Era un cálido día en la playa, no se veía una nube en el cielo y las olas estaban perfectas.
—Es un día perfecto para lanzarme al mar y surfear —dijo Alejandro, de 20 años, para sí mismo, mientras se ponía el traje de neopreno.
Desde que tenía 13 años, practicaba inútilmente surf, ya que, si bien se metía al mar con la tabla, nunca lograba surfear una ola.
—Al principio siempre cuesta…, pero no te frustres: cuando menos lo esperes, lo vas a lograr. —Típica frase que le decía su difunto padre acariciando a su querido perro salchicha de nombre Tony, en su sillón preferido.
Su papá había sido campeón varias veces de surf profesional, le apasionaba ese deporte. Alejandro, siempre admirándolo desde la playa en cada campeonato, le llevaba a Tony: aquel perro era su cábala, nunca faltaba a ningún campeonato, hasta que se hizo muy viejito y lo comenzaron a dejar en casa.
—Quiero surfear como vos —le decía Alejandro, de 5 años, cada vez que el padre volvía del mar, victorioso.
Suspira hondo y, recordando el consejo de su papá, toma la tabla y se dirige al mar. Entra lentamente: primero, pasando las olas pequeñas, y luego dirigiéndose hacia lo más profundo. De repente, viene una ola perfecta, pero la termina esquivando. Así, como 5 veces. Frustrado, se vuelve a la zona baja para esperar una ola más pequeña.
En eso, no puede creer lo que viene a lo lejos: para frustrarse más todavía, ve a un perro surfeando. «¿De quién será ese perro, y cómo es que está surfeando solo?, o, mejor dicho, ¿cómo es que estaba surfeando?», piensa resignado, recordando sus múltiples intentos fallidos.
Surfea perfecto, es increíble verlo, hasta que una ola más grande lo tapa y el perro salchicha desaparece. Atónito, no lo ve más y comienza a pensar si no fue producto de su imaginación…
—¡Pero qué parecido al perro de mi papá! —se dice a sí mismo. Al ver tal espectáculo, comienza a reaccionar… tarde, ya que, al distraerse con el perro surfista, sin darse cuenta, se ha ido a la parte honda, y una gran ola se acerca.
Toma coraje, se pone en posición y empieza a remar rápido sobre la ola. Siente en su cuerpo como si alguien o algo lo empujara y milagrosamente se para sobre la tabla y comienza a surfear. No siente más que adrenalina por todo su cuerpo.
Feliz y sin poder creer todo lo que pasó, llega a la orilla, se sienta y vuelve a pensar en aquel perro surfista y en la sensación que tuvo sobre la ola. De repente, emocionado, comienza a lagrimear, ya que no le queda más duda: hoy su papá había estado con él.