia, floreada. Un poco más adelante, en la acera opuesta, unos hombres trabajaban reponiendo unas baldosas. Uno de ellos, al ver al que caminaba delante de mí, levantó un brazo al tiempo que llamaba sonriente:-¡Eh, Anselmo!Y el tal Anselmo, como respuesta a aquel efusivo saludo, miró de soslayo y pronunció un desganado eh, con un lánguido movimiento de la mano.Seguí tras él, pensando que era un tipo descortés y desconsiderado. Y, como para confirmar mi impresión, este Anselmo, después de llevarse el cigarrillo a la boca por última vez, tiró la colilla al suelo, hacia atrás, sin importarle donde cayera, sin pensar que pudiera haber en la calle alguien más. Y a continuación, para terminar de dibujar su desagradable retrato, tosió y escupió en la acera. Aminoré el paso para aumentar la distancia con aquel tipejo tan enojoso. Ya casi estábamos al final de la calle, y como yo debía volver la esquina de la derecha, deseé que él fuera por la izquierda y perderlo de vista para siempre.Pero, poco antes de llegar a la esquina, vi que el libro que llevaba se estaba deslizando poco a poco y acabaría cayendo al suelo.
Efectivamente, al instante el libro cayó, y yo, por inercia, le avisé:-¡Oiga, se le ha…Antes de que yo terminara la frase, él mismo se percató tanto de la caída del libro como de mi aviso.
Pero mi frase, que ya tenía vida propia, continuó su camino y concluyó:-…caído el libro.Entonces Anselmo me miró y con tono de desprecio dijo:-Sí, ya me he dado cuenta. Y más antipático aún, añadió: -¿Qué quieres, que te dé las gracias?-Madre mía, qué elemento, pensé. Y sin decir nada, mientras él se agachaba, seguí mi camino, doblé la esquina y lo dejé atrás.Unos metros más adelante me encontré con una conocida, una joven muy agradable -educada, trabajadora, guapa- a la que tengo gran aprecio. Me saludó con su habitual simpatía y mientras cambiábamos unas palabras vi venir a Anselmo. Ella también lo vio, y sonriendo dijo:-Ah, aquí llega mi novio.Me despedí de ella rápidamente y me marché, cavilando, intentando comprender los misterios de la vida.