Revista Cultura y Ocio
Un árbol lleno de vida
Algo lo despertó. No fueron las luces, pues quedaron apagadas a medianoche. Tampoco pudo ser el ruido del tráfico, ya que en una plaza apenas sí se sentía. Fue más bien algo similar a un llanto.
Trató de volver a dormirse, pero aquel sonido regresó a sus oídos. Necesitaba hacer algo para callar aquel lloriqueo que provenía de más abajo. Así pues, se descolgó de su rama y comenzó a descender dando saltos. Procuró no molestar a los demás, intentando que las bolas no se bamboleasen a su paso. Sorteó los enormes lazos rojos, esquivó los cables de las luces y evitó enredarse con las finas guirnaldas que ese año eran novedad. Las acículas le pinchaban los pies y maldijo el momento en que aquel operario se encaprichó de sus botitas.
El sollozo quedaba ahora más cerca, aunque aún debería abrirse paso entre la frondosidad. La luz de la ciudad apenas llegaba allá adentro, donde las ramas eran leñosas y el olor a resina le invadía la nariz. Cuando alcanzó el tronco se detuvo a escuchar. ¡Sí, ya casi lo tenía! Tanteó la gruesa corteza hasta hallar una oquedad y se asomó a ella con mucho sigilo.
Era sorprendente encontrar en diciembre crías de ardilla, pero allí estaba: una ardillita que chillaba sin parar. En todos los años que llevaba de servicio, nunca le había ocurrido algo parecido. En el bosque alguien tenía que haberse asegurado de que aquel abeto no tenía moradores. Y, sin embargo, lo habían traído hasta allí con una pequeñina que ahora llamaba a su madre desesperada.
¿Qué podía hacer? Trató de calmarla sin éxito, así que decidió buscar ayuda. Regresó al exterior del árbol, donde ya no le importó agitarlo todo con tal de despertarlos a todos. Al poco, tras contarles lo sucedido, ya contaba con un buen grupo dispuesto a ocuparse del bebé de ardilla. Los renos le darían pelo para abrigarla y leche para alimentarla. Los angelitos le cantarían para dormirla. Un conjunto de campanitas sería su sonajero y unos cuantos duendes jugarían con ella.
Cuando volvió al tronco, supo que el llanto surgido del pequeño hueco no tardaría en cesar. Y también tuvo la certeza de que aquella Navidad sería especial.